Ramón Gómez de la Serna
La crónica de ciudad de Ramón Gómez de la Serna
Por Ernesto Bustos Garrido
Ramón Gómez de la Serna estuvo exiliado en Argentina y vivió en la ciudad capital de Buenos Aires en los años 40. Escribió el libro Explicación de Buenos Aires, que contiene infinidad de artículos sobre diversos aspectos de la vida en dicha metrópoli, la más europea de toda América Latina. De la Serna inaugura de este modo un género de crónica humorística con reiterados guiños al tango, a las confiterías, el barrio de la Chacaritta –donde está la tumba de Gardel–, a las frases y palabras diferenciales, al lunfardo, ese lenguaje rioplatense de baja estofa y que para entenderlo y oírlo hay que darse una vuelta por el barrio La Boca. El libro es una sabrosa recolección de trazos de una ciudad que nunca duerme y que hoy, pese al peronismo, a la bancarrota y los excesos financieros, a los escándalos que dejó Menen, y a los vomitivos negociados del kirchnerismo, entrega al visitante, a manos llenas, una cultura creada a partir de muchas vertientes migratorias (solo tres millones de emigantes italianos a comienzos del siglo XX), donde Lugones, Sarmiento, Borges y Cortázar son excelsos representantes. Bien por la crónica de ciudad de Ramón Gómez de la Serna.
El Reuma, don Lumbago y doña Ciática
Ramón Gómez de la Serna
El reuma es una cosa que se expande aquí como un objeto de lujo o fantasía, recuerdo enternecedor de estar en el blando y dulce clima.
El reuma no tiene importancia porque es una enfermedad conviviente, y recuerdo que en el Diario de los Goncourt hay dos viejos que se comunicam el estado de sus reumas, muy sonrientes, porque eso revela que serán longevos.
Quizá cuando la ciudad estaba esparcida en fincas de uno o dos pisos, el reuma visitaba las casas con más parsimonia, y si estaba de visita en la finca con patio y jardín de las de Díaz-González, dejase incólume la finca de los Palmarolli.
Ahora tengo observado que en las casas de piso, el reuma se contagia más que en los conventillos, pues el reuma no se esparce de lado sino de arriba a abajo o de abajo arriba.
Oigan mi teoría para ver si les convence:
El golpe del reuma, el llamado “rayo reumático”, comienza en la cabeza de la vecina del séptimo piso, después le baja a los pies y después pasa a la cabeza del vecino del sexto que, a su vez, lo siente en la rótula y desde la rótula pasa al vecino de abajo, y así sucesivamente, hasta llegar a la portería.
Este reuma descendente también puede ser ascendente, y puede comenzar en la espinilla del portero y acabar en el occipucio del que vive en la buhardilla.
Lo que comunicaría a la Academia de Ciencias de París es ese sentido de columna termométrica y con algo de mecanismo de ascensor que ha adquirido el reuma, gracias al nuevo sistema de pisos.
Hay temporadas en que se pone de moda el que le duela a uno el brazo o el hombro izquierdo.
–Me duele el brazo izquierdo.
–Me duele el hombro izquierdo.
–Me duele el lado izquierdo.
Se han escrito hasta tomos enteros sobre ese dolor izquierdo y persistente; pero, en general, solo significa una vaga aprensión o que el reuma ha puesto su mano doliente sobre esa atractiva cornisa de la figura humana.
Es una leve imposición de manos de la vida al pasar, un gesto cordial, aunque brusco, un eco del “remenber” esparcido por el espacio.
Hay un día en que a todos nos duele el brazo izquierdo.
–¿Y esto qué sera?
–Esto puede ser mucho o no ser nada.
Aquí hay muchos brazos izquierdos, pues, aunque alguien me interrumpa diciéndome:
–¡Hombre, habrá tantos brazos izquierdos como derechos, descontando, claro está, unos cuantos mancos!
Yo le responderé:
–Aun contando con todo eso, hay muchos más brazos izquierdos.
Porque lo que yo quiero decir es que se presenta el dolor del brazo izquierdo por la humedad, por un amago del aire cordial del Trópico o del aire del Polo.
El caso es que el brazo izquierdo se va volviendo sospechoso, contumaz, recalcitrante, y ya lo llevamos en el cabestrillo de la sospecha.
No es grave lo del hombro izquierdo, como no es grave todo lo generalizado.
Otras veces la moda consiste en que le duela a uno un dedo.
–Me duele un dedo –dice el que está “a la última”, y lo único que varía es el dedo que sea, si de la mano o del pie.
Este reumatismo dactilar no conmueve mucho, porque ¡qué menos que le duela a uno un dedo en la vida, llena de dolores y conflictos!
Conllevamos el dedo que duele, estemos a la moda, y envidiemos a ese elegante o a esa elegante que tienen un crujir de huesos magníficos y que dejan atrás de ellos un frufrú de huesos de lo más “chic” del mundo.
Estar en el secreto y en la confidencia de la moda es encantador, y también lo es cambiar al oído el mismo santo y seña del momento.
–Me duele un dedo.
–Y a mí también.
Algunos días la cosa es más seria, porque se presenta Don Lumbago.
Es un señor pesado, vestido de negro, que lleva los bolsillos llenos de cangrejos vivos y mordedores.
Don Lumbago es temido en las casas; pero, sin embargo, hay cierto cariño íntimo al aludirle:
–¡Tengo un Lumbago!
El señor Lumbago no ataca a las más feas ni menos distinguidas; pero hay que saber que escoge a sus víctimas.
Él es casado y la señora de Lumbago ya está acostumbrada a los sadismos de su marido y sólo la resarce de todo el que es presentada por él en los mejores círculos aristocráticos.
–Don Lumbago y señora –dice el del bastón mayor, anunciándolos con un fuerte golpe de la contera.
Don Lumbago es muy infiel a doña Lumbaga, y por teléfono se anuncian unas y otras las señoras con inaudito cinismo:
–Estoy con Lumbago.
–Me ha agarrado el Lumbago.
–No me ha dejado el Lumbago en toda la noche.
Vagamente sabe todo el mundo quién es don Lumbago, y se le confunde mucho con otros dolores enteléticos.
–¡Adiós don Lumbago!
–¡Adiós doña Ciática!
Gracias al encontronazo y a los sendos saludos, cerrará nuestro panorama reumático doña Ciática, que es la comadre de don Lumbago, señora intratable, que sólo hace migas con este tipo aciago que da palos que tronchan y empujones que hacen estar en un grito al que los recibió.
Doña Ciática pellizca más por lo bajo y es una traidora de primera clase, que se introduce en los hogares con la disculpa de su “será un mal movimiento” o “una mala postura”, costando mucho trabajo echarla fuera.
(Del libro “Explicación de Buenos Aires” / Cuadernos de la nostalgia / Ediciones de la Flor – Buenos Aires 1975)
Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile) es periodista de la Universidad de Chile, donde impartió clases así como en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en la Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, fundamentalmente en La Tercera de la Hora. Fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar.
Amante de los viajes y de la escritura, admira a Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Francisco Coloane, Ernest Hemingway, Cervantes, Vicente Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Ramiro Pinilla, Vargas Llosa, García Márquez, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.
Related posts:
Última actualización el 2023-09-27 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados