
LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE
Ralph del Valle
Insularidad (Desnivel, 2014)
Por Francisco Rodríguez Criado
Ralph del Valle comienza a ver reconocida su obra literaria. Ganó en 2012 el IV Concurso de Creación Literaria de Bubok con su primera novela, Gnadenlos (Sin compasión), un retrato de las malas praxis del mundo de la publicidad, y el pasado año quedó finalista del Premio Desnivel de Literatura 2014, lo que ha motivado la reciente publicación de la obra presentada al certamen: Insularidad. El viaje interior de un corredor. Dos libros aparentemente muy diferentes entre sí.
Hoy hablamos con él sobre Insularidad, una obra que ofrece un espacio de reflexión con ese desconocido que todos llevamos dentro.
Francisco Rodríguez Criado: Comienzas Insularidad con una cita lapidaria: “Un hombre que corre es siempre un hombre que huye”. El libro, rico en reflexiones sobre la vida y sobre el yo más íntimo, ofrece el diagnóstico de un hombre que quiere encontrar una salida, salida que acaba encontrando en la propia escritura de este libro. ¿Insularidad es desde sus orígenes una obra terapéutica, o debemos entenderla más bien como un juego metaliterario?
Ralph del Valle: Insularidad nace en realidad como una exploración, un esbozo. No sé si terapéutico, yo más bien lo vi como un salto al vacío. En un momento determinado de mi vida siento el impulso de correr, y era incapaz de comprender por qué elijo correr y no, qué sé yo, bádminton, ciclismo, remo. Y yo las preguntas sólo sé resolverlas de una manera: escribiendo. Así que empiezo a tomar notas, asumiendo que tal vez en algún momento esa indagación arroje una respuesta clara. Y no aparece como tal: aparecen hilos. En ese momento es cuando me planteo que quizá esos hilos cuenten más que una respuesta categórica, y que tal vez esos hilos, esa fragmentariedad, sean una base para contar una historia: la de un hombre solo y anónimo que trata de llegar a un sitio distinto, a una etapa diferente. Que trata de alcanzar la luz.
F.R.C.: Escribiste Gnadenlos cuando vivías en Berlín, al igual que Insularidad. La misma ciudad, el mismo escritor, la misma persona… teóricamente. Sin embargo, uno aprecia cierto distanciamiento entre ambas obras. Gnadenlos es una crítica ácida del mundo de la publicidad. Aunque narrada desde dentro, el foco de la narración está en el mundo exterior, concretamente en el mundo laboral. En Insularidad se nos invita a una búsqueda más personal, más intimista, un viaje hacia uno mismo. Si en la primera no había compasión, como reza el propio título, aquí hay –es una opinión personal, claro– más humanidad, más deseo de conocerse a uno mismo. En caso de que yo no esté equivocado, me gustaría saber cómo fue esa transformación interior y por qué decidiste pasar de un estilo más prosaico, más atado a lo terrenal (el mundo laboral y sus miserias) a uno más intimista, donde el yo queda desnudo a la intemperie.
R.d.V.: Es cierto que el estilo, la forma, son muy distintos en ambas obras, aunque parten de un mismo origen: la cobardía. En Gnadenlos se narra la historia de un hombre atrapado en una realidad que no le gusta, y que tarda años en romper precisamente por eso, por su cobardía. Insularidad nace también en el mismo lugar (“un hombre que huye”), pero lo que sí cambia es que esa cobardía inicial le asegura conquistar su propio futuro, y ese viaje es mucho más luminoso, más positivo. Gnadenlos retrata cómo la cobardía se hace cotidiana en nuestras vidas y se vuelve tan parte de nosotros como la ropa interior: algo que usamos siempre y que nos avergüenza un poco tener que mostrar; en cambio en Insularidad la cobardía es sólo la línea de salida. En cierta manera lo veo como una continuación: uno puede cambiar la cobardía cotidiana, la domesticación, cuando la asume como tal y acepta que existe. Gnadenlos era la bofetada que te despierta: Insularidad es lo que haces después con la mejilla roja.
Esto, claro, influyó en la prosa, en el vocabulario, en toda la obra. No hay esa necesidad de reivindicar la dignidad con epítetos, sino que se ha reconquistado la dignidad mediante el viaje, el acto de correr, la soledad escogida. El tono parte, sí, de un lugar oscuro, pero sólo para dejarlo atrás, para no volver nunca allí.
F.R.C.: En el libro narras que nunca tuviste gran interés en el deporte, y que tus escasas incursiones en el baloncesto, en tiempos del colegio, no te depararon grandes éxitos. Imagino que tú mismo fuiste el primer sorprendido al escucharte hablar –sobre todo al principio– de maratones o de medios maratones. Hoy día, cuando te calzas tus zapatillas y tu ropa deportiva para correr unos kilómetros, ¿qué prima más: el deseo de practicar un deporte, o el ejercicio intelectual de la introspección?
R.d.V.: Si algo he aprendido con Insularidad es que nunca hay un solo motivo, sino una acumulación de capas. Los motivos son dinámicos, como la propia vida: siempre cambian. Sí, hay un deseo físico de correr. Hace poco era viernes, un viernes terriblemente caluroso, y me dio por irme a un pueblo cercano que está a unos 15 kilómetros de casa, en lo alto de una montaña. Cuando subía por el arcén de la carretera, veía mi sombra en la cuneta y me preguntaba para qué 30 kilómetros una tarde de viernes de mayo. “Porque puedo”, me dije casi de forma automática. Así que hay una parte física en la que tu propio cuerpo te lo pide; pero no es lo único, claro. La introspección forma parte del mismo movimiento, del ejercicio. Aparecen siempre respuestas para preguntas que aún no me había formulado, y sé que esto depende de incorporar la introspección a la actividad, no de forzar la actividad para la introspección. Es un poco como un viejo sutra budista. Estaban dos alumnos en el claustro del monasterio, y uno había conseguido el permiso del maestro para fumar, y el otro no. Esto parecía tremendamente injusto, hasta que el fumador le pide al no fumador que le reproduzca exactamente cómo le pidió permiso. “Maestro, ¿puedo fumar mientras medito”. “¡¡No!!”, había gritado el maestro. El fumador se sonríe y le dice, “Yo le dije, ‘Maestro, ¿puedo meditar mientras fumo?’, y él me dijo, ‘Sí’.” La enseñanza es incorporar la meditación a cualquier acto, así que por qué no al correr.
F.R.C.: Escojo al azar: escribes (p. 86) que “lo único que puede salvarnos de la esperanza y de nosotros mismos, esos dos males irresolubles, es atarnos a un patrón; encadenarnos a una rutina, a esa torpe regularidad que pueda llevarnos de la mano a un puerto seguro”. Y poco después: “Corremos, pienso, para pegarle fuego a todo de forma controlada, y volver a nuestra piel, a nuestro verdadero yo, el que ahora sale a correr tres veces por semana para luchar por no ahogarse con las cenizas”.
El propio léxico del discurso nos da idea de la intensidad de tu prosa: “salvarnos”, “males irresolubles”, “atarnos”, “encadenarnos”, “luchar”, “ahogarse con las cenizas”…
Me gustaría saber cómo es el proceso que te lleva a entregarte a un tipo de escritura tan descarnada, tan salvífica. ¿Te sientas al ordenador cuando previamente has rumiado las ideas o bien lo haces precisamente para que esas ideas broten sobre la marcha –y nunca mejor dicho?
R.d.V.: Como decía, Insularidad nace de un esbozo, un experimento casi. Cada noche, cuando me derrumbaba agotado en el sillón de casa tras la jornada laboral, las obligaciones perrunas y tres veces por semana, correr, robaba una hora al sueño y escribía, preguntándome los porqués en un cuaderno. Siempre a mano, siempre sin red, nunca he sabido escribir de otra manera. Cuando ya va tomando una entidad literaria y comprendo que este documento de trabajo, este cuaderno de esbozos, puede dar pie a una historia, creo que lo primero que debo mantener es esa escritura, ese tono salvífico, como muy bien lo defines. Sin esa ansia de salvación por el camino más difícil, sin esas ganas de seguir adelante con tu propia vida, Insularidad no sería nada más que un relato pseudodeportivo de un no deportista: algo completamente irrelevante y prescindible.

F.R.C.: Aunque supongo que no has escrito un libro como Insularidad para un lector definido, ahora que está publicado, ¿cuál crees que podría ser su lector potencial?
R.d.V.: La verdad es que nunca he sido uno de esos escritores que catalogue a sus lectores como una agencia de publicidad divide a su público objetivo en targets: si lo hiciera no podría denominarme a mí mismo “escritor” ni estaría tratando de escribir literatura, sino libros. Querría hablar a la totalidad, hablar de conceptos que nos lleguen a todos: la dignidad, la esperanza, el asco o la miseria. Gnadenlos no iba dirigido a los que trabajan en el sector de la publicidad: era un retrato del mundo empresarial contemporáneo, ejemplificado en uno de sus sectores más rastreros. Me gustaría pensar que Insularidad tampoco va dirigido a corredores, sino a cualquier persona que quiere redimirse, aunque para ello elijan hacerlo con unas zapatillas.
F.R.C.: A menudo, recuerdo las palabras del poeta inglés John Donne: “Ningún hombre es una isla”. En tu libro, sin embargo, uno percibe que el aislamiento es la vía más urgente de depuración espiritual. No lo digo yo, lo dices tú: “Por eso corremos. Porque somos islas perdidas que jamás podrán encontrar la paz ni el horizonte. Y exactamente de eso hablan nuestros ojos cuando corremos y cruzamos la mirada con otro hombre que huye, con otra insularidad crepitante que se mueve en esa increíble soledad de la cual es imposible escapar por muchos segundos que arañes por kilómetro” (p. 75).
¿Insularidad es una apuesta por el solipsismo?
R.d.V.: No, al contrario: es el intento de hallar unas claves para todos a través de la soledad individual. La soledad es un medio para hallar unas respuestas, no un fin en sí mismo. Pero sí es cierto que en esta sociedad que nos ha tocado vivir hay una creciente atomización: estamos más conectados que nunca con personas que no vemos apenas, y eso nos aísla, aunque tengamos la sensación tecnológica de saber todo de todos en todo momento. Evidentemente esto es una domesticación en la que todos caemos en mayor o menor medida, y que es plenamente buscada. Conviene que leamos cada vez menos, que recibamos “diez claves para entender el conflicto ruso-ucraniano”: todo se sintetiza, el debate y los matices desaparecen. El yo sólo debe ser una herramienta de trabajo para acercarnos al lector: y yo lo que he intentado con Insularidad es hablar a una mayoría silenciosa de hombres solos.
F.R.C.: ¿Qué libros relacionados con la temática de Insularidad (bien las carreras, bien el viaje interior) has leído antes o después de su escritura?
R.d.V.: No suelo escoger libros por su temática, me aburriría mortalmente en un plazo de tiempo muy breve. Todo el mundo cita el Walden de Thoreau, pero todavía no he tenido la oportunidad de leérmelo: está en la lista de pendientes. Sí leí el Into the Wild de Krakauer hace años, pero tampoco es que me cambiara la vida, ciertamente. En cambio llevo unos días dándole vueltas a uno de un compañero de Ediciones Desnivel, “En busca de las carreras extremas”, de Jorge González de Matauco. Narra profusa y extensamente todas las carreras de montaña en las que ha participado, a nivel popular, por todo el planeta: son relatos técnicos que interesan por lo general a quien corra. Tiene 216 páginas, y de repente, en la 213, te enteras que ahora tiene una enfermedad autoinmune y ha tenido que dejar de participar en esas carreras. Un hombre recio con una enfermedad jodida, que podría haber empezado el relato buscando la compasión del lector, pero no: muestra su obra, y al final se retira con dignidad, habiendo hecho mucho más de lo que jamás haré yo o el 99% de la humanidad. Sin aspavientos. Es un ejemplo.
F.R.C.: Forrest Gump, personaje cinematográfico inolvidable, se echó un día a correr y no encontró motivo para dejar de hacerlo. Sin embargo, de repente, sintió que correr había dejado de tener sentido. ¿Sigues encontrándole sentido a participar en maratones?
R.d.V.: Sigo encontrándole sentido a correr porque me realinea conmigo mismo. Lo de menos son las distancias; y en realidad, mirándolo fríamente, mi bagaje es bastante pobre: empecé a correr hace tres años y llevo dos maratones, tampoco es ningún record Guinness. Pero sí es cierto que inscribirte en carreras de más de 21 kilómetros exige algo a tu mente que no lo hace el trote habitual de 10 que me doy por los alrededores de casa: es una especie de vacío en el que aprendes que tu cuerpo es sólo un instrumento y que tu mente es quien gobierna todo. No sé si ese vacío en el que progreso por encima de los límites de mi cuerpo tendrá un final: si es así será porque tiene que ser así, porque ya he aprendido sobre mí lo que tengo que aprender. De momento, sigo avanzando.
F.R.C.: Para concluir esta entrevista, ¿podrías recomendarnos un cuento o un poema?
R.d.V.: He estado tentado de recomendar el poema de Derek Walcott que da nombre a Insularidad, pero prefiero elegir algo que me toca más la patata: Benjamín Prado. Creo que es de los pocos poetas que son capaces de reventarte las costuras con un verso, simplemente así: la palabra justa en el lugar indicado. Y este poema, para mí, habla mucho de la luz de Insularidad, de mi nueva vida junto a la mujer que amo. Así que mejor le cedo la palabra a él.
Nunca es tarde para empezar de cero,
para quemar los barcos,
para que alguien te diga:
-Yo sólo puedo estar contigo o contra mí.
Nunca es tarde para cortar la cuerda,
para volver a echar las campanas al vuelo,
para beber de ese agua que no ibas a beber.
Nunca es tarde para romper con todo,
para dejar de ser un hombre que no pueda
permitirse un pasado.
Y además
es tan fácil:
llega ella, acaba el invierno, sale el sol,
la nieve llora lágrimas de gigante vencido
y de pronto la puerta no es un error del muro
y la calma no es cal viva en el alma
y mis llaves no cierran y abren una prisión.
Es así, tan sencillo de explicar: -Ya no es tarde,
y si antes escribía para poder vivir,
ahora
quiero vivir
para contarlo.
-Benjamín Prado, «Ya no es tarde»
Desde Narrativa Breve agradecemos a Ralph del Valle que nos haya concedido esta entrevista y le deseamos mucho éxito.
Ficha técnica del libro
Título: Insularidad
Autor: Ralph del Valle
ISBN: 9788498293166
Editorial: Ediciones Desnivel
Fecha de la edición: 2014
Lugar de la edición: Madrid.
Número de la edición: 1ª
Encuadernación: Rústica con solapa
Dimensiones: 13 cm x 23 cm
Nº Pág.: 128
Idiomas:Castellano
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