Cuento de Juan Pardo Vidal: El efecto coriolis

Cuento, Juan Pardo Vidal, El efecto coriolis
Juan Pardo Vidal. Fuente de la imagen

Cuento de Juan Pardo Vidal: El efecto coriolis

Hay quien le da vueltas al café con leche durante minutos, a sabiendas de que hace ya mucho tiempo que el azúcar se ha disuelto por completo. Giran una y otra vez la cucharilla, innecesariamente, ajenos a que las estructuras moleculares de la glucosa están de sobra integradas en las de la leche, y al hecho de que, si el café estaba muy caliente, también hace minutos que se cumplió la segunda ley de la termodinámica y se ha enfriado de sobra como para poder tomarlo. Es difícil saber si se quedan absortos mirando el pequeño embudo que la inercia del movimiento circular provoca o si les interesa más comprobar cómo la espuma de la leche es atraída y succionada por el ojo del remolino que se forma en el centro de la superficie del vaso. Una especie de agujero de gusano que comunica el presente con los recuerdos del pasado, la dimensión del que desayuna con la dimensión de vaca. Pura mecánica cuántica láctea.

Una vez que se han cerciorado de que las leyes de la física siguen intactas, abren el periódico. Normalmente, de atrás hacia delante —sobre todo si son diestros y están en el hemisferio norte— y se detienen en los titulares, en las necrológicas o en las páginas deportivas. Intentan leer o mirar algo que no requiera el concurso de una zona relativamente grande de su córtex cerebral; cualquier cosa que no interrumpa el movimiento mecánico y elíptico de la muñeca haciendo girar el café con leche —un gesto, por cierto, muy parecido al de escribir con un lápiz—. Otros mantienen la mirada perdida, el tintineo metálico de la cuchara sobre las paredes del vaso de cristal les sirve de mantra budista, les ayuda a pensar, a llegar a soluciones, a elegir caminos. Tal vez nuestro pasado nómada esté en la raíz de que sea más fácil pensar cuando se está en movimiento.

Geológicamente hablando cuatro minutos no es nada, cero. Desde ese punto de vista telúrico cuatro minutos es algo irrelevante, tal vez ni siquiera existan; algo parecido le ocurre a esas nanopartículas cuya masa está tan cerca del cero que se considera que no tienen sin masa. Sin embargo, esos mismos cuatro minutos, esta vez removiendo inútilmente un café con leche, es mucho tiempo. Doscientos cuarenta segundos girando una cucharilla dentro de un vaso de café es un espacio de tiempo enorme, sobre todo si te pones a medirlo. Y a Ander le gustaba hacerlo, cronometrar a los demás clientes.

Al bar de Ainhoa, como está en el lado derecho de la ría de Bilbao, en la zona de las arenas, le influye más que a otros el efecto Coriolis. A eso se suma que todo objeto sufre una aceleración relativa desde el punto de vista del observador en rotación, al menos eso dijo el científico francés, y allí todo está en movimiento y por eso, tal vez, Ainhoa no se ha fijado aún en cómo la mira Ander, el chico que se sienta cada mañana en la esquina de la derecha de la barra, junto a la máquina del tabaco. Ainhoa ha quitado el tapón del fregadero y se queda mirando, impaciente, cómo el agua desaparece en una espiral que gira en el sentido de las agujas del reloj. 

—Eso es porque estamos en el hemisferio norte —le dice Ander, que está frente a ella, sentado al otro lado de la barra sin mover el café—, en este bar todo gira en el sentido de las agujas del reloj, hasta el agua succionada. Fíjate Ainhoa en toda esa gente, todos están moviendo sus cafés en el sentido de las agujas del reloj, eso puede estar influyendo hasta en la meteorología y en la rotación de la Tierra —y señala a las mesas y a parte de los clientes sentados a la izquierda de la barra—.

Ella sonríe ruborizada y, mientras enjuaga unos vasos, gira su cabeza haciendo un pequeño círculo como diciendo «pero qué cosas tiene este chico».

En ese momento, Ander comienza a mover su café sin dejar, descaradamente, de mirarla. Lo hace en sentido contrario a las agujas del reloj, justo al revés que los demás, acelera, el café se derrama y se produce un desajuste en el sistema que afecta al eje de rotación de la Tierra. El magnetismo de los polos no es suficiente para evitarlo y el mundo se detiene bruscamente. La imagen de la televisión queda parada en un fotograma que ni siquiera parpadea, en la calle la circulación de los coches es una fotografía, los clientes del bar son estatuas. Ainhoa se queda con la boca entreabierta. Tal vez iba a decir algo.

Ander se da cuenta de lo que ha pasado, ha detenido el mundo con una cucharilla de café y ahora no sabe cómo ponerlo en marcha. Y como no se le ocurre nada mejor, y Ainhoa está delante de él y se parece a Blancanieves con ese mandil, y además, como no recordará nada, se levanta del taburete, se apoya sobre la barra y la besa en los labios, lentamente, dulcemente, porque tiene todo el tiempo del mundo y ella no puede moverse. Cuando termina se sienta de nuevo y toma el primer sorbo de su café, nunca le había sabido tan bien. En ese momento,  todo se pone de nuevo en marcha, la tele, el tráfico en la calle, los clientes. Ainhoa se toca los labios con la mano, como buscando la huella de algo, y mira a Ander con otros ojos.

—¿Qué ha pasado? Tengo la impresión de que algo ha empezado de nuevo. ¿Verdad, Ander?

—Sí —sonrió nervioso (por la cafeína).

 

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4 comentarios en «Cuento de Juan Pardo Vidal: El efecto coriolis»

  1. Gracias Juan Pardo Vidal por regalarme El efecto coriolis. Lo lei dos veces y lo voy a leer de nuevo. Además busqué en internet para informarme sobre «el efecto coriolis» y conseguí una pequeña idea de qué se trataba. Algo, muy poquito, recordé de las clases de física de hace sesenta años en tercer año de liceo. Me gusta ese tipo de cuento y quisiera tener más pero en Montevideo no encuentro nada tuyo. Te ruego me informes cómo puedo conseguir tu material. Gracias.

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