
LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE
Rubén Abella
California (Menoscuarto, 2015)
Por Francisco Rodríguez Criado
California comparte temas con el resto de mis ficciones. Me refiero, por ejemplo, a las falsas apariencias, la identidad, la dificultad del ser humano para comunicarse, el poder de la palabra, el amor, la culpa, la felicidad y, como ya dije antes, la memoria. También comparte con ellas una voz, me parece a mí, una forma de contar que a los lectores puede resultarles reconocible. Se diferencia de ellas, además de por su absoluta contemporaneidad —la trama central empieza en octubre de 2010 y acaba en abril de 2014—, por la manera en que está construida. Mientras que mis otras novelas hacen uso de la fragmentación y de distintos puntos de vista para generar mosaicos narrativos, en California el narrador casi no se separa del protagonista. Lo sigue muy de cerca, con escasos desvíos, desde la primera página hasta la última.
R.A.
Rubén Abella (Valladolid, 1967), licenciado en Filología inglesa, es autor de varias novelas (La sombra del escapista, 2003. Premio de Narrativa Torrente Ballester; El libro del amor esquivo, 2009. Finalista Nadal; Baruc en el río, 2011) y de un par de libros de microrrelatos (No habría sido igual sin la lluvia, 2007. Premio Vargas Llosa NH, y Los ojos de los peces, Menoscuarto, 2010).
Hoy charlamos con él para que nos dé algunas pistas sobre su última publicación, la novela California, publicada recientemente en Menoscuarto.
Francisco Rodríguez Criado: Mientras leía California no pude evitar pensar en La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe. Son obviamente dos novelas muy diferentes, con su propio estilo, pero ambas narran el inesperado ocaso de dos hombres de éxito y en ambas se desencadenan los acontecimientos a partir de un suceso a priori nimio: en la primera ese suceso se produce cuando el rico corredor de Bolsa Sherman McCoy, que ha ido al aeropuerto a recoger a su hija, una vez de regreso a casa se equivoca de carretera y acaba en el Bronx. En California, el suceso nimio que marca el inicio de la decadencia comienza con la aparición de un par de preservativos olvidados en la maleta de César O’Malley, otro hombre de finanzas que tiene todo lo que podría desear: una esposa que le quiere, dos hijos y una carrera profesional brillante. ¿Qué te llevó a escribir una novela sobre este moderno héroe caído en desgracia y en qué medida podría ser una revisión de la hoguera de las vanidades como tema?
Rubén Abella: California y La hoguera de las vanidades son, como bien dices, dos novelas muy distintas, con estilos y metas dispares. También entre sus protagonistas hay claras diferencias. Sherman McCoy —el personaje de Wolfe— es un multimillonario petulante y adúltero —de hecho, creo recordar que quien lo acompaña en el coche en el arranque de la novela no es su hija, sino su amante— mientras que César O’Malley —mi personaje— lleva una vida irreprochable. Pero es cierto que ambas historias comparten la idea de fondo, para mí central, de que el ser humano, por mucho que se empeñe en creer lo contrario, tiene escaso control sobre las cosas que le ocurren en la vida, independientemente de su riqueza, inteligencia o estatus social. En ese sentido, el de la insignificancia de nuestras ambiciones, ambos libros pueden considerarse versiones literarias de la lapidaria frase del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.
Dicho esto, añadiré que en el origen de California está también una cita del poeta metafísico inglés John Donne. Dice Donne en uno de sus sermones que nadie duerme en la carreta que lo lleva de la cárcel al patíbulo, y que sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos despiertos del todo. Puede que ese sea el gran error de César O’Malley. Su gran pecado.
F.R.C.: Hacia el final del libro, el protagonista se pregunta cabizbajo qué ha hecho mal, como si su aciago destino debiera estar marcado por los propios actos. Pero California, creo yo, pone a los ganadores en su sitio y les recuerda que el éxito es –o puede llegar a ser– efímero, al margen de sus actos. ¿Es el destino en la vida real tan caprichoso como lo pintas en la novela?
R.A.: No hay más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que, para bien o para mal, nuestros planes rara vez coinciden con los planes de la vida. Nuestra felicidad depende, en buena medida, de la capacidad que tengamos para gestionar esa desavenencia. Lo cual me lleva a un tema que siempre me ha interesado mucho: los límites de la voluntad. Para César O’Malley —y, desde luego, para Sherman McCoy—, esos límites no parecen existir. La máxima implícita que rige sus días es “querer es poder” y no conciben que sus acciones puedan fracasar o tener efectos distintos de los que ellos tenían en mente al llevarlas a cabo. Si lo he hecho todo bien, se pregunta O’Malley, ¿cómo es posible que mi vida sea un desastre?
Dices que California pone a los ganadores en su sitio. En ese sentido, el papel del narrador —Beltrán Gao, un amigo de la infancia de O’Malley— es muy importante. No quiero contar demasiado, pero sí me gustaría sugerir que tras la historia que Beltrán narra podría habitar un cierto deseo de volver las tornas. De ajustar cuentas con el destino.
F.R.C.: California centra su interés en un breve e indomesticable periodo de la vida de César O’Malley, pero en segundo plano vas diseñando una reconstrucción familiar que se remonta a sus antepasados. En ese aspecto la novela me ha recordado a esas memorias anglosajonas en las que el autor comienza a narrar su vida antes de su nacimiento e incluso antes del nacimiento de su padre. Estos planos se intercalan mediante el uso de la analepsis (saltos temporales, como el flashback en el cine), para así mostrarnos el presente y el pasado de O’Malley. Como lector me ha parecido entender que ciertos actos del O’Malley adulto venían predestinados, para bien o para mal, por su pasado. ¿Consideras que la herencia genética es vital en el devenir de una persona (y, ya puestos, de un personaje)?
R.A.: California es, en esencia, el relato de un viacrucis, de un descenso a los infiernos. César O’Malley cae y me parecía crucial hacer ver al lector desde qué altura lo hace. Eso explica, al menos en parte, el protagonismo de su pasado en la novela. Pero esa vuelta atrás —su historia y la de su familia— responde también a una cuestión de coherencia temática que tiene que ver con el proyecto narrativo en el que llevo inmerso varios años. California es la segunda —la primera fue Baruc en el río— de una serie de tres novelas que llevará por título Trilogía de la memoria. Son tramas en las que, de forma casi obsesiva, se exploran los matices del recuerdo y se intenta entender el presente a partir de los datos que nos proporciona el pasado.
La herencia genética ayuda a explicar en parte nuestras vidas, pero hay otros muchos ingredientes que entran en ese complejo cóctel, como el entorno, la educación, el deseo, la libertad o el azar. Dado que, en general, la literatura imita la vida, yo diría que esa idea es aplicable también a los personajes.
F.R.C.: ¿Qué te resulta más difícil de escribir, una novela o un libro de microrrelatos?
R.A.: Son géneros muy distintos. Usando una comparación atlética, la novela es al maratón lo que el microrrelato es a los cien metros lisos. Es decir, precisan musculaturas narrativas distintas. La novela es una guerra de trincheras que requiere paciencia y mucha disciplina. El microrrelato, sin embargo, es un ataque por sorpresa. La novela es un combate de boxeo que se gana por puntos. El microrrelato ha de ganarse por KO. Son géneros con reglas propias, que buscan efectos diversos en los lectores. Para mí la elección de uno u otro depende de la historia que quiero contar. Hay historias que te piden cien palabras. A otras les hacen falta cien mil. El secreto está en saber escucharlas.
F.R.C.: ¿Qué método sigues a la hora de escribir una novela? ¿Comienzas a tirar de un hilo apenas visible que va creciendo poco a poco a golpe de inspiración o tienes todo programado (personajes, trama, capítulos, desenlace) antes de sentarte a escribir la historia?
R.A.: Cada novela es un mundo. Baruc en el río nació a partir de una frase que se me metió en la cabeza mientras nadaba: “Todo empezó con el perro”. California se puso en marcha con una escena concreta, un hombre casado que, antes de hacer un viaje de negocios, decide meter dos preservativos en el neceser. Programo, pero no en exceso. Es decir, no planeo cada capítulo ni cada detalle de la trama. Antes de sentarme a escribir necesito saber cómo empieza la historia y, aunque sea de forma difusa, cómo quiero que termine. Eso, por supuesto, puede cambiar durante la escritura. Pero saber hacia dónde me dirijo me ayuda a construir de forma coherente la trama y me ahorra muchísimo trabajo de revisión. Para mí escribir una novela implica un equilibrio —siempre precario— entre la razón y el instinto, entre la magia y la lógica, entre la cabeza y el corazón. Uno tiene que pensar mucho para lograr conmocionar al lector.
F.R.C.: ¿En qué se parece y en qué se diferencia California de tus anteriores novelas?
R.A.: California comparte temas con el resto de mis ficciones. Me refiero, por ejemplo, a las falsas apariencias, la identidad, la dificultad del ser humano para comunicarse, el poder de la palabra, el amor, la culpa, la felicidad y, como ya dije antes, la memoria. También comparte con ellas una voz, me parece a mí, una forma de contar que a los lectores puede resultarles reconocible. Se diferencia de ellas, además de por su absoluta contemporaneidad —la trama central empieza en octubre de 2010 y acaba en abril de 2014—, por la manera en que está construida. Mientras que mis otras novelas hacen uso de la fragmentación y de distintos puntos de vista para generar mosaicos narrativos, en California el narrador casi no se separa del protagonista. Lo sigue muy de cerca, con escasos desvíos, desde la primera página hasta la última.
F.R.C.: ¿Ves alguna similitud entre la crisis inesperada que vive César O’Malley y la crisis que azota a nuestro país? ¿Podemos preguntarnos, como O’Malley, qué hemos hecho mal?
R.A.: Aunque no de forma explícita, la crisis está muy presente en California. Económicamente hablando, César O’Malley está en el lado de los ganadores, los que, por decirlo de alguna manera, controlan las autopistas del dinero y siguen navegando mientras la inmensa mayoría se hunde o lucha por mantenerse a flote. Enrique Marbán, su antagonista, un hombre vapuleado por la crisis, está en el extremo opuesto. Detesta a O’Malley y le culpa del desastre. A él y a los que son como él. En cuanto a lo que apuntas, si podemos, como O’Malley, preguntarnos qué hemos hecho mal, mi respuesta, evidentemente, es que sí. No soy economista. No soy un experto. Pero, por lo que leo y oigo, tengo la impresión de que esta crisis es en esencia el resultado de dos cosas: la ambición y la ingeniería financiera. Todos somos responsables, sí, pero, alterando un poco la famosa frase que cierra Rebelión en la granja, de George Orwell, algunas personas son más responsables que otras. Todos sabemos quiénes son. Han hecho un daño incalculable y, por lo general, no están siendo castigados.
F.R.C.: ¿Cuáles son tus referentes literarios? ¿Qué libro te gustaría haber escrito?
R.A.: Uno de mis libros de cabecera es Pedro Páramo, de Juan Rulfo, una novela poderosísima, con un lenguaje casi táctil y una historia que, de una forma u otra, nos retrata a todos. Otra novela que releo con frecuencia es Mientras agonizo, de William Faulkner. La leí por primera vez cuando tenía diecisiete o dieciocho años. No entendí la trama, pero quedé tan deslumbrado por su brillo que no me he separado de ella desde entonces. Hay veces que el placer no viene por la comprensión, sino por las sensaciones. Hay muchos autores a los que admiro —y envidio—: Dostoievski, Gabriel García Márquez, Joseph Roth, Miguel Delibes, Milan Kundera, Sándor Márai, Chejov, Doctorow, Álvaro Mutis, Jhumpa Lahiri, Alberto Méndez, Cormac McCarthy, Robert Walser, Philip Roth, Salinger…
F.R.C.: Y, para terminar, ¿puedes recomendarnos un cuento o un poema para los lectores de Narrativa Breve?
Recomendaré uno de cada: “Colinas como elefantes blancos”, de Hemingway, y “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”, de T. S. Eliot.
Desde Narrativa Breve agradecemos a Rubén Abella que nos haya concedido esta entrevista y le deseamos mucho éxito.
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Francisco Rodríguez Criado: escritor, corrector de estilo, profesor de talleres literarios y creador del blog Narrativa Breve. Ha publicado novelas, libros de relatos, obras de teatro y ensayos novelados. Sus minificciones han sido incluidas en algunas de las mejores antologías de relatos y microrrelatos españolas: El cuarto género narrativo. Antología del microrrelato español (1906-2011). Ed. Irene Andrés-Suárez (Cátedra, Madrid, 2012),Velas al viento. Ed. Fernando Valls (Los cuadernos del vigía, Granada, 2010), La quinta dimensión (Universidad de Extremadura, Mérida, 2009), Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español. Ed. Fernando Valls (Páginas de Espuma, Madrid, 2008), Histerias breves (El problema de Yorick, Albacete, 2006), Relatos relámpago (ERE, Mérida, 2006), etcétera. Es autor de El Diario Down, donde narra en primera persona sus experiencias como padre de un bebé con el Síndrome de Down.
Email: info@narrativabreve.com
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