
Un hombre intenta comprar en la taquilla del cine una entrada para las filas centrales. “Imposible –sentencia el taquillero–, solo hay entradas libres en los laterales”. El respetable espectador averigua que esas entradas no se han agotado; lo que ocurre es que por norma no se venden. La única manera de cumplir sus deseos es adquirir una entrada de pasillo lateral izquierdo o derecho y acomodarse luego en el centro, donde mejor se ven las películas. Si tiene la suerte, claro, de dar con un asiento vacío…
Esta podría ser la imagen política de un país que en los últimos decenios ha estado pilotado nominalmente por las izquierdas y las derechas, que han accedido en ocasiones, y siempre por interés electoralista, a poner a la venta algunas entradas de centro. Hoy día partidos como PP, PSOE y Podemos juegan a ser de derecha (en el primer caso) y de izquierda (en los otros dos) a la vez que de centro. O sea, que pretenden ser una cosa y (casi) lo contrario.
El éxito de Ciudadanos se debe en parte a su centrismo declarado, algo que aún suscita misterio y confusión entre algunos periodistas cerriles, esos que en las tertulias televisivas no se cansan de pedirles a Rivera, Cantó o Arrimadas que se definan, es decir, que confiesen –ay, qué cruz– si son de derecha o de izquierda.
El centro, que aspira a elegir lo mejor de ambas orillas políticas, existe, por mucho que algunos no lo acepten. Pero aún está por ver si podrá gobernar en un país tan sectario como España, habituada a torcer el cuello para poder ver las películas en una pantalla que –no es casualidad– siempre está ubicada en el centro.