
El siguiente es el cuento embrión de “Cien años de soledad”.
(Leer la primera parte de este post: “Los inicios literarios de Gabriel García Márquez”, de Ernesto Bustos Garrido).
La hija del coronel
Gabriel García Márquez
(Apuntes para una novela)
El Heraldo/Barranquilla 13 junio 1950
Soy escritor por timidez.
Mi verdadera vocación es la del prestigiador,
pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco,
que he tenido que refugiarme
en la soledad de la literatura.
G.G. Márquez
Ella siguió de pie todo el tiempo, sin moverse, hasta cuando los pies se le adormecieron y comenzaron a dolerle las rodillas. Después, cuando el sacerdote descendió del púlpito, el coronel se puso de pie y la niña no sintió más el adormecimiento ni los dolores, no porque se hubiera movido de su sitio, sino porque cuando el sacerdote dejó de hablar y su padre se puso de pie, la niña creyó que la misa había concluido. En las misas siguientes, Remedios ya sabía, sin haberlo preguntado, que durante el sermón debía sentarse en el escaño que le quedaba enfrente, pero sin llevar la almohadilla.
En esa época su conciencia empezó a llenarse de las cosas del pueblo, a comprender por qué debía vivir en la misma casa donde varias veces había reaparecido el miedo. En la escuela aprendió a coser. Aprendió a hacer adornos para la ropa y hasta es posible que entonces hubiera empezado a creer que todo eso era la vida, cuando concluyó el año, antes de que su hermanita aprendiera a sostenerse en pie. Al año siguiente no volvió a la escuela. Remedios no sabría por qué, pero cuatro años más tarde recordaba que fue en las vacaciones cuando asistió a la iglesia en compañía de las mujeres, sin haber hablado todavía, directamente, con su padre y sin haberlo mirado a la cara durante alrededor de cuatro años.
Con las mujeres se sentó en los escaños de adelante, junto al sacerdote. Fue entonces cuando oyó cantar en la iglesia por primera vez. Remedios no extraño el cambio de sitio en el templo. Posiblemente, ni siquiera estaba en edad de preocuparse por lo que significaba un cambio de compañía durante la misa. Pero cuando oyó cantar por primera vez, se asustó a las voces iniciales; se desconcertó. Frente a ella, el Arcángel Gabriel, con una mano alta y las alas plegadas, debió sentir también la voz de los cantores, porque Remedios vio la túnica disuelta en los espacios totales de la música y vió los pliegues sacudidos por una brisa tenue; por el airecillo redimido y absoluto de la nueva creación. Ella sabe que volvió la vista (porque la música sonaba a sus espaldas) y no vio a los cantores, pero vio, al final de la nave central, a su propio padre erguido, estirado, junto al sitio vacío donde estuvo su propia almohadilla durante un año entero. Y vio a su padre solo, humano, conmovedor, con un aire de completo abandono al final de la nave. Sólo entonces tuvo deseos de estar allí, junto a su padre, sintiendo el adormecimiento de las rodillas.
Tal vez Remedios no recuerda que fue ésa la segunda vez que miró de frente a su padre y que el rostro no era ya parecido al de los pájaros, sino exactamente igual a como lo había querido ver durante largos años, al extremo de la mesa.
Repentinamente, el mundo de su padre se volvió claro. Fue como si la voz de los cantores hubiera descorrido un velo que durante toda la vida se había interpuesto entre su padre y ella. Entonces comprendió por qué su padre no le había dirigido nunca la palabra y comprendió que un hombre no tiene necesidad de hablar con su hija menor cuando la hija sabe hacer las cosas a tiempo, correctamente, como el padre había querido que las hiciese si la hija las hubiera hecho de una manera distinta. Y comprendió por qué, cuando iba los domingos a misa de ocho cogida de la mano de su padre, pudo pensar que un padre no era más que eso. Un hombre que lleva de la mano a una niña con quien no debe cruzarse una palabra durante todo el tiempo.
Eso sucedió un domingo. El lunes, Remedios empezó a crecer apresuradamente.
Nota: Extractado del libro La Soledad de América Latina, de Gabriel García Márquez. Editorial Arte y Literatura. Ciudad de la Habana-Cuba. 1990.
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Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile) es periodista de la Universidad de Chile, donde impartió clases así como en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en la Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, fundamentalmente en La Tercera de la Hora. Fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar.
Amante de los viajes y de la escritura, admira a Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Francisco Coloane, Ernest Hemingway, Cervantes, Vicente Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Ramiro Pinilla, Vargas Llosa, García Márquez, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.
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