
Microrrelato de Ángel Fabregat
Una mujer compró una lámpara de aceite a un anticuario y la puso en el centro de la mesa del salón. Su hijo, al verla, la cogió y empezó a frotarla como había visto en las películas de Aladino: esperaba que saliera un genio al que pedirle lo que su madre no le quería comprar. Tanto empeño puso, que la lámpara se escurrió de entre sus manos: el terrible genio de su madre salió en ese preciso instante y le castigó todo el fin de semana sin salir a jugar.
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