
¿Qué teme el Estado Islámico?
El periodista francés Nicolas Hénin conoce bien el Estado Islámico. No en vano, fue su rehén durante diez largos meses (y aquí el adjetivo largo no es casual). Diez meses en los que sufrió vejaciones de los yihadistas y en los que tuvo que ver cómo algunos de sus compañeros de cautiverio eran asesinados.
Nicolas Hénin, autor de Jihad Academy, The Rise of Islamic State, ha publicado un artículo en The Guardian (17/11/2015) en el que expresa su opinión sobre los terroristas del Estado Islámico y sobre si es conveniente bombardear la población siria de Raqqa, como está haciendo Francia tras los atentados de París.
Podéis leer el artículo original en The Guardian (en inglés) o bien leerlo en castellano, que doy en la traducción que ha realizado Mar Velasco para Narrativa Breve.
«HE SIDO REHÉN DEL ESTADO ISLÁMICO Y SÉ A QUÉ LE TIENEN MIEDO».
Nicolas Hénin, The Guardian
Estoy orgulloso de ser francés, y por tanto me he sentido tan angustiado como cualquier otro tras los sucesos de París. Pero no estoy sorprendido, ni incrédulo. Conozco a los yihadistas del Estado Islámico (IS), he sido su rehén durante diez meses y sé a ciencia cierta que nuestro dolor, nuestra congoja, nuestras esperanzas, nuestras vidas, no les interesan. El suyo es un mundo aparte.
La mayor parte de las personas los conoce solo por sus materiales de propaganda, pero yo he visto qué hay detrás. Cuando era prisionero, he tratado a varios, incluido Mohammed Emwazi: «Jihadi John» era uno de mis carceleros. Me apodaba Pelado. Aún hoy a veces chateo con ellos en redes sociales y puedo garantizaros que gran parte de lo que vosotros pensáis de ellos es el resultado de su labor de marketing y relaciones públicas. Se presentan como superhéroes, pero lejos de las cámaras son más bien patéticos: chavales de la calle, borrachos de ideología y poder. En Francia tenemos un dicho: estúpidos y malos. Aunque en realidad yo los he encontrado más estúpidos que malos. Lo cual no significa minusvalorar el potencial homicida de la estupidez.
Todos aquellos decapitados en 2014 han sido mis compañeros de celda, y mis carceleros se divertían torturándonos psicológicamente, diciéndonos un día que nos iban a liberar, para decirnos dos semanas más tarde: «Mañana vamos a matar a uno de vosotros». Las primeras veces los hemos creído, pero luego comprendimos que nos contaban bulos para divertirse a nuestra costa. Hacían simulacros de ejecuciones. Una vez conmigo utilizaron el cloroformo. Otra, hicieron una escena de decapitación. Un grupo de yihadistas que hablaban francés gritaban: «Te vamos a cortar la cabeza, te la pondremos en el culo y subiremos el vídeo a Youtube». Tenían una espada de una tienda de antigüedades. Reían y yo les seguía el juego gritando, pero solo querían divertirse. En cuanto se fueron, me volví hacia otro rehén francés y me puse a reír. Era ridículo.
Me ha llamado poderosamente la atención ver cómo están de conectados desde el punto de vista tecnológico; siguen las noticias de manera obsesiva, pero todo pasa a través de sus propios filtros. Están completamente adoctrinados, se aferran a teorías de la conspiración de todo tipo, no admiten contradicciones.Todo les convence de que están en el camino correcto y, en concreto, de que forman parte de una especie de proceso apocalíptico que dará lugar a un enfrentamiento entre un ejército de musulmanes provenientes de todo el mundo y los otros, los cruzados, los romanos. A sus ojos, todo nos empuja hacia esa dirección. En consecuencia, todo es una bendición de Alá.
Dado su interés por las noticias y las redes sociales, estarán sin duda observando cada reacción a su asalto homicida de París y, en mi opinión, justo en este momento su eslogan será «Estamos ganando». Se verán alentados por cualquier signo de reacción exagerada, de división, de miedo, de racismo, de xenofobia. Es fundamental para su visión del mundo la convicción de que las comunidades no pueden vivir junto a los musulmanes, y cada día van a la búsqueda de pruebas que apoyen esta idea. Las imágenes de los alemanes que han acogido a los inmigrantes, sin duda les habrán conmocionado. Cohesión y tolerancia, no es eso lo que quieren ver.
¿Por qué Francia? Por muchas razones, tal vez, pero pienso que hayan identificado mi país como un eslabón débil en Europa, un lugar en el que es muy fácil sembrar divisiones. Por eso cuando me preguntan cómo deberíamos reaccionar, yo respondo que debemos actuar de manera responsable.
Y sin embargo, nuestra respuesta serán las bombas. No soy un defensor del IS. ¿Cómo podría serlo? Pero todo lo que sé me dice que eso es un error. Los bombardeos serán enormes, símbolos de una rabia legítima. A 48 horas de los ataques del 13 de noviembre, los aviones de combate han llevado a cabo el más espectacular de los bombardeos aéreos realizados en Siria hasta la fecha, lanzando más de veinte bombas sobre Raqqa, uno de los bastiones del IS. Quizá la venganza era inevitable, pero sería necesaria una mayor cautela. Temo que esta reacción no hará más que empeorar una situación ya de por sí muy fea.
Mientras intentamos destruir el Estado Islámico, ¿qué hay de los quinientos mil civiles que viven todavía atrapados en Raqqa? ¿Qué pasa con su seguridad? ¿Qué hay de la perspectiva real de transformar a muchos de ellos en extremistas, precisamente por actuar de este modo? La prioridad debería ser proteger a estas personas, no enviar más bombas a Siria. Necesitamos no fly zone, espacios aéreos cerrados a los rusos, al régimen, a la coalición. Los sirios necesitan seguridad, o se unirán a grupos como el IS.
Canadá se ha retirado de la guerra aérea tras la elección de Justin Trudeau. Quisiera con toda mi alma que Francia hiciese lo mismo, y la racionalidad me dice que podría ocurrir. Pero el pragmatismo me dice que no, que no ocurrirá. La cuestión es que estamos atrapados: el IS nos ha metido en la trampa. Han venido a París con los kalashnikov, diciendo que quieren poner fin a los bombardeos, pero sabiendo muy bien que su ataque nos obliga a seguir con ellos o a intensificar estos ataques contraproducentes. Es lo que está sucediendo.
Emwazi ha desaparecido, lo han matado en un ataque aéreo de la coalición, y su muerte ha sido festejada en el Parlamento. Yo no le lloro. También él ha seguido esta estrategia del doble bluff. Tras haber asesinado al periodista estadounidense James Foley, ha apuntado con el cuchillo hacia la cámara, y dirigiéndose a la siguiente víctima escogida, ha dicho: «Obama, debes dejar de intervenir en Oriente Medio, o lo mataré». Sabía muy bien cuál iba a ser el destino de aquel rehén. Sabía bien cómo iban a reaccionar los estadounidenses: más bombardeos. Es lo que quiere el IS. Pero ¿debemos dárselo?
El IS es perverso, de eso no hay duda. Pero después de todo lo que me sucedió, aún no logro pensar que el IS sea la prioridad. En mi opinión, es Bashar al Assad la prioridad. El presidente sirio es el responsable del ascenso del IS en Siria, y hasta que su régimen siga en el poder, los yihadistas no podrán ser derrotados. Ni podremos detener los ataques en nuestras calles. Cuando la gente dice «Primero el IS, después Assad» yo les digo que no les creáis. Solo quieren tener a Assad en el poder.
En este momento no hay ninguna hoja de ruta ni plan alguno para enfrentarse con la comunidad árabe sunní. El grupo Estado Islámico caerá, pero ocurrirá por un proceso político. Mientras tanto, hay mucho que ganar en las consecuencias de estas atrocidades, y la clave es mantener los corazones fuertes y la capacidad de superación, porque es precisamente lo que más temen, por encima de todo. Los conozco: los bombardeos se los esperan. Lo que temen es la unidad.
Traducción para Narrativa Breve: Mar Velasco