
[Buscando al doctor Pyle]
Cuento oculto en la novela “El americano impasible”, de Graham Green
–¿Qué vino a hacer aquí?
–Vine por las cosas de Fuong. Sus agentes de policía no la dejaron entrar.
–Bueno, vayamos a buscarlas.
–Usted es muy amable, Vigot.
Pyle tenía dos cuartos, una cocina y un baño. Entramos en el dormitorio. Yo sabía dónde podía guardar Fuong su cofre: debajo de la cama. Entre los dos lo sacamos y lo abrimos; contenía sus libros ilustrados. Saqué del ropero sus pocos vestidos, sus dos túnicas y sus pantalones. Daban la sensación de haber estado allí colgados apenas unas horas, de no pertenecer a ese lugar; parecían estar de paso, como una mariposa en una habitación. En un cajón encontré sus calzoncillos triangulares y su colección de pañuelos para el cuello. En realidad había muy poco que meter dentro del cofre, menos de los que se suele llevar en Europa para un fin de semana.
En el otro cuarto había una fotografía suya al lado de Pyle. Se habían retratado en el jardín botánico, junto a un gran dragón de piedra. Fuong tenía al perro de Pyle por la correa, un chow-chow negro, de lengua negra. Era un perro demasiado negro. Metí la fotografía en el baúl.
–¿Qué fue del perro? –pregunté.
–No está en la casa. Tal vez se lo llevó con él.
–Quizá vuelva; así podrá analizarle la tierra entre los dedos de las patas.
–No soy Lecoq, ni siquiera Maigret, y además estamos en guerra.
Me acerqué el estante de los libros y examiné las dos hileras de volúmenes; la biblioteca de Pyle. El avance de la China roja, El desafío de la democracia y El papel de Occidente. Ésos constituían, supongo, las obras completas de York Harding. Había una cantidad de Informes Parlamentarios, un libro de frases corrientes en vietnamés, una historia de la guerra de las Filipinas, un Shakespeare de la Modern Library. ¿Qué leía para entretenerse? En otros estantes encontré sus lecturas más frívolas: un Tom Wolfe de bolsillo y una selección de poesía norteamericana. Además, un libro de problemas de ajedrez. No era gran cosa para pasar el tiempo, después de un día de trabajo; pero después de todo, para eso contaba con Fuong. Escondido detrás de la antología había un libro en rústica llamado La fisiología del matrimonio. Quizá estuviera estudiando el sexo, como había estudiado el Oriente en un libro. Y la palabra clave era “matrimonio”. Pyle creía en la conveniencia de complicarse.
Su escritorio parecía totalmente vacío.
–Han hecho una limpieza completa –dije.
–¡Oh! –contestó Vigot–, tuve que hacerme cargo de todo en nombre de la legación norteamericana. Usted sabe con qué rapidez corren los rumores. Podían asaltar la casa para llevárselos. Hice un paquete con los papeles y lo sellé.
Lo dijo con seriedad, sin sonreír siquiera.
–¿No había nada de comprometedor?
–No podemos darnos el lujo de encontrar nada comprometedor contra un aliado –dijo Vigot.
–¿Le molestaría que yo me llevara uno de estos libros… como recuerdo?
–Trataré de mirar hacia otra parte.
Elegí El papel de Occidente de York Harding, y lo metí en el cofre con los vestidos de Fuong.
–Entre nosotros –dijo Vigot–, ¿no recuerda ningún detalle especial que pueda darme una clave? Ya he redactado el sumario y lo he cerrado. Lo asesinaron los comunistas. Quizás sea el juicio de una campaña contra la ayuda norteamericana. Pero, entre nosotros… escuche, estamos hablando con la garganta seca, ¿qué le parece un vermut aquí a la vuelta?
–Es demasiado temprano.
–¿No le confió nada de interés la última vez que lo vio?
–No.
–¿Cuándo fue?
–Ayer por la mañana. Después de la gran explosión.
Calló, para dejar que mi respuesta penetrara mejor…en mi mente, no en la suya; era muy correcto cuando interrogaba.
–¿Usted no estaba en casa cuando fue a verlo anoche?
–¿Anoche? Supongo que no. No sabía que….
–Quizá llegue usted a necesitar un permiso de salida del país. Usted sabe que podemos demorárselo indefinidamente.
–¿Realmente cree usted –dije– que deseo volver a mi país?
Vigot miró por la ventana el hermoso día sin nubes. Dijo con melancolía:
–La mayoría de la gente lo desea.
–A mí me gusta estar aquí. En Inglaterra me esperan…. problemas.
–¡Merde! –dijo Vigot.
*** Extraído de “El americano impasible”. Graham Greene.
Emecé Editores S. A. Buenos Aires, 1956
Alianza Editorial S. A. Madrid, 1970
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