
¿Es necesario que un escritor esté comprometido con su tiempo, que se implique en las batallas contra las injusticias o en la defensa de los derechos de la mujer? «Nada hay que sea necesario para un escritor», contesta Margaret Atwood. «Por lo menos nada de este tipo. Lo que sí es imprescindible es que esté atrapado por la historia que siente que tiene que contar. Y contarla de la mejor manera posible».
Margaret ATWOOD
Cuando tenía poco más de cuatro años y vivía al norte de Quebec empecé a leer porque no había nada que hacer salvo disfrutar de la belleza de la naturaleza: No había radio, no había electricidad, no había librerías, no había cines… ¡no había ni gente!, y llovía o nevaba, así es que empecé a leer los libros que había en casa para entretenerme
Margaret ATWOOD

PAN
Margaret ATWOOD (Canadá, 1939)
Imagina un pedazo de pan. No hace falta imaginarlo, está aquí en la cocina, sobre la tabla del pan, en su bolsa de plástico, junto al cuchillo del pan. Ese cuchillo es uno muy viejo que conseguiste en una subasta, la palabra PAN está tallada en el mango de madera. Abres la bolsa, pliegas el envoltorio hacia atrás, cortas una rebanada. La untas con mantequilla, con mantequilla de cacahuete, después miel, y lo doblas hacia adentro. Un poco de miel se te escurre entre los dedos y la lames con la lengua. Te lleva cerca de un minuto comer el pan. Este pan es negro, pero también hay pan blanco, en el frigorífico, y un poco de pan de centeno de la semana pasada, antes redondo como un estómago lleno, ahora a punto de echarse a perder. De vez en cuando haces pan. Lo ves como algo relajante que puedes elaborar con las manos.
Imagina una hambruna. Ahora imagina un pedazo de pan. Ambas cosas son reales pero tú estás en el mismo cuarto con sólo una de ellas. Ponte en otro cuarto, para eso sirve la mente. Ahora te encuentras sobre un colchón delgado en un cuarto caluroso. Las paredes están hechas de tierra seca, y tu hermana, más joven que tú, está contigo en el cuarto. Tiene mucha hambre, su vientre está hinchado, las moscas se le posan en los ojos, tú las espantas con las manos. Tienes un trapo, sucio pero húmedo, y se lo pones en los labios y en la frente. El pedazo de pan es el mismo pan que has estado guardando desde hace días. Sientes la misma hambre que ella, pero todavía no te sientes tan débil. ¿Cuánto va durar esto? ¿Cuándo vendrá alguien con más pan? Piensas en salir a ver si encuentras algo para comer, pero afuera las calles están infestadas de carroñeros y el hedor de los cuerpos lo llena todo. ¿Deberías compartir el pan o dárselo todo a tu hermana? ¿Deberías comer tú el pedazo de pan? Después de todo, tú tienes una mejor oportunidad de sobrevivir, eres más fuerte. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirlo?
Imagina una prisión. Hay algo que tú conoces, pero que todavía no se lo has contado a nadie. Los controladores de la prisión saben que tú lo sabes y todos los demás también lo saben. Si hablas, treinta o cuarenta o cien de tus amigos, tus compañeros, serán detenidos y morirán. Si te niegas a hablar, esta noche sucederá lo mismo que la noche anterior. Siempre eligen la noche. Sin embargo, no piensas en la noche, sino en el pedazo de pan que te ofrecieron. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirte? El pedazo de pan era negro y fresco y te recordó un rayo de sol que cae sobre un pedazo de madera. Te recordó un bol, un bol amarillo que había en tu casa. Contenía manzanas y peras, y estaba sobre una mesa de madera que también recuerdas. No es el hambre o el dolor lo que te está matando sino la ausencia de aquel bol amarillo. Si tan solo pudieras sostener el bol en tus manos, aquí mismo, podrías aguantar lo que sea, te dices a ti mismo. El pan que te ofrecieron es peligroso y traicionero, significa la muerte.
Hubo una vez dos hermanas. Una era rica y no tenía hijos, la otra tenía cinco hijos y era viuda, tan pobre que ya no le quedaba nada de comer. Fue a ver a su hermana y le pidió un pedazo de pan. ‘Mis hijos se están muriendo’, dijo. La hermana rica respondió, ‘No tengo suficiente para mí’, y la echó de su casa. Luego el marido de la hermana rica llegó a su casa y quiso cortar un trozo de pan, pero al hacer el primer corte, brotó sangre roja. Todos sabían lo que eso significaba. Es un cuento maravilloso, un cuento tradicional alemán.
La hogaza de pan que he creado para ti flota unos centímetros por encima de la mesa de la cocina. La mesa es normal, no tiene ninguna trampa. Un paño azul de cocina flota bajo el pan y no hay hilos que sujeten al techo el paño o el pan ni la mesa al paño; ya lo has comprobado al pasar la mano por debajo y por arriba, y no has tocado el pan. ¿Qué te detuvo? No quieres saber si el pan es real o si es sólo una alucinación que te hice ver. No existen dudas de que puedes ver el pan, hasta puedes olerlo, huele a levadura, y parece lo bastante sólido, tan sólido como tu propio brazo. ¿Pero puedes confiar en él? ¿Puedes comerlo? No quieres saberlo, imagínalo.
(Versión revisada)
Margaret Atwood, “Bread”, en Shapard, Robert y James Thomas, Sudden Fiction. American Short-Short Stories, Salt Lake City: Peregrine Smith Book, 1986.
COMENTARIO
Este breve, curioso y original relato sobre el pan –“el pan nuestro de cada día”– está estructurado en cinco partes, cinco pequeñas historias: las tres primeras comienzan con la palabra “imagina”, la quinta termina con esa misma palabra y la cuarta es un brevísimo cuento popular. En todas ellas, como digo, el tema nuclear es el pan.
Con este tema y ante diversas situaciones, la autora imagina, interroga, incita y sugiere posibles actitudes. En todas ellas –excepto en la 4ª– es al lector –todos los que leemos– a quien se dirige directamente y a quien implica e involucra sin remedio para que él sea el que responda a los interrogantes planteados.
La primera escena se desarrolla en una cocina, en una situación cotidiana protagonizada por cualquiera que se encuentre manipulando el pan con todas las acciones concretas –detalladas con extrema minuciosidad– y otras posibles añadidas. El pan simboliza aquí el alimento por excelencia y, en consecuencia, la normalidad, lo cotidiano, el hogar…
La segunda es la historia de la hambruna. Realizada una descripción de la dura y terrible situación real, se le plantea al lector un problema moral, una difícil decisión.
Por tercera vez la palabra “imagina” introduce al lector en otra dramática situación, otro dilema entre la vida o la muerte: una prisión, despiadados carceleros, un secreto que, si no se mantiene, significa la detención y muerte de muchos amigos. Y siempre el pan, en este caso el pan negro de la primera escena que refulge sobre una mesa de madera en la que su recuerdo deja paso a un bol con frutas que significan la casa, el hogar, tal vez la infancia, los mejores recuerdos, pero el pan que se ofrece se impone y este pan es un instrumento de tortura, “significa la muerte”.
La cuarta historia se distancia de las demás. Desaparece el “imagina”, el tú conminativo y toda referencia al lector, y el yo narrativo se convierte en tercera persona en la que se narra un cuento popular alemán. El pan sigue presente, pero aquí adquiere una doble función: señalar la avaricia y realizar el castigo.
En la última parte hay un regreso a la primera. La autora, como si fuera una prestigitadora, presenta aquel pan negro suspendido en el aire -«nada por arriba, nada por abajo». ¿ Es un pan real o una alucinación? ¿Lo puedes comer? Y termina con la palabra clave de todo el texto: “imagínalo”.
Margaret Atwood es también autora de un breve poema titulado “Todo el pan”(“All Bread”) en el que manifiesta de una manera muy personal cómo el pan es producto de la tierra putrefacta (la muerte) y del trabajo del hombre para finalmente convertirse en alimento compartido, como expresan los versos finales: Todo el pan debe romperse para que pueda ser compartido. Juntos comemos esta tierra.
Miguel Díez R.