Cuento breve recomendado: Jamón en escabeche, de Hipólito G. Navarro

jamón en escabeche, cuento, Hipólito G. Navarro

Casi todos mis relatos no nacieron ni de la anécdota ni de la reflexión, sino simple y llanamente del proceso de la escritura, de la escritura misma, de cierta —espero— intuición narrativa apañada a fuerza de leer miles y miles de cuentos. Por si hubiera alguien interesado, el método es muy sencillo: se toma un papel y un lápiz y se empieza sin más a escribir, de manera automática, alimentando la seguridad de que una frase nos llevará a la siguiente, un párrafo al que viene después, una hoja a otra hoja y a otra y otra.

Llegado un punto, esa locura automática inicial termina mostrando unos perfiles, unos caminos, el comienzo de algo aún desconocido, pero que comienza a manifestarse con toda intensidad. Basta con seguir esas sendas, con perfilar ese tenue dibujo, para sentir que se tiene ya un cuento entre las manos. Cerrarlo luego, llevarlo a mejor o peor puerto, depende entonces de una intuición narrativa, del oficio que uno va adquiriendo poco a poco, estrellándose estrepitosamente unas veces, alcanzando en otras unas piezas que difícilmente podrían lograrse con la más estudiada planificación.

El secreto está en saber tirar a la papelera dos cosas: el comienzo automático, ininteligible, disparatado, que sirve como motor primero, para quedarnos solamente con el cuento a que dio lugar tan divertido juego; o bien tirar el ejercicio entero, todo él, desde el principio al fin, cuando los resultados no pasaron del mero emborronamiento de papel.

Hipólito G. Navarro

 jamón en escabeche

JAMÓN EN ESCABECHE

Hipólito G. Navarro (España, 1961)

Una historia pequeña debe necesariamente estar formada por una anécdota mínima con un gancho fuerte en la primera línea, un desarrollo posterior de dos o tres líneas a lo sumo, y otra línea ya más corta para cerrar con un portazo una sugerencia apenas dibujada.

A mí la historia pequeña que se me apetece ahora tendría que partir de un gancho clavado firmemente en el techo de la cocina, lo suficientemente agarrado como para soportar el peso de un buen jamón que habré comprado para sorprender a la parienta con un manjar no muy habitual en nuestra economía, continuar la pequeña historia con un taburete para colgar la pieza impresionante a una altura lo suficiente como para que sea un fastidio rebanar las lonchas y que el asunto nos dure un tiempecito, y procurarme un cuchillo bien afilado para separar las partes de tocino y catar en principio la calidad de curación de este arrebato. Luego, en una desesperación del paladar recién nacido a la abundancia y a la gula, abusar de las capacidades de mis tripas devorando la mitad del artefacto sin esperar a la parienta, que el jamón comido así como a escondidas sabe más y se cuela livianito como un caldo de gazpacho introductorio a las siestas del verano, y realizar una parada para el trago de cerveza cotidiana antes de atacar la cara oculta con ansias renovadas y la firme determinación de exterminar en diez minutos lo que aunque ya es medio jamón puede ser un argumento completísimo de bronca con la Ignacia, que vendrá reventada de apañar aceitunas para encima verme a mí vagueando en lo alto de un taburete agarrado ya tan sólo de una cuerda y limpiándome las grasas delatoras en la bocamanga del abrigo, que para entonces el hueso ya lo habré escondido en la alacena y habré terminado la faena farragosa de construir el lazo que me sirva de corbata, rodeándome el pescuezo con el aroma intenso todavía del jamoncito, antes de darle la patada definitiva al taburete que termine de una vez por todas con esta digestión tan indigesta.

Me apetecería una historia así de pequeñita, pero como no está el horno para bollos, con la Ignacia deslomada a la sombra de los olivos recogiendo los sustentos, me conformo con el culebrón de una historia más larga, con este carajo de lata de sardinas que no se quiere abrir y mira que ya tengo abierto el pan hace media hora y la cerveza sin espuma, que ya tengo claro que una tarde más me la tendré que beber sosa y sin fuerza por culpa de esta afición desmesurada y por obligación del escabeche, con lo bueno que estaría este bocadillo repleto de las lonchas de la otra historia, rebanadas con delicadeza de un jamón colgado en un gancho que pertenece a ésta y que me mira desde el techo cada tarde manejar peor el abrelatas.

Los tigres albinos, Valencia, Pre-Textos, 2000.

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Comentario

Con la acotación de entrada al relato “Jamón en escabeche” no quise yo perpetrar una determinada poética del cuento, aunque también, sino más precisamente burlarme de la escritura de relatos bajo receta, prescritos por una poética. Ese cuento juega justamente con la idea de romper con la poética propuesta, y su argumento se atreve a continuar más allá de donde la “tradición” hubiese situado el mejor final para el texto.

El segundo párrafo del cuento viene a ser la vuelta de tuerca que dinamita desde dentro esa idea prefijada de lo que debe ser una historia pequeña. Así pues, la broma mayor de ese cuento (la broma formal, porque la argumental es muy otra) es que un texto brevísimo se compromete a destruir la idea de brevedad sin salir de la brevedad misma, y se la juega echándole un pulso a la mismísima cita que lo abre.

Hipólito G. Navarro

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