Historias de amor clandestino. Eso es lo que nos trae hoy el periodista y escritor Ernesto Bustos Garrido en un artículo que recoge relaciones sentimentales de escritores como Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Elena Garro, Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Iván Turgueniev, Emilia Pardo Bazán.
Literatura y pasión, a partes iguales.
HISTORIAS DE AMOR CLANDESTINO
La vida sentimental de muchas escritoras y escritores cabría perfectamente en las páginas de las “revistas del corazón” que tanto atraen a cierto público Zola tenía dos mujeres; con la mayor, su mujer legal, casi muere envenenado con gas carbónico en el dormitorio que ambos compartían, y con la menor, que había sido una suerte de dama de compañía de la esposa oficial, tuvo dos hijos y le puso casa en una barrio top de París, al estilo de los coroneles del café y del cacao que aparecen en las novelas de García Márquez y Jorge Amado.

Otro botón de muestra: Adolfo Bioy Casares, casado con la escritora Silvina Ocampo, mantuvo una relación amorosa de años y pública con una famosa escritora mexicana que tenía marido, Elena Garro. ¿Saben quién era el marido? ¡Octavio Paz!
El genial Benito Pérez Galdós gozaba de los favores de Emilia Pardo Bazán. Esta le escribía encendidas misivas de amor donde le decía “mi bobito”. Más tarde, por la diferencia de edad, ella le entregó sus mieses a Vicente Blasco Ibáñez y a Lázaro Galdiano, por lo que se supone que su cama era muy ancha.
Mario Vargas Llosa, el popular “Varguita”, con poco más de veinte años se casó con su tía boliviana (la famosa tía Julia), Julia Urquidi Illanes, provocando el enojo de toda su familia, especialmente de su padre, quien llegó a pensar en desheredarlo. Después de algunos años de casado con Julia, el escritor la dejó por una prima mucho menor que ambos: Patricia. Hoy con cerca de ochenta años, aunque con el Nobel en el bolsillo. Vargas Llosa anda arrastrando los pies detrás de Isabel Presley, lo cual a muchos les da pena. Patricia ha sido muy digna y tiene el cariño y el respaldo de sus hijos.

Otro caso que bordea la hilaridad es el de Pablo Neruda. Cambió a su fiel mujer Delia del Carril, “La Hormiguita”, que lo había encumbrado a los altares de la literatura mundial por sus contactos en Madrid, París y Roma, por una cupletera chilena de origen barrial, a quien convirtió en su mujer legítima y en la musa de “Los versos del Capitán”. (Se la llevó escondida a la isla de Capri, cuando lo perseguía la policía política de Chile). Pero Neruda era díscolo en amores y en los últimos años de vida se enredó en las ligas y medias de una sobrina de Matilde Urrutia, una joven de bonita cara y abundantes senos, llamada Alicia y que vivía con ellos en Isla Negra. Matilde los sorprendió un día in fraganti (en la cama) y como es dable de esperar en estos casos, montó en la yegua cólera y fue directo donde el Presidente Salvador Allende para pedirle que enviara a Pablo en una misión al extranjero. Así el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, se convirtió en el embajador de Chile en Francia. Sin embargo, la historia con Alicia no para aquí. A través de sus amigos Pablo pudo seguir en contacto con la joven, escribiéndole encendidas cartas que ella respondía y le llegaban a París a nombre de un conocido escritor chileno amigo y confidente del vate.
Como se observa, para el amor no hay fronteras y los diversos casos son historias que pueden ser noveladas sin problemas y sin muchos ajustes.
Y no son las únicas experiencias.

Quizá, ésta que citamos a continuación es de algún modo sorprendente: Iván Turgueniev, el famoso autor de Padres e Hijos, Primer Amor y Los relatos de un cazador (también se conoce como Memorias de un cazador) conoció en San Petersburgo a una cantante de ópera francesa de origen español. Se llamaba Pauline Viardot por el apellido de su esposo, un conocido hombre de letras ruso y que había traducido El Quijote. La mujer, según las crónicas de la época, tenía bonita voz, pero era agria y fea como un tropezón en la noche. La describen como chica, gorda, caída de hombros, casi sin senos y que cuando cantaba ponía cara de rana. Así todo Turgueniev se prendó totalmente de ella y la siguió donde ella fuera. Pero Pauline aparte de su mala figura, por increíble que fuera, tenía amantes a montones. No le costó mucho introducir al escritor en su círculo más íntimo, al punto de que hasta su esposo sabía de su relación con él. Turgueniev se compró en París una casa que quedaba a escasas tres cuadras de donde vivía su musa. De esta forma se formó “un ménage a trois” que primero escandalizó al público pero que más tarde se hizo rutina. Se cuenta que la mujer tuvo dos hijos del escritor: una niña llamada Paulinette y un chico que se bautizó como Paul. En cuanto al marido… bien, gracias.
Una cosa notable: Pauline cuidó al escritor hasta sus últimos días. Este murió en Bougival, Francia, 1883. Después ella lo sobrevivió por treinta años más, cantando en privado y recordando la lengua barba del escritor.
Por Ernesto Bustos Garrido
Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile), periodista, se formó en la Universidad de Chile. Al egreso fue profesor en esa casa de estudios, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, televisión y radio, funda-mentalmente en La Tercera de la Hora como jefe de Crónica y editor jefe de Deportes. Fue director de los diarios El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco. En los sesenta y setenta fue Secretario de Prensa de la Presidencia de Eduardo Frei Montalva, asesor de comunicaciones de la Rectoría de la U. de Chile, y gerente de Relaciones Públicas de Ferrocarriles del Estado. En los ochenta fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar. Desde fines de los noventa intenta transformarse en escritor.