Un relato corto de Abel Espil: Desde Adrogué hasta el centro de Bs. As.

Hay pueblos que están vacíos. La presencia de sus calles, casas y árboles no significan nada más que otro misterio. ¿Acaso no vivimos rodeados de fantasmas, hechos inciertos y realidades que no son visibles? Eso es lo que sentí la mañana de enero del 2017, cuando llegué a Adrogué.

Antes de arribar veía los autos vacíos, que rodaban para un lado y para otro, las calles limpias, y en la espera de un cruce de vías, pasó un tren largo, de muchos vagones y amarillo. Todo vacío…Todo vacío. Esa mañana pensé que estaba enfermo, no podía ver todo de tal manera. Me toqué la frente para comprobar algún síntoma de fiebre, luego el cuello. Todo manifestaba una temperatura normal. Al llegar a Adrogué, atiné a tocar los adoquines, estaban que hervían. Toqué la vereda, ocurría lo mismo. Toqué la acera pavimentada, estaba igual. Aún menos comprendía este lugar. No podía caminar hasta la puerta de la casa de Beatriz Irrasola. Daba uno o dos pasos y sentía las plantas de los pies quemados. Volví al coche, la llamé a los gritos. Tardó mucho en atenderme un silencio oscuro. Necesitaba explicarle lo que me estaba sucediendo. Volví a insistir y escuché una voz ronca, ajada. La voz de un hombre mayor. Su respuesta fue escueta, desagradable y poco entendible : «La sra. Beatriz ha muerto hace mucho».

Este hecho se sumó a mi primera impresión. Adrogué es un pueblo extraño. Cuando atiné a dialogar con él, sentí un brusco cortar del teléfono.

Me quedé en el auto con los ojos cerrados, sintiendo que el coche levantaba vuelo y que una suave briza se filtraba por las cuatro ventanillas.

No me animé a abrir los ojos. Dormité un rato, soñando lo absurdo de mis sueños. De repente, escucho una fuerte voz, acompañada de golpes potentes en el vehículo. Abro los ojos y descubro que estoy en medio de una manifestación. Todas personas con caras encapuchadas y allá a lo lejos, lo veo esbelto y firme, el Obelisco. Bajo la ventanilla de mi lado y oigo en forma clara los gritos al unísono de toda ese enorme multitud: “que se vayan… que se vayan… a la puta que los parió».

Desciendo del coche y una voz fuerte, crujiente , con muchos años de vida, grita : «Pelotudo, la señora Beatriz Irrasola junto a su hijo Gonzalo Irrasola, los hicimos mierda en las aguas del Río de la Plata».

Ya no solo Adrogué la siento vacía, sin sentido… también Buenos Aires había sido un pozo de mierda.

16 de Enero de 2017

Abel Espil

 

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