LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE
Lamar Herrin
La casa de los sordos (Chamán Ediciones, 2017)
Lamar Herrin (Georgia, 1940) ha publicado siete novelas, una de las cuales fue llevada a la televisión e interpretada por Kirk Douglas. Es autor también de un libro de memorias (Romancing Spain) y de relatos cortos, algunos de los cuales han visto la luz en revistas prestigiosas como The New Yorker, Harper’s, The Paris Review y Epoch. Es, además, profesor emérito de escritura creativa en la universidad de Cornell (Nueva York).
La editorial albaceteña Chamán Ediciones ha publicado recientemente una de sus novelas, La casa de los sordos, editada originalmente en 2005 en Estados Unidos, ahora traducida al castellano por el escritor Eloy M. Cebrián.
Hablamos con Lamar Herrin sobre La casa de los sordos.
Nota: Agradecemos que aunque Lamar escriba en su lengua materna, el inglés, se haya tomado la molestia, por iniciativa propia, de responder a estas preguntas en castellano.
Francisco Rodríguez Criado: Usted afronta en La casa de los sordos el problema del terrorismo de ETA desde el punto de vista de un extranjero, un hombre aparentemente tranquilo que ha sufrido los daños colaterales –y de qué modo– de un atentado. Durante muchísimo tiempo ETA ha copado los titulares de prensa en España –en ciertas etapas, tristemente un día sí y otro también– y ha sido abordada en numerosos ensayos. Sin embargo, ha habido cierto recelo a escribir sobre ETA desde el lado de la ficción. Usted es norteamericano. ¿Ese distanciamiento de los hechos puede ser una ventaja a la hora de escribir sobre un asunto que divide a la sociedad vasca y que indigna el resto del país?
Lamar Herrin: Supongo que sí. Pero llegué a España en diciembre de 1969, me casé con una valenciana un año más tarde y no volví a los Estados Unidos hasta agosto de 1973. Desde entonces he vivido varios años en España, años sabáticos y años como director de un programa para estudiantes de universidades de los Estados Unidos, y, desde que me jubilé en 2006, resido la mitad del año aquí en Valencia. Conozco España —bueno, al menos desde mi punto de vista. Quería escribir una novela que de alguna manera tratara del terrorismo, y el terrorismo que conocía casi de primera mano era el de ETA. Pero hay que decir la verdad. Hubo muchos norteamericanos que durante el régimen de Franco mostraban mostraron cierta admiración por ETA. Con la democracia esa admiración desapareció.
Toda novela tiene un germen, un punto a partida. ¿Cuándo y por qué decidió que quería escribir una novela de estas características?
Cuando estalló un coche bomba cerca de un cuartel de la Guardia Civil al lado del Parque Santander en Madrid, matando a un guardia civil pero también a un norteamericano que hacía footing alrededor del parque. Años antes, yo había hecho footing allí, y también estudiantes bajo mi supervisión en un programa de estudios en el extranjero. Me pregunté cómo habría reaccionado yo si una estudiante de mi programa hubiera muerto de esa manera. Ese fue el germen de la novela.
Hablemos sobre Ben Williamson, el personaje central de la novela. ¿Quién es? ¿Una víctima desnortada, un hombre que quiere venganza, alguien que aspira a racionalizar algo tan irracional como el terrorismo?
Un hombre perdido en su vida que, tres años después de la muerte de su hija, viene a España buscando claridad y, quizás, una razón de existir. Él viene a España sin saber por qué pero sintiendo una fuerte necesidad. Buscando, quizás, su destino aunque él nunca lo diría de esa manera.
Este personaje, a tener en cuenta la opinión de su exmujer y de Annie, su hija viva (la que no murió en el atentado), queda retratado como una persona no especialmente inclinada a la acción, en contraposición a su exesposa, que se presenta como una briosa agente inmobiliaria que se toma incluso la libertad de buscarle una posible novia a su exmarido. El narrador nunca explica de manera rotunda cuáles son las intenciones de Ben Williamson, quizá porque ni este mismo las sabe y ha de descubrirlas sobre la marcha. ¿Ideó el personaje desde el principio, o fue creciendo a su aire al compás de la novela?
Lo has dicho muy bien. “Briosa”. Esa es la palabra que mejor define a la exesposa. No sé si hay un narrador en esta novela. Está tratada desde dos puntos de vista: el de Ben y el de su hija Annie. Pero seguramente Ben va descubriendo quién es y de qué es capaz a lo largo de la novela. No quiero revelar demasiado —espero que haya un cierto grado de suspense— pero el cuchillo que aparece de repente en su mano coge a Ben por sorpresa, como si estuviera preguntándose: “¿Este hombre con un cuchillo en la mano, soy yo?”.
Siempre se ha dicho que ETA sería una banda terrorista impensable en un país como Estados Unidos, que tiene un componente identitario muy fuerte. ¿Cree usted que somos tan diferentes los españoles de los estadounidenses, social y políticamente hablando?
Sí, pero vaya pregunta. En la novela el exesposo de Paula Ortiz, Jorge Ortiz, dice que los españoles están tan identificados con la historia de su país y de su región y de su pueblo que nunca podrían romper todos esos lazos y crearse a sí mismos como él, Jorge, cree que sí han podido hacer los norteamericanos. Me fascinan esos lazos que los españoles sienten por su tierra, sus pueblos. Esos lazos locales, ese apego, se puede decir que desapareció desde el principio en los Estados Unidos. (Sé que estalló una guerra civil, pero ese es un asunto distinto.) Fíjate: un país tan grande, fundado y poblado por gente tan distinta que llegaron a hablar un mismo idioma. Bueno, ahora también en buena medida el español, pero sobre todo el inglés, de costa a costa y más o menos de buen grado, gente de todo el mundo que han borraron su pasado y se convirtieron en americanos.
Leo en la solapa del libro que vive usted con su esposa a caballo entre Ithaca (Nueva York) y Valencia. Cuando reside en Valencia, ¿se siente usted como el Ben Williamson de la novela, o ha perdido ya la sensación de extrañamiento ante esa cultura nueva que embarga al personaje?
Lamar Herrin: Bueno, dos ciudades, Ithaca en el estado de Nueva York y Valencia. No, no me siento ahora como Ben Williamson, pero me acuerdo de que cuando llegué a Valencia durante la Navidad de 1969, una Navidad de temperaturas suaves, con las ventanas de las casas y oficinas abiertas, se oían por todo la ciudad las voces de niños en las radios cantando como angelitos cantidades enormes de pesetas. Y me pregunté: “¿qué mundo es este tan raro al que he llegado?” (Hablo de ese momento, y de varios más, en mi libro de memorias Romancing Spain.)

La casa de los sordos exhala cierto aire intelectual. Ben Williamson, su exesposa, su hija, Paula –la mujer con la que mantiene una relación en Madrid–, el exesposo de esta, el propio narrador… Todos ellos parecen especialmente dotados para la reflexión intelectualizada. Son de esas personas capaces de vivir al tiempo que se hacen preguntas existenciales. No conozco bien su obra, más allá de La casa de los sordos y del cuento “Homenaje póstumo”, que publicamos no hace demasiado en este blog. Me gustaría saber si es una casualidad que todos sus personajes sean inteligentes y discursivos, o si es marca inconfundible de su estilo narrativo.
Quizás es una marca de mi estilo porque en mis novelas todo el mundo, de una manera u otra, y en grados distintos, está buscando algo, quizás, sencillamente, una razón para vivir, para continuar. Y, frecuentemente, para mí esa búsqueda está conectada con la tierra, con el sitio donde ocurre la novela. Y supongo que esto es especialmente fuerte en La casa de los sordos puesto que España es terra incognita para mis personajes, como acabo de explicar en la respuesta anterior.
En el cuento antes citado, “Homenaje póstumo”, narra el viaje que realizan Harry y su esposa Louis para encontrar al amor platónico de él, una chica a quien él conoció en la universidad, cuando ambos tenían diecinueve años. También en este cuento nos encontramos con un viaje (en esta ocasión sin salir de Estados Unidos), con una mujer aparentemente más fuerte que el marido –hasta el punto de que es ella quien le propone a él ir en busca de ese amor platónico– y con una universitaria fallecida. Tanto Harry como Ben Williamson recorren una gran distancia para buscar los rastros de alguien que ya ha muerto. ¿Es el duelo una de las señas de identidad de su obra?
¡Vaya, cuántas casualidades! No lo había pensado. Pero es verdad, varias de mis novelas y cuentos tratan de viajes, quizás porque los norteamericanos nacemos viajando. Y supongo que los cuentos y novelas que no tratan de alguna forma sobre la muerte y el duelo tampoco tratan sobre la vida porque, obviamente, una no existe sin la otra.
Dorothy Parker, J.D Salinger, Raymond Carver, Truman Capote. Estos escritores y muchos otros dieron a conocer su obra en revistas como The New Yorker, en la que usted colabora o ha colaborado. Era una forma de hacer carrera literaria y de ganarse un sueldo. Conozco muchos escritores españoles, pero no conozco ninguno que pueda vivir de los cuentos que publica en revistas (ni tampoco en libros). ¿Cree usted que Estados Unidos le ha concedido siempre mayor relevancia al género del cuento de lo que se hace en España? Y si es así, ¿por qué?
No lo sé. Sé que algunos académicos afirman que el cuento como obra de arte (“art form”) se originó en los Estados Unidos y hablan de Poe y O’Henry. O Washington Irving y Nathaniel Hawthorne. Poe, sí, quizás. Twain empezó también como cuentista. Me acuerdo de lo que me dijo una australiana hace años en un tren entre Valencia y Barcelona: que la literatura clásica australiana fue escrita por mujeres porque los hombres no tenían tiempo de escribir novelas largas. Estaban “conquistando” la tierra. Quizás los norteamericanos tampoco tenían tiempo para novelas largas. ¡Cuéntame un cuento y se acabó! Acuérdate de que Moby Dick fue un gran fracaso durante la vida de Melville.
¿Cuál es su relación laboral con Eloy M. Cebrián, el traductor de su obra al castellano? ¿Mantienen algún tipo de contacto colaborativo durante la traducción para ir solventando dudas?
Sí, mantuvimos una relación muy buena. Él me mandaba los capítulos traducidos y yo los leía y le ofrecía sugerencias. Y créeme si te digo que Eloy ha corregido bastantes detalles míos, digamos, no muy acertados. Casa de los sordos es una novela de bastante tensión, difícil de trasladar de un idioma al otro. Pero creo que Eloy, él mismo un novelista muy bueno, lo ha hecho de maravilla.
Y, ya para terminar, ¿podría recomendarnos un cuento o un poema?
¿Uno? Bueno, un poema de Theodore Roethke, The Waking, que contiene el siguiente verso: What falls away is always and is near.
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