Escritor, historiador, filósofo, abogado, polemista, miembro de la Real Academia Francesa, millonario… Ese era Voltaire (seudónimo de François-Marie Arouet), autor prolífico durante más de sesenta años pasando sus reflexiones y narraciones al papel.
Padre de libros inmortales como Cándido, Zadig o el destino, Tancredo o Diccionario filosófico, escribió también narraciones breves, como por ejemplo los dos cuentos que ofrecemos a continuación: “Fábula hindú” y “Guerra”, que conviene leer como lo que son: dos alegorías en clave socio-políticas.
Dos joyas literarias que cualquier buen lector agradecerá. :–)
Dos relatos cortos de Voltaire
Fábula hindú
Adimo, el padre de todos los hindúes, tuvo dos hijos y dos hijas de su mujer Procriti. El mayor era un gigante vigoroso, el menor era un pequeño jorobado, las dos niñas eran bonitas. Desde que el gigante sintió su fuerza, se acostó con sus dos hermanas y se hizo servir por el pequeño jorobado. De sus dos hermanas, una fue su cocinera; la otra, su jardinera. Cuando el gigante quería dormir, empezaba por encadenar a un árbol a su hermano pequeño el jorobado, y cuando este huía, lo alcanzaba de cuatro zancadas y le daba veinte latigazos con nervios de buey.

El jorobado se hizo sumiso y llegó a ser el mejor vasallo del mundo. El gigante, satisfecho de verlo cumplir sus deberes de vasallo, le permitió acostarse con una de sus hermanas, de la que él estaba ya cansado. Los hijos que nacieron de este matrimonio no eran del todo jorobados, pero tenían una figura bastante contrahecha. Se les educó en el temor de Dios y del gigante. Recibieron una excelente educación; se les enseñó que su tío era gigante por derecho divino, que podía hacer de su familia lo que quisiera; que si tenía una sobrina bonita, o sobrina nieta, sería para él solo sin dificultad, y que nadie podría acostarse con ella si él no quería.
Muerto el gigante, su hijo, que no era ni mucho menos tan fuerte ni tan alto como él, creyó, sin embargo, ser gigante, como su padre, por derecho divino. Pretendió hacer trabajar para él a todos los hombres y acostarse con todas las jóvenes. Su familia formó una coalición contra él, fue derrotado y se constituyó una república.
Cuento de Voltaire: Guerra
Un genealogista prueba que un príncipe desciende en línea directa de un conde cuyos padres habían hecho un pacto de familia, hace 300 ó 400 años, con una casa cuyo recuerdo ni tan siquiera subsiste. Esta casa tenía vagas pretensiones sobre una provincia, cuyo último poseedor murió de apoplejía. El príncipe y su consejo concluyen que esta provincia le pertenece por derecho divino. Esta provincia, a varios cientos de lenguas, protesta que le desconoce, que no tiene ninguna gana de ser gobernada por él; que para dictar leyes a unas gentes hay que tener, al menos, su consentimiento. Estos discursos ni tan siquiera son oídos por el príncipe, cuyo derecho es irrefutable. Encuentra, al punto, un gran número de hombres que no tienen nada que hacer ni que perder. Les viste con un grueso paño azul, pone un ribete a sus sombreros con un grueso hilo blanco, les hace girar a derecha e izquierda, y marcha hacia la gloria.
Los demás príncipes, cuando oyen hablar de esos hombres en armas, toman parte en la empresa, cada uno según su poder.
Pueblos lejanos oyen decir que va a haber lucha, y que se ganan cinco a seis monedas por día si se toma parte en ella. Y van a vender sus servicios a quien quiera comprarlos.
Esas multitudes se encarnizan una contra otra, no solo sin tener ningún interés en el proceso, sino, incluso sin saber de lo que se trata.
Se encuentran a la vez cinco o seis potencias beligerantes: tan pronto tres contra tres, como dos contra cuatro o una contra cinco, detestándose por igual unas y otras, matándose y atacándose una y otra vez, de acuerdo todas en un solo punto: hacer el mayor mal posible. Cada jefe de asesinos hace que se bendigan sus banderas e invoca a Dios solemnemente antes de ir a exterminar a su prójimo.
Cuando ha habido un exterminio de cerca de diez mil, a hierro y fuego, y ha sido destruida una ciudad cualquiera desde sus cimientos, entonces se entona un cántico bastante largo, dividido en cuatro partes, compuesto en una lengua desconocida para todos los que han combatido y, además, llena de barbarismos. El mismo cántico sirve para casamientos, nacimientos y homicidios.
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