PAREDES DE CRISTAL
Ana Mª Morales Malmierca (España, 1951)
Dentro de ti, me sentí insignificante, pequeñita, como una niña flotando en el interior de una descomunal pompa de jabón y envuelta en sus frágiles paredes arcoíris; burbuja cálida y acogedora, con tonalidades y matices de infinitos colores. Me sobrecogió tu grandiosidad elevándote hacia el cielo, y me impresionó tu osadía de llegar hasta las bóvedas y colocar los extremos apuntados de tus ventanales entre sus nervios: para ganar terreno a las sombras, quitar protagonismo a las piedras y triunfar con tus paredes de cristal.
Ahora y desde la distancia, te confieso que llegué preocupada porque con el cielo cubierto, faltaban rayos de sol que extrajeran de las entrañas de tus vidrieras colores más vivos y nítidos y que tus transparencias fueran potentes. Pero enseguida me tranquilicé cuando me explicaron que, con el exceso de luz, pueden aparecer sombras inoportunas o tonos estridentes que, como el encendido arrebol en el rostro de una mujer hermosa, destruyan belleza, y en tu caso además, alteren tu armonía cromática o interrumpan la narración de tus relatos.
Me enamoraste al conocer tus intimidades, tu cuerpo y alma al desnudo, tus enigmáticos símbolos en el hechizo de las historias, mitos y leyendas que guardas con sigilo, y que solo cuentas cuando la luz traspasa los vidrios emplomados de tus magníficos rosetones y ventanales.
Catedral de León, me encantaría hacer eterna, como la luz que te inunda y te da vida, mi visita demasiado fugaz; pero volveré para verte en las sombras de la noche, porque sé que hasta con luz artificial eres bella. Te contemplaré desde fuera; veré cómo tus agujas, gárgolas y toda tu piel cobran vida, y comprobaré que desde tus entrañas, como una jaula transparente, proyectas tu alma hacia fuera, a la tierra y a los cielos y puedes ser capaz de contrarrestar hasta los brillos de las estrellas.
Cuidada y mimada Pulchra Leonina, joya del gótico, eres altiva, dulce y delicada, única en el mundo por tus particularidades arquitectónicas, pero sobre todo, porque te enriquece y da enjundia la luz que te da vida cuando arranca de tus primorosas vidrieras soberbias e inigualables transparencias.

Comentario de Miguel Díez R.
Ana Morales Malmierca, además de ser una gran amiga de Paz y mía, es una exigente lectora de cuentos y seguidora incondicional de Narrativa Breve.com.
Hace ya varios años le recomendó a Fran Rodríguez Criado un relato para la sección de Los mejores 1001 cuentos literarios de la historia. El relato elegido me pareció un acierto total, pues “Bolsas” de Raymond Carver es un ejemplo paradigmático del denominado «Dirty realism» o minimalismo literario norteamericano y, sin embargo, no es un título de los siempre presentes al seleccionar cuentos del autor norteamericano.
Ana añadió a su recomendación el siguiente breve y acertado comentario, allí reproducido junto al cuento citado:
Valiéndose de un encuentro entre un padre y un hijo, Carver va más allá y muestra unos personajes de vidas corrientes, pero distantes y sin el menor aprecio o cariño entre ellos. El padre, solitario, busca la atención del hijo siempre insensible y lejano.
Desde el comienzo hasta el final, me he sentido atrapada por una prosa concentrada, reducida hasta el límite, de diálogos cortos y sin adornos retóricos. Carver continuamente provoca al lector, sugiere y crea tensión. Me gusta cómo muestra, de forma simultánea, momentos distintos en tiempo y espacio: diálogo entre los dos, lo que cuenta el padre, los pensamientos del hijo o lo que sucede alrededor.
El cuento me ha encantado y, al finalizar su lectura, me ha quedado una doble sensación. Por un lado, desagrado por la existencia de estos personajes vacíos, de vida mediocre, incomunicados y de total indiferencia ante los demás, a los que con tanta maestría da vida Carver. Por otro, me he sentido plenamente satisfecha al disfrutar de esta obra maestra del minimalismo literario.
El invierno pasado Ana realizó con unos amigos una visita a León y se sintió sobrecogida al encontrarse dentro del prodigio de aquella catedral que contemplaba por vez primera. Al regresar a Madrid escribió el texto hoy reproducido y que me dedicó a mí como leonés.
Se trata de un texto de prosa poética en el que habla directamente con la catedral de León y expresa con acendrado lirismo el extrañamiento al hallarse entre las mágicas paredes de luces de colores de la catedral. Se siente pequeñita y hace una acertada comparación como si estuviera envuelta en una irisada pompa de jabón. Es muy acertada la impresión que le produce la ascensión hacia las bóvedas y los altos vitrales y cómo van ganando terreno a las sombras, quitando protagonismo a las piedras con el triunfo incontestable de las paredes de cristal.
La falta de sol de aquel día invernal, aunque no resaltó los colores más vivos y nítidos, le sirvió a la autora para poder contemplar, sin estridencia resplandeciente, la tenue armonía cromática, suficiente para conocer o, tal vez, presentir todos los extraños símbolos y leyendas guardados celosamente en la desnudez característica del templo mayor leonés.
Ana quisiera completar la impresión ante tanta belleza con otra visita, cuando, iluminada interiormente con luz artificial, pueda, en las sombras de la noche y desde fuera, descubrir la piel del entramado arquitctónico – en palabras de Unamuno: a la ligereza y esbeltez del interior corresponde una robusta y complicada fábrica exterior–, gracias al alma luminosa que se escapa de la catedral e ilumina con un brillo que confronta al de las mismas estrellas.
Termina el texto con una especie de epifonema que recoge, en síntesis, la grandeza arquitectónica delicada y original y la luz inigualable de las transparencias de la catedral de León
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La catedral de León es conocida, como es bien sabido, por el conjunto de sus vidrieras, el más importante y prodigioso del mundo junto con el de la catedral de Chartres. Vidrieras, en una considerable parte, originales de los siglos XIII y XVI, hecho poco frecuente en las catedrales de aquella época.
Según los estudiosos, la técnica de la vidriera proviene en su origen de la cultura musulmana, y el arte cristiano la utilizó ya desde el siglo XI para alcanzar su máximo esplendor en los siglos XIII y XIV, hasta mediados del XVI. A partir de ahí, se va perdiendo el aprecio por el arte medieval hasta llegar a un momento en el que los vitrales desaparecen de la mayoría de los templos. Este proceso, unido a la fragilidad del vidrio emplomado, explica que se conserven tan pocas y excelentes muestras como las de la catedral leonesa.
En la época de máximo esplendor, como en el caso que nos ocupa, los vitrales eran parte fundamental del templo. El dominio de la técnica de los arbotantes posibilitaba los gruesos muros como sostenes y por eso se abrían enormes ventanales que, recubiertos de vidrieras, proporcionaban a las catedrales luces y colores mágicos.
El conjunto de la catedral de León cuenta con 134 ventanales y 3 impresionantes rosetones, en total unos 1.764 metros cuadrados de superficie.
Según el pensamiento religioso del mundo medieval, la iconografía de los vitrales está organizada de forma tripartita. Los ventanales altos reproducen escenas bíblicas, en definitiva, el cielo. Las vidrieras de altura media, escudos nobiliarios y eclesiásticos –al que se añadieron muy posteriormente escudos de ciudades–, el mundo de los hombres representados por los dos primeros estamentos, la nobleza y el clero. Los vitrales inferiores de las naves laterales representan la tierra, el mundo vegetal y diversas tareas propias del pueblo “pechero”, el que pagaba personalmente diferentes impuestos por oposición a los privilegiados por razón del estamento (nobleza y clero) o por otras razones como fueros territoriales o mercedes reales.

Termino con el famoso texto de Miguel de Unamuno en el que expresa su
admiración en una visita a la catedral leonesa
Hay un dístico latino que refiriéndose a cuatro de nuestras viejas catedrales españolas reza así:
Sarcta ovetensis, pulchra leonina;
dives toletana, fortis salmantina;
es decir: Santa la de Oviedo, por sus muchas reliquias; bella la de León, rica la de Toledo, fuerte la de Salamanca, la vieja, la románica, no la nueva, la que en el siglo XVI se empezó. Y he traducido pulchra por bella, como pude traducir elegante o bonita. Y lo es más, sin duda, que no hermosa. Porque esta elegantísima y bella catedral gótica leonesa no tiene ni lo pintoresco y variado de la de Burgos, ni la magnificencia de la de Toledo, ni la solemnidad de la románica sede de Santiago de Compostela, ni el misterio que tienen las de Ávila y Barcelona, menos celebrada esta última que merece serlo. La catedral de León se abarca de una sola mirada y se la comprende al punto. Es de una suprema sencillez y, por lo tanto, de una suprema elegancia. Podría decirse que en ella se ha resuelto el problema arquitectónico, a la vez de ingeniería y de arte, de cubrir el mayor espacio con la menor cantidad de piedra. De donde su aérea ligereza y aquellos grandes ventanales, cubiertos de vidrieras con figuraciones policromas, donde la luz se abigarra y se alegra en tan diversos colores.
Andanzas y visiones españolas, 1922
Miguel Díez R.