Hoy toca hablar de la suerte (buena o mala) en los comienzos del escritor, y lo haremos de la mano del gran escritor francés Charles Baudelaire, autor de libros emblemáticos como Las flores del mal, pero también de cuentos, poemas en prosa y textos a modo de consejos para nuevos escritores.
Doy un fragmento de esos consejos para escritores, que he tomado de un viejo librito que tengo en casa, Cuadernos de un disconforme, publicado por la editorial Errepar (Buenos Aires, 1999).
El texto en cuestión es una aguda reflexión sobre la suerte (buena o mala) que disfrutan o padecen los nuevos autores.
Buena y mala suerte en los comienzos del escritor
Los jóvenes escritores que, hablando de un colega, dicen con acento teñido de envidia: “Buen comienzo, ¡ha tenido suerte!”, no piensan que todo comienzo ha estado siempre precedido y es el resultado de veinte comienzos desconocidos.
Yo no sé si, en cuanto a reputaciones, el relámpago de éxito ha existido alguna vez; creo, en cambio, que un éxito es, en una proporción aritmética, según la fuerza del escritor, el resultado de logros anteriores, muchas veces invisibles a la mirada común. Existe la lenta progresión de los éxitos moleculares; pero creaciones milagrosas y espontáneas, jamás.
Aquellos que dicen: “Tengo mala suerte”, son los que no han obtenido todavía suficientes éxitos previos, y lo ignoran.
Hay miles de circunstancias que rodean la voluntad humana, y que poseen sus causas legitima; forman una circunferencia en la cual está encerrada la voluntad; pero está circunferencia es móvil, viva, cambiante, y modifica su centro y su círculo todos los días, a cada segundo. Las voluntades humanas encerradas allí varían a cada instante su juego recíproco y es esto lo que constituye la libertad.
Libertad y fatalidad son dos contrarios; observados de cerca y de lejos, son una sola voluntad.
Por esto, no existe la mala suerte. Si tienes mala suerte es que te falta algo; debes estudiar los juegos de voluntades vecinas para desplazar con más facilidad la circunferencia.
Un ejemplo entre mil. Varias de las personas que estimo y quiero lanzaron contra los escritores actualmente populares –Eugène Sue, Paul Féval– verdaderos logogrifos; pero el talento de aquellos, por frívolo que sea, no existe menos por eso, y la cólera de mis amigos no existe- o existe menos– pues es tiempo perdido o sea, lo que menos vale en el mundo. El problema no es saber si la literatura del corazón o de la forma es superior a la que está de moda. Lo que digo es verdad, por lo menos para mí. Pero no será más que una verdad a medias, mientras no hayas demostrado en el género que quieres imponer tanto talento como Eugène Sue en el suyo. Ilumina con el mismo interés los nuevos medios; despliega una fuerza equivalente o superior en un sentido contrario; dobla, triplica o cuadriplica la dosis hasta una concentración semejante y no tendrás el derecho de decirme burgués, pues burgués estará de tu lado. Hasta entonces, ¡vae victis!, no hay más verdad que la fuerza, que es la justicia suprema.
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