Retomamos los cuentos infantiles. Hoy Margarita Schultz nos ofrece el cuento para niños «Neko y las hojas sorprendentes». Conoceremos el caso de unas hojas realmente extraña que abundan en el bosque y que, según las malas lenguas, producen un profundo sueño…
Este cuento infantil forma parte de la serie Historias de Neko, con textos de Margarita Schultz e ilustraciones de Alejandra Ramírez, quienes en su momento ya nos ofrecieron un cuento intail sobre la solidaridad.
Cuento infantil: Neko y las hojas sorprendentes
Kashikoi y Usagi, preocupados, buscaban a su amigo Neko. Habían oído comentarios muy inquietantes. Y como suele suceder, cada quien agregaba algo de su invención. ¿Qué pasaba? Se murmuraba que en el bosque había unas hojas que producían Un Profundo Sueño. ¡Unos decían que eran sabrosísimas y los sueños eran maravillosos! Otros, ¡que eran horripilantes y provocaban pesadillas! Alguien comentó que no tenían gusto a nada y que, además, estaban tan escondidas que no había cómo encontrarlas…
¡Muchos soñaban con soñar! Querían descubrir esas hojas, comerlas y tener sueños maravillosos…
Ya se habían formado grupos de expedición para buscarlas. Unos decían que había que ir de noche con linterna, otros, que no hacía falta llevar linterna porque las hojas tenían una luz como de luciérnagas.
Comenzaron otras disputas.
–La primera hoja que encontremos ¡será para mí! Porque yo soy mayor…
–¡De ninguna manera! ¡La primera hoja que encontremos será para mí! Porque yo soy más alto…
–Y yo más delgado!
¡¡Más, más, más!! Así cada quien trataba de ponerse por encima.
Lo que no sabía nadie, sino sólo los conejos Kashikoi y Usagi, era que ese sueño no era un sueño cualquiera, como el que se tiene por las noches. Era… un sueño diferente. ¿Cómo lo sabían? Porque la rana del estanque, antes de saltar al agua
–¡plump!, les había confiado el secreto.
La rana había dicho algo alarmante:
–¡Ese es el temible sueño del olvido!
–¡¡El sueño del olvido!! ¡Uy! ¿Cómo hizo la rana para saberlo? –se preguntaban Kashikoi y Usagi.
–Ella está quieta largas horas, y observa todo lo que está a su alrededor –sentenció Kashikoi.
–¡Pero esas cosas no se aprenden mirando! –replicó Usagi sin dar más explicaciones.
No se trataba de un olvido cualquiera, como cuando uno olvida dónde dejó las llaves… sino ¡del olvido de la vida!… ¡¿Qué?!
Porque quien comiera una hoja olvidaría su nombre, quien comiera dos, olvidaría dónde está su hogar, quien comiera tres, olvidaría quiénes son sus amigos… ¡con cuatro hojas se llegaba a olvidar todo!
–¿Cuánto tiempo podría durar ese efecto? –se preguntaban los amigos–. ¿Será para siempre?
No había dónde averiguarlo. Nada había dicho la rana sobre eso. Y ahora seguro estaba en las profundidades del estanque.
Kashikoi y Usagi conocían bien a Neko. Él era ¡un modelo de amigo! Siempre dispuesto a ayudar, a escuchar y consolar, a brindar alegría! Pero, Neko, además de buen amigo, era un glotón y un aventurista. Si encontraba esas ‘hojas olvidantes’ seguramente se sentiría asombrado por su aspecto diferente al de otras hojas, se acercaría curioso, y podría tratar de probarlas sin saber…
Y si lo hacía ¿entonces?
¡EL DESASTRE!
–¡Ojalá Neko no encuentre las hojas!
–Si es de día puede ser que no las distinga por su luz especial…
–Pero en el bosque profundo la sombra es muy espesa… es casi como si fuera de noche.
–¡Ojalá lleguemos a tiempo para que no alcance a comerlas!
Los dos amigos decidieron ir al bosque. Buscaban dos cosas, ante todo a su querido Neko. Además, buscaban las hojas del olvido. Pensaron cosecharlas para que nadie más las pudiera encontrar y comer. ¿Olvidarse de su propio nombre? ¿Olvidarse de los amigos? ¿Olvidarse de todo? ¡Había que impedirlo!
Pero… si quedaran las raíces ¡volverían a crecer! ¡Tenían que encontrar una solución!
Caminaron hacia el interior del bosque. A medida que entraban hacia lo más espeso, tenían más dificultades para avanzar… ramas y raíces tejían la dificultad. Ya no se veía la luz del cielo en lo alto, tan juntas estaban las copas de los árboles…
Un búho chistó a lo lejos, ‘tschit’; una rama craqueaba con el viento produciendo un sonido especial al ir y volver: ‘crac, crac’. El bosque en ese lugar tenía un olor muy especial, a humedad, a oscuridad, a hojas envejecidas…
Kashikoi y Usagi iban muy juntos, ¡no fuera cosa que, en la negrura, se perdieran el uno del otro!
En eso vieron a lo lejos dos luces amarillas…
–Son luciérnagas –dijo Usagi, mientras se esforzaba por distinguir.
–¡Pero las luciérnagas van y vienen, prenden y apagan, se separan y se juntan! Y estas dos están muy quietas y a la misma distancia…! –replicó Kashikoi, con su habitual sentido común.
Lo que aún no sabían ambos amigos era que aquellas luces eran ¡los ojos de Neko en la oscuridad!
–¡Nekooo! –gritó Kashikoi
–¡Neeeko! –gritó a su vez Usagi.
–Avancemos –dijo Kashikoi, tenemos que llegar hasta allí.
–¡Kashikoi! –tembló Usagi–. Neko no nos responde… No he vuelto a ver las luces de sus ojos! ¿Habrá comido de las hojas olvidantes y ya no conoce su nombre? ¡Tal vez ya no recuerda que se llama Neko! ¿Qué más habrá olvidado?
En eso de andar, dejaron de ver esas luces, que no eran luciérnagas. Pero, junto al tronco de un árbol mayor, había algo que relumbraba y se movía en todas direcciones, como si fueran las algas entre los acantilados, en la orilla del mar…
Usagi, se adelantó. Kashikoi, conociendo a Usagi, atinó a decirle:
–¡Cuidado, Usagi! ¡Pueden ser las hojas olvidantes resplandecientes; quieren atraer para que las coman! ¡Ya lo entendí, su tarea es que avance el olvido…! ¿Para qué? Para sentirse poderosas… ¡Pero los amigos siempre queremos que avance el recuerdo!
Sin embargo, el aviso llegó tarde. Usagi ya había comido una de esas hojas y no supo que le hablaban a él. Había olvidado su nombre. A la vez, comenzaba a sentir un sueño tan agradable que se abandonó al placer de soñar.
Las hojas del sueño del olvido eran difíciles de resistir… por eso eran tan peligrosas.
Kashikoi, sabio y prudente, se dijo:
–Tengo que saber qué sucede con esto. Para entender lo que pasa voy a probar solo un poquito, solo un poquito.
Y se contuvo apenas dado el primer bocado. Usagi dormía sobre el pasto, y él casi, casi, cae en un sueño profundo.
De Neko nada supo hasta que… escuchó una profunda respiración.
–Haaaa–haaa–, haaaa–haaa…
–¡Es Neko –pensó–. Seguro es él!
Dejó junto a los pies de Usagi tres hojas olvidantes, algo escondidas para que iluminaran el lugar y él pudiera reencontrarlo. Después comenzó a buscar a Neko. Iba escuchando la respiración, que cada vez se hacía más intensa. Entonces tropezó con algo y cayó.
–¡Aaay!! –se quejó Kashikoi…
Era un formidable tronco de árbol, que le machucó las patas y la nariz.
Casi enseguida oyó la voz de Neko.
–¡Hola! ¿Quién es? ¡Estoy aquííí! –gritó Neko desde el fondo del tronco.
Había comenzado a despertarse al escuchar el grito de dolor de Kashikoi. Pero como comió tres hojas no pudo reconocer la voz de su amigo.
–Neko, ¿dónde estás? ¡Soy yo, Kashikoi!
–¿Kashikoi? ¿Kashikoi?… ¿Quién es Kashikoi? Yo estoy aquííí, en el fooondo, ¡sobre las raííices! ¡No puedo salir! Soy… soy… ¡no sé quién soy!
–Ay –suspiró Kashikoi esta vez, a punto de perder la paciencia–. ¡¡Habrá que sperar que amanezca…!! Neko todavía no sabe quién es. ¿Cuántas hojas comió?…
Tengo un amigo dormido allá, y otro amigo en el fondo de un tronco, que no me reconoce… ¡Por favor, que venga el soool! –se oyó su voz angustiada, en los alrededores, clamando por ayuda.
Kashikoi pensó que con la luz solar se arreglarían las cosas.
Kashikoi, el sabio, no sabía qué más hacer en ese momento…
Pero muy pronto, cuando el sol comenzó a jugar con sus brillos entre las hojas de los árboles, Kashikoi descubrió una solución al contemplar las ramas de un sauce que jugaban a que sí y que no, yendo y viniendo con la brisa matinal.
–¡Eso! ¡Sí! ¡haré una cuerda trenzando ramas de sauce! ¡Son firmes, resistentes! Y en cuanto despierte Usagi, echaremos la cuerda de sauce por el hueco del árbol. Neko ha de tomarse del extremo ¡y lo iremos izando entre los dos poco a poco hasta la superficie! Al vernos, con la luz del sol, haz saber quiénes somos y quién es él… ¡seguro! ¡Tiene que resultar!
Usagi tendrá que despertar porque su ayuda es necesaria –siguió diciéndose Kashikoi mientras iba hasta el sauce llorón.
Usagi dormía como bebé confiado, y a su lado las hojas olvidantes ya casi no emitían luz. ¡Se veían sin energía! ¡Sus tallos parecían sogas abandonadas!
¡Estamos salvados! se dijo Kashikoi, “¡estas hojas tienen una vida corta y van a desaparecer! Solo falta que Usagi y Neko recobren la memoria…”, pensó, mientras iba cortando unas ramas del sauce llorón.
Pero éste fue un sauce llorón que lo hizo sonreír.
Las autoras
Margarita Schultz es Doctora en Filosofía. Ha publicado libros para niños y adultos (Filosofía Estética y Narrativa). Es colaboradora de “Narrativa Breve”. (Texto).
Alejandra Ramírez se formó como artista visual en la Universidad de Chile. Continuó estudios en Educación escolar y se desempeñó como Profesora de arte en colegios. Es ilustradora de cuentos para niños. www.momoilustraciones.cl (Ilustraciones)
La serie Historias de Neko se desarrolla con el método de interacciones propositivas entre autora e ilustradora.
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Última actualización el 2023-09-23 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados