Dice Antonio Muñoz Molina (ayer mismo, en la sección de Cultura de ABC) que la escritura de una novela no es algo que se pueda programar. Me consta que muchos escritores no estarán de acuerdo, escritores del método Nabokov (o similar) que se pertrechan, antes de escribir una sola palabra, para organizar y esbozar la trama, los capítulos, los personajes y todo lo que sea menester con tal de evitar que queden hilos sueltos en su narración.
Por mi parte, coincido bastante con la opinión de Muñoz Molina. Es más, no solo considero difícil programar la escritura de una novela, sino que lo considero contraproducente. La ventaja de escribir creación –sobre todo cuando los textos son o resultan ser largos– es que muchas veces no sabes adónde vas a llegar y, si me apuras, ni siquiera sabes de dónde partes. Esa brújula díscola convierte la escritura en una aventura en el sentido más estricto de la palabra.
Volviendo a Nabokov, días atrás leí que compaginaba su inmenso talento literario con un sólido bagaje profesional en el mundo de la ciencia, y que antes de convertirse en un novelista famoso escribió una decena de estudios sobre diversas especies de mariposas, tema en el que se había formado desde muy niño. Nunca hasta entonces me había planteado qué relación podría tener la literatura con las mariposas, pero el hecho de que a Nabokov le ayudara su formación científica con los lepidópterospara desarrollar con todo detalle personajes como la preadolescente Lolita demuestra que a la hora de escribir, valga la paradoja, no hay nada escrito, y que cada cual se las apaña como puede.
Muñoz Molina, en fin, se fue a Lisboa con numerosas anotaciones dispuesto a escribir una novela concreta y regresó a casa con otra muy diferente.
Ante la postura demiúrgica de Nabokov (que lo quiere tener todo bien atado), me quedo con la escritura imposible de programar, espejo de la propia vida.
Francisco Rodríguez Criado, El Periódico Extremadura, 20 de marzo de 2019