Tres microrrelatos de Miguel Á. Molina
Miguel A. Molina acaba de publicar un libro de micorrelatos en la editorial La Kermesse Heroica. El libro, titulado Diluvio personal, está formado por numerosas historias cortas con un denominador común: todas tienen 99 palabras. (Un modus operandi que ya pudimos ver en su anterior libro, 99 x 99. Microrrelatos a medida).
Os dejo tres de sus microrrelatos y de paso os informo que Miguel presentará Diluvio personal el próximo viernes, 10 de mayo de 2019, a las 19:00 en la librería El olor de la lluvia (C/Maldonadas, 6. Madrid).
Le acompañarán:
Agustín Sánchez Antequera (editor), Antonio M. Figueras (director de la colección) y Sara Nieto (escritora y autora del prólogo).
3 MICRORRELATOS DE DILUVIO PERSONAL
PRIMERIZOS
El bebé sigue llorando. La madre, primeriza, desconoce si son gases, sueño, hambre, algún dolor… Llevan poco juntos y aún no se han acoplado. Le da el pecho, masajea su tripita, la acuna, intenta que eructe, le canta… Sin resultado. Lleva días en vela, pero no quiere pedir ayuda para que no la acusen de inútil. Entra en la bañera y al apoyar el bebé en su pecho el niño cae rendido. Al calor del agua la madre también se duerme. El narrador, cansado de historias tristes, deja que sea la imaginación del lector la que finalice el relato.
EUFEMISMOS
Estaba cansado de oír que el padre de Antoñito era especialista en distribución de documentos, el de Vicentón, técnico en mantenimiento de vía pública y el de Andresín, en lógica aplicada a la energía combustible. Estaba harto de que se mofasen cuando contaba que su padre no trabajaba y en casa pasaban hambre.
Al triunfar el pronunciamiento militar las risas pararon y aparecieron las acusaciones de apropiaciones indebidas, relaciones impropias y desvío de fondos. Desde entonces no hubo correo, las calles se llenaron de basura y la gasolinera cerró. No le importó; su padre fue nombrado administrador de justicia.
TRASTO
Desde hace tiempo vaga por casa como un fantasma y para su familia es un adorno más entre el conjunto de muebles y enseres. Ha sabido que se mudaban esta mañana cuando los operarios, tras cargas con libros, ropa y vajilla, han ido a por él. Se ha agachado, lo han doblado hacia delante, otro doblez por debajo, y envuelto con plástico de burbujas. Él solo ha dado facilidades. Ni tan siquiera le ha importado cuando lo han metido en una de esas cajas que siempre acaba en el trastero. Esas que tras la mudanza jamás vuelven a abrirse.
Miguel A. Molina
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