LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE
Mireya Maldonado Hualde
Flores y rejas (Caligrama, 2019)
Mireya Maldonado Hualde ha publicado recientemente en la editorial Caligrama la que es su primera novela, Flores y rejas, un relato de 224 páginas que aborda por un lado la circunstancia personal de su protagonista, una psicóloga que trabaja en la cárcel, y por otro, el microcosmos de las prisiones, un terreno inhóspito que ha sido tratado una y otra vez (con mayor o menor acierto) por el cine y la literatura.
Hoy hablamos con la autora de Flores y rejas para que nos abra el camino hacia su libro y de paso hacia un mundo (el de la cárcel) del que muchas veces opinamos con prejuicios y sin apenas tomarnos la molestia de conocerlo.
Francisco Rodríguez Criado: ¿En qué momento y por qué decidió escribir Flores y rejas? ¿Fue una espina clavada que tenía que quitarse?
Mireya Maldonado Hualde: No fue tanto una espina como la constatación del desconocimiento general hacia las personas que están en las prisiones, tanto las presas como las que trabajan en él, y me pareció interesante darlo a conocer.
Como decía en la breve introducción, la prisión es un entorno hostil en la vida real, un drama humano en el que nadie quisiera caer, pero a la vez una fuente inagotable de material literario y cinematográfico. Yo mismo he leído bastantes libros y he visto numerosas películas y series televisivas sobre el tema, y siempre me he preguntado si estos productos culturales aportan una visión realista del mundo entre barrotes, o si tan solo utilizan ese entorno para entregarnos un producto interesante. ¿Usted cree que el cine y la literatura transmiten una visión realista de lo que realmente “se cuece” entre barrotes?
Existen muchos tipos de cárceles y nada tienen que ver unas con otras, según el país en el que se encuentren y según el tipo de delitos que recogen. La cárcel que yo he conocido no se parece ni aproxima en absoluto a lo que he podido leer o ver en el cine. Lo habitual es mostrar el lado más morboso: violaciones entre internos, maltrato de los funcionarios, internos con delitos de sangre o encerrados injustamente… Yo no he conocido nada de eso. Estuve en una cárcel pequeña, sin delitos graves, con funcionarios desvividos por ayudar a sus internos y con una magnífica relación entre ellos.
Flores y rejas narra las vivencias de una psicóloga que trabaja en una prisión. El relato no tiene vocación de thriller, ni carga las tintas para que las escenas sobrecojan al lector. Yo diría más bien que presenta un escenario sin estridencias donde todos los actores parecen estar en horas bajas: los presos (por motivos obvios), pero también la propia psicóloga, que ha de destrenzar algunos recovecos de su personalidad que el miedo ha ido anudando con el paso de los años. ¿Se puede vivir sin miedo en una cárcel? Y una segunda pregunta: ¿se puede vivir sin miedo fuera de ella?
Pues mira, yo creo que el miedo, en mayor o menos medida, forma parte de la vida de todos, tanto si estás dentro de una prisión como fuera. El que siente un interno es un miedo más localizado, que tiene como tema central todo lo referente a su situación de cautiverio (desde si sufrirá una agresión mientras permanece preso hasta si podrá reinsertarse cuando salga en libertad). Sin embargo, el de alguien que no está preso puede ocupar un espectro mucho más amplio; el trabajo, las relaciones, las deudas… nadie estamos a salvo de sentirlo.
Usted trabaja en una cárcel y es psicóloga, al igual que el personaje narrador. Mientras escribía el libro, ¿no le asustaba que el lector que conozca estos datos sea incapaz de disociar ambas figuras, la del personaje y la del creador?
Bueno, yo no trabajo en una cárcel, estuve un año nada más y quien me conoce sabe que ni el entorno, ni la personalidad ni el físico de la protagonista se asemejan para nada a mi vida ni a mi persona. Curiosamente mucha gente me ha preguntado si me he inspirado en mí para describir a la amiga de la protagonista, pero nunca a la protagonista.
En Flores y rejas aborda temas como la violencia de género, la inmigración ilegal, la inserción o la Justicia. No son asuntos menores, desde luego. De hecho, cada poco tiempo se convierten en materia sensible en el debate político. No le voy a preguntar sobre todos estos contenidos, que darían, intuyo, para escribir otro libro. Pero como persona que conoce la materia, me gustaría preguntarle –si la pregunta no le incomoda– si la inserción de los presos es positiva o si se trata tan solo de un deseo de difícil realización.
Cumplir pena es un castigo (privación de libertad), una protección para la sociedad, y pretende ser también una ayuda para aquellos que no han elaborado adecuadamente la ética de la personalidad, buscan placeres inmediatos sin pensar en las consecuencias y tienen escaso o nulo sentimiento de culpa.
Pero de la misma manera que no se puede hablar de “presos” como si se tratara de un colectivo homogéneo, tampoco puede hablarse de inserción de manera general. El perfil del interno es clave, al igual que su delito (que en la mayoría de los casos responde a un perfil determinado). En mi opinión, hay delitos que responden a una estructura psicopática de la personalidad y en estos casos, cuando existe un componente sádico, la rehabilitación es imposible.
Le voy a hacer una pequeña confesión: la lectura más intensa que he hecho jamás fue en una cárcel. Los asistentes, aun siendo público cautivo, por así decirlo, mostraron gran atención por lo que yo les contaba, y sus preguntas eran mucho más directas y desinhibidas de lo que suelen serlo en este tipo de actos literarios. En vez de llevar textos evasivos y complacientes a esa lectura, yo había elegido los más crudos y descarnados, y parece que, al menos ese día, la elección fue acertada.
Precisamente sobre lecturas y preferencias quería preguntarle. Flores y rejas también es un libro directo y descarnado. ¿Cree usted que es un libro adecuado para lectores presos, o estos buscan más bien textos evasivos que les ayuden a escapar, de manera metafórica, de su situación?
Es una novela que habla de emociones, de amistad, de arrepentimiento, de miedo… y todo ello lo encontramos tanto en un lado de las rejas como en el otro. No hay menos miedo ni más libertad en la protagonista que en los internos.
El título del libro, Flores y rejas, parece contraponer dos términos de difícil convivencia. Uno alude a la libertad y la belleza, y el otro al enclaustramiento obligatorio. Algunas personas han afirmado que llegaron a ser libres en la cárcel. Valga como ejemplo el cardenal vietnamita Van Thuan, que llegó a estar trece años en la cárcel, nueve de ellos en régimen de aislamiento. Como psicóloga, ¿usted cree que es posible sentirse libre aun estando confinado en una cárcel? ¿Cree que esa libertad entre barrotes es un mecanismo de autodefensa o por el contrario demuestra que la libertad puede llegar a ser consustancial al alma y no depende por tanto de agentes externos?
Me encanta esta pregunta, porque me la hice muchas veces durante el año que estuve con ellos. Yo creo que tenemos mucha más libertad de la que usamos, como pasa con el cerebro, y lo que ocurre en una cárcel es que se hace evidente su ausencia porque nos la han impuesto agentes externos. El miedo del que hablaba antes es la peor cárcel en la que podemos vivir, es la cárcel del alma, la que nos imponemos nosotros mismos y, como carceleros, podemos llegar a ser terroríficos.
Y, ya para terminar, podría recomendarnos un cuento para la sección 1001 cuentos?
Solo un pie descalzo de Ana María Matute.
Le deseamos mucha suerte en todos sus proyectos.
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