*** Cuento oculto sobre violetas africanas y las manías de un hombre enamorado y obsesivo – Compilado por Ernesto Bustos Garrido, incluido en el libro ✅ Antes de conocernos, de Julian Barnes .
Graham decidió, aunque sin demasiado optimismo, pensar en lo que Jack (un amigo) le había dicho. Siempre había considerado que Jack tenía más experiencia que él. ¿Era así? Los dos se habían casado dos veces, los dos habían leído parecida cantidad de libros, los dos tenían parecida inteligencia. Entonces, ¿por qué le reconocía a Jack esa autoridad?
En parte porque Jack escribía libros, y Graham respetaba los libros en abstracto y en lo práctico, y guardaba las distancias al entrar en su terreno. Y en parte porque Jack había tenido un millón de romances; siempre parecía estar ligado con una nueva chica. Tampoco esto le convertía, necesariamente, en una autoridad en el matrimonio. Pero entonces, ¿quién lo era? ¿Mickey Rooney? ¿Zsa Zsa Gabor? ¿Algún sultán turco o quién?
–O bien…. –dijo Jack. Se frotaba la barba y trataba de parecer lo más serio posible.
–¿Qué quieres decir?
–Bien, siempre queda una solución… –Graham se estiró en una silla. Para eso había venido. Por supuesto: Jack sabría qué hacer, sabría la respuesta adecuada. Por eso había acudido a él; sabía que hacía bien–… No la quieras tanto.
–¿Qué?
–No la quieras tanto, puede sonar un poco pasado de moda, pero servirá. No tienes que odiarla. O hacer que te guste menos o…. no hace falta que exageres. Sólo tienes que aprender a desligarte un poco. Puedes ser su amigo, si quieres. Quiérela menos…
Graham titubeó. No sabía muy bien por dónde empezar. Finalmente dijo:
–Yo lloro cuando se mueren las plantas de casa.
–Venga, tío (*)
–Ella tiene unas violetas africanas, no es que me gusten mucho las violetas africanas, ni tampoco a Ann. Creo que se las regalaron. Hay montones de plantas que le gustan más. Yo subí al estudio y lloré. No eran por ellas; me puse a pensar en cómo las regaba, y en cuando les echaba fertilizantes, y, bueno, en lo que ella sentía por las violetas…., realmente ella no sentía nada, como dije antes, sino en el tiempo que ella les dedicó, en cómo ella estaba allí, en su vida…..
«Te contaré otra cosa. En cuanto se va a trabajar, lo primero que hago es coger mi diario y anotar todo lo que lleva puesto, zapatos, medias, traje, bragas, sujetador, gabardina, horquilla, anillos. De qué color son. Todos los datos. A menudo son las mismas cosas, por supuesto, pero también lo anoto. Después, a lo largo del día, tomo ocasionalmente el diario y lo releo. No es que me aprenda de memoria cómo va vestida, sería un fraude. Saco mi diario (cuando estoy dando clases hago ver que estoy pensando en títulos de ensayos o algo así) y me quedo allí sentado, como vistiéndola. Es… muy agradable.
Te contaré otra cosa. Siempre recojo la mesa después de cenar. Entro en la cocina, deslizo mi plato en la pila y de repente me encuentro a mí mismo comiendo lo que ha dejado en el suyo. A menudo no son cosas, precisamente ricas (trozos de grasa, verduras descoloridas o la tripa de la salchicha), pero lo devoro. Y después regreso, me siento enfrente de ella y me pongo a pensar en nuestros estómagos, sobre cómo (sea lo que sea) lo que he comido podía haber estado dentro de ella, pero en cambio está dentro de mí.
Pienso en lo extraño que habrá sido para esa comida el momento en que el tenedor descendió y el cuchillo cortó de una manera y no de otra, y en lugar de estar dentro de ti está dentro de mí. Este tipo de cosas me hacen sentirme más cerca de ella.
Y te contaré otra cosa. A veces se levanta en la noche y hace pis, y no hay luz y está medio dormida y no sé cómo (sólo Dios sabe cómo lo hace, pero lo hace) tira el papel que ha usado para secarse, fuera de la taza. Y yo voy a la mañana siguiente y lo veo ahí, tirado en el suelo. Y no es aquello de oler bragas ni nada por el estilo, pero me pongo a mirarlo y me siento…. tierno. Es como una de esas flores de papel que los malos actores llevan en el ojal. Lo encuentro bonito, lleno de color y decorativo. Podría hasta ponérmelo en el ojal. Lo cojo y lo tiro al retrete, pero después me pongo sentimental.
***
Hubo un silencio. Los dos amigos se miraron de frente. Jack notó cierta beligerancia en Graham; de alguna manera la confesión había resultado agresiva. Quizá también hubiera un punto de autosatisfacción por el recital. Jack se sintió desconcertado, algo tan raro en él que lo hizo pensar más en su propio estado interior que en el de Graham. De repente se dio cuenta de que su amigo se había puesto de pie.
–Bien, gracias, Jack.
–Me alegro de haber servido de algo. Si es que he servido. Llámame la próxima vez que quieras calentar el viejo diván del psiquiatra.
–Lo haré. Gracias otra vez.
La puerta principal quedó cerrada. Cada uno de ellos había andado siete metros en dirección opuesta cuando los dos se pararon. Jack se paró girando un poco y levantado una pierna, tras lo que se tiró un pedo muy ruidoso y se dijo a sí mismo:
– Lo que el viento se llevó.
En el exterior Graham se paró para aspirar el polvo de las plantas de interior y tomó una decisión. Si no iba al carnicero y hacía todas las compras en el supermercado, podía meterse a ver «The Good Time» de vuelta a casa y sorprender otra vez a Ann cometiendo adulterio.
*** Texto tomado de la edición Anagrama del año 1995. Barnes escribió la novela en 1982 con el título de «She met me». El libro es español pertenece a la Biblioteca Viva de la Fundación La Fuente, Santiago de Chile.
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Notas de Ernesto Bustos Garrido
Nota 1: Jack, el amigo de Graham, es un tipo que tiene la curiosa costumbre de levantar una pierna en cualquier sitio y lanzar, sin prudencia alguna, los gases acumulados en su intestino grueso
Nota 2: «The good time» es el título de una película donde Ann, la segunda esposa de Graham, hace un papel de una chica muy liberal que va a la cama con mucha facilidad. Graham había estado obsesionado con ver todas las cintas donde su mujer se liaba con conocidos o desconocidos. Esta es la razón que lo llevó a compatir con su amigo Jack, este delirio.
Nota 3: “¡Venga, tío!”. El empleo de esta expresión, por muy castiza que sea, que sí lo es, revela desde mi punto de vista, un descuido del editor. «Venga, tío», se dice en España y punto. El traductor debió apartarse de la literalidad de la expresión y haber usado a cambio, por ejemplo: “No te puedo creer” o “No me digas”, y hasta «No me jodas». Este traspié es algo común en muchos traductores. Debería haber más cuidado en ellos. El español ya no es solo la lengua de España. En Latinoamérica cada país o cada región le ha incorporado localismos y por lo mismo encuentra extemporáneos esos giros lingüísticos como “¡Venga, tío» o el recurrente «Gilipollas». En Argentina “gilipollas” se dice “boludo” y en Chile “huevón”, lo mismo que en Perú. Yo, traductor, hablaría de: «Estúpido», «Cabezota», o algo así. Esto se entiende en todas partes del mundo hispano parlante. «Gilipollas» resulta hoy muy local. Digo yo.

El autor
Julian Barnes (Leicester, 1946) se educó en Londres y en Oxford. Está considerado una de las mayores revelaciones de la narrativa inglesa de las últimas décadas. En Anagrama se han publicado sus novelas Metrolandia (Premio Somerset Maugham 1981), Antes de conocernos, El loro de Flaubert (Premio Geoffrey Faber Memorial y, en Francia, Premio Médicis), Mirando al sol, Una historia del mundo en diez capítulos y medio, Hablando del asunto (Premio Femina a la mejor novela extranjera publicada en Francia), El puercoespín, Inglaterra, Inglaterra, Amor, etcétera, Arthur & George, El sentido de un final (Premio Booker), Niveles de vida y El ruido del tiempo, los libros de relatos Al otro lado del Canal, La mesa limón y Pulso, el delicioso tomito El perfeccionista en la cocina y el libro memorialístico Nada que temer. Ha recibido también, entre otros galardones, el Premio E. M. Forster de la American Academy of Arts and Letters, el William Shakespeare de la Fundación FvS de Hamburgo y el Man Booker, y es Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres. (Texto entregado por la editorial Anagrama).
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