A veces es inevitable establecer comparaciones entre autores. Por ejemplo, leyendo Jardinería de interior, de Paz Monserrat Revillo, el cuento “Mentirosa” me remitió a la ironía del argentino Marco Denevi, y “Pluscuamperfecto de subjuntivo”, a las historias azarosas de Paul Auster, eso que él llamaba «historias verdaderas«.
Hoy quiero compartir estos dos microrrelatos con vosotros, porque me parecen dos gemas literarias que merecen una lectura.
Mentirosa
Observa cómo la fila se hace cada vez más corta. Dentro de nada le tocará a ella. Mete el dedo justo donde se está descosiendo el dobladillo del uniforme. El hilo se tensa sobre su dedo y al final cede a la presión.
Esta vez solamente tiene una pelea con su hermano y una desobediencia a su mamá. Tonterías. Necesita urgentemente algo más.
Se da la vuelta y, sin que venga a cuento, le dice a su amiga que le han comprado un perro blanco.
Ya le toca. Se acerca algo más tranquila al haber podido añadir una mentira a la raquítica lista de pecados de esta semana.
Se arrodilla ante la celosía color caoba, suspirando por hacerse mayor para aprender a pecar de verdad y así poder impresionar a ese cura tan guapo que han traído las monjas para que practiquen los rituales de la primera comunión.
Pluscuamperfecto de subjuntivo
Si no se hubiera anulado el congreso al que tenía que asistir mi padre aquel mes de julio de hace ahora cincuenta años, y no hubiese aceptado la invitación de su amigo para pasar el fin de semana en la playa y así compensar su mala suerte, jamás habría conocido a mi madre, que a su vez había programado una escapada con su amiga a la Costa Dorada en el último momento en lugar de quedarse muriéndose de calor en Zaragoza. Nunca habrían coincidido en aquella bolera de Salou donde mi mamá le escribió su teléfono en un papelito que no se perdió ni se borró al lavar la camisa.
Si toda esta serie de carambolas encadenadas no se hubiera producido, no estaría yo (simplemente yo no estaría) en este momento escuchando a esta deliciosa y desinhibida pareja de ancianos narrándome el azaroso prólogo de mi existencia. Y lo que es peor, esta noche no podría explicarles a mis hijos el microrrelato de su prehistoria, la descripción del mito fundacional de su familia materna: esa bolera de los años sesenta con las bolas ya descascarilladas de tanto hacer recorridos aleatorios por la pista.
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Me siento muy honrada, Francisco, de que hayas leído el libro y hayas elegido estos dos micros tan especiales para mi. Si te digo que me quedo con una sonrisa muy ancha y bastante larga no miento, como mi protagonista, ni hablo en modo subjuntivo. Muchas gracias por la difusión. Me consta que mis textos llegan a muchos gracias a tu labor altruista y generosa. ¡Un abrazo agradecido!
Gracias a ti, Paz.
Es un placer leerte.
Un saludo
Fran