Estados Unidos es un país con mucha tradición en el género del cuento. No en vano, muchos de los grandes novelistas estadounidenses, premios Nobel incluidos, han cultivado el relato corto. Baste citar (Premios Nobel o no) a William Faulkner, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Truman Capote, Toni Morrison, por no hablar de Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura que, aunque nacido en Polonia, acabó asentándose en Estados Unidos (para huir de las purgas de los nazis), aleccionado por el caso de su hermano, el también escritor Israel Yehoshua Singer .
Queda claro, pues, que en Estados Unidos (y en Canadá, ahí está Saul Bellow), el cuento nunca fue un género menor.
Os ofrezco hoy, en la versión más comprimida del cuento, tres microrrelatos de tres escritores norteamericanos que nos harán pasar un buen rato: el siempre irónico (por no llamarlo cínico) Ambrose Bierce, autor de libros como Diccionario del Diablo, Robert W. Chambers y Henry van Dyke.
Espero que os gusten.
Microrrelato de Ambrose Bierce: Una viuda inconsolable
Una mujer con gasas de luto lloraba sobre una tumba.
–Consuélese, señora –dijo un simpático forastero–. La misericordia del cielo es infinita. Habrá otro hombre en alguna parte, además de su marido, que todavía pueda hacerla feliz.
–Había –sollozó la mujer–, había, pero ésta es su tumba.
3 relatos cortos de Ambrose Bierce
Microrrelato de Henry van Dyke: La justicia de los elementos
El asesino con corona había agotado todos sus recursos. Había contado una última mentira, pero ni sus sirvientes le creyeron. Había lanzado una última amenaza, pero ya nadie le temía. Había querido dar un último golpe de violencia y crueldad, pero ya no tenía fuerzas.
Cuando vio su imagen reflejada en los ojos de los hombres, advirtió el daño causado en el mundo, sintió miedo y exclamó:
–Que la tierra me trague.
La tierra se abrió y lo tragó, pero él había hecho tanto mal y derramado tanta sangre, que la tierra volvió a abrirse y lo escupió.
El asesino gritó entonces:
–Que el mar me lleve.
Y las olas lo envolvieron. Pero él había llenado las profundidades con tantos huesos de hombres inocentes, que el mar no lo toleró y lo envió de vuelta a la orilla.
El asesino gritó entonces:
–Que el aire me lleve.
Y soplaron grandes vientos que lo remontaron. Pero el aire puro no soportó su peso y lo dejó caer.
Mientras caía, el asesino gritó:
–Que el fuego me dé refugio.
El mismo fuego con el cual él había arrasado hogares sintió un enorme regocijo, y las llamas se avivaron a medida que el asesino se acercaba.
–Bienvenido –aulló el fuego–. ¡Sé mi esclavo!
El asesino entendió entonces que no había esperanzas para él en la justicia de los elementos.
- Dyke, Henry van (Autor)
Microrrelato de Robert W. Chambers: Destino
Llegué al puente que muy pocos logran cruzar.
–¡Pasa! –exclamó el guardián, pero me reí y le dije:
–Hay tiempo.
Entonces él sonrió y cerró los portones.
Al puente que muy pocos logran cruzar llegaron jóvenes y viejos. A todos ellos se les denegó la entrada. Yo estaba ahí cerca, holgazaneando, y fui contándolos, uno a uno, hasta que, cansado ya de sus ruidos y protestas, volví al puente que muy pocos logran cruzar.
La muchedumbre cerca del portón chilló:
–¡Este hombre llega tarde!
Pero me reí y les dije:
–Hay tiempo.
–¡Pasa! –exclamó el guardián mientras yo ingresaba; luego sonrió y cerró los portones.
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