Cuento oculto de Amos Oz: [Una amistad tenida por traición]

Por Ernesto Bustos Garrido

Amos Oz está muerto. Dejó este mundo, recientemente, a raíz de un cáncer, el 28 de diciembre del año pasado. Se llamaba realmente Amos Klausner. En 1947 escribió la novela Una pantera en el sótano. Narra el último tiempo de la ocupación británica de Palestina, poco antes de la creación del estado de Israel, el 14 de mayo de 1948. Por esa fecha, los judíos están decididos a instalarse, definitivamente, en “la tierra prometida”. Preparan, subterráneamente, la partida de los británicos, para que se lleven sus carros de asalto y tanquetas, y discuten en voz baja, por las noches, en citas clandestinas, de cómo será el país que saldrá de este parto.

El actor Miguel Angel Sola interpetando a un sastre judío. Foto agencia EFE

La historia contada Amos Oz, Premio Nacional de literatura de Israel en 1998, tiene a un niño judío de cortos años llamado Rofi y un sargento de la policía británica como protagonistas. El policía inglés siente interés y gran respeto por la historia del pueblo judío y esa tierra que pronto hará suya, por la razón o la fuerza. A raíz de esta extraña relación, a Profi, sus amigos y gente del barrio lo tilda de “vil traidor” (¡bogel shafel!). Entonces él se pregunta si existe en la tierra un traidor que no sea un individuo vil.

Entre sus obras más aplaudidas figuran Tierra de chacales (1955), Mi querido Mijael (1962), La caja negra (1987), El mismo mar (1998), Una historia de amor y oscuridad (2003), Entre amigos (2103) y Judas (2014).

Ernesto Bustos Garrido

Ernesto Bustos Garrido

Cuento escondido de Amos Oz

En el tendedero abandonado en la azotea del edificio instalaron un lavabo y una lamparilla eléctrica. Ahí fue a vivir el señor Lazarus, de la ciudad de Berlín, un sastre bajito, solícito y que parpadeaba sin cesar.

Llevaba siempre puesta, a pesar del calor estival, una chaqueta grisácea y por debajo otra especie de chaqueta entallada y abotonada, pero sin mangas.

Alrededor del cuello, como un collar, tenía siempre colgado un metro de color verde.

Hitler, decían, había asesinado a su mujer y a sus hijas.

¿Cómo se habría salvado, entonces el señor Lazarus?, susurraban por aquí. Se decían muchas cosas. Dudaban. Pero yo sospechaba.

¿Qué saben ellos en realidad, si el señor Lazarus nunca dijo ni una sola palabra de lo que había ocurrido allí?

En el descansillo de la escalera había colgado un letrero de cartón en el que anunciaba sus servicios, la mitad en alemán, que yo no entendía, y la otra mitad en hebreo, pues le había pedido a mi madre que lo escribiera por él: «Sastre de Berlín, experto en corte y confección, realiza encargos de toda clase y hace arreglos a la última moda. Precios módicos y posibilidades de pagar a plazo»

Uno o dos días después, alguien arrancó la mitad alemana del cartel, ya que no se admitía entre nosotros el uso del idioma de los asesinos.

***

 En el fondo del armario, mi padre encontró un viejo chaleco de invierno y me envió a la azotea, para que el señor Lazarus le cambiase los botones y repasase las costuras interiores.

–Ciertamente, esto ya es un trapo y dudo que pueda volver a ponérmelo –dijo mi padre–, pero debe estar hambriento ahí arriba y una limosna es siempre una ofensa, por lo tanto, le mandaremos esto. Que cambie los botones. Que gane unas monedas. Que se sienta que aquí se lo valora.

Mi madre dijo:

–Bueno, botones nuevos. Pero ¿por qué hemos de enviar al niño? Sube tú mismo, conversa un poco con él, e invítalo a tomar el té.

–Decididamente –dijo mi padre avergonzado y, al instante añadió con determinación–. En efecto. Decididamente lo invitaremos.

***

El señor Lazarus había cercado, con unos viejos somieres de hierro la esquina del fondo de la azotea. Los había asegurado con alambres, para construir una especie de corral o jaula. Esparció en ella paja de un viejo colchón, trajo seis gallinas y le pidió a mi madre que le escribiera en hebreo, en el trozo que quedaba del cartel: «También se venden huevos frescos».

Pero nunca, ni siquiera en víspera de fiesta, quiso vender una gallina para sacrificarla. Todo lo contrario. El señor Lazarus le había puesto nombre a cada una, y por las noches salía a la azotea a comprobar si todas dormían en paz.

Una vez nos metimos, Chita Reznik y yo, entre los tanques del agua y oímos cómo el señor Lazarus discutía con las gallinas en alemán.

✅ Una pantera en el sótano , Amos Oz, Título original: » Panter va-martef», Colección escolar de literatura– Siruela /1995, Cap. IV Págs. 41–42

Nota: Libro sacado en préstamo desde la Biblioteca Viva–Fundación la Fuente. Plaza Egaña. La Reina–Santiago de Chile.

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Última actualización el 2023-09-25 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados

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