He arribado como un viajero agotado, maltratado y desgarrado, como un guerrero de todos los mares y todos los horizontes que regresa, muy a su pesar, entristecido tanto del retorno como del viaje. He llegado sucio, delgado, harapiento, barbudo, herido y hambriento de amor. Harto de malas comidas a destiempo y de contestaciones abruptas, de ceños malhumorados, del humo y del ruido de los vehículos en las calles de ciudades inhóspitas. Un rugiente aeroplano me ha traído a un mundo de carey donde reina la perfección de una jaula de oro, como el bucanero que se emborrachaba sin esperanza en las islas del caribe, al acecho de alguna presa donde descargar su odio; el perseguido de todas las justicias, el expoliado, el vagabundo, el eterno errabundo por los caminos de la vida. Y he escapado de todas las sonrisas para aprender, por fin, a reír, a comprender, a aceptar que me roben, que me engañen, que me amenacen, que me desprecien, que me odien y hasta que me amen. He gozado las expertas caricias de las prostitutas de lujo al lado del pestilente olor de las cloacas, he soñado en las noches estrelladas y he reído con los buenos amigos al calor de las fogatas mientras veía danzar a la mujer que amaba sabiendo que nunca sería mía. He caminado por las playas desiertas de las islas bochornosas cargadas de mosquitos y de palmeras, para adentrarme en los desiertos de gentes adustas, en los caminos polvorientos que solo te llevan al corazón de ti mismo. Y he visto mecerse el pinar con el viento del oeste mientras la espuma del mar acariciaba la blanca arena de esa playa de ensueño. A la salida del sol he estirado mi cuerpo en yóguicos movimientos para acudir por fin a las furiosas olas que me permitieron abrazar el cuerpo desnudo de una adolescente. He visto y he creído, he sufrido, he gozado y he aprendido. Dentro de poco regresaré a la tumba de donde provengo, al mundo amarillo de la melancolía y de la muerte, al humo de mil cigarrillos y a la comida grasienta acompañada del tedioso alcohol que no levanta los ánimos, sino que los acalla. Te amo, vida, aunque cada noche me hagas despertar en tus deseos o, al día siguiente en una nebulosa madrugada, hagas correr mis lágrimas escuchando un fado. Te amo sin sentido, sin objetivo y sin esperanza, te amo porque he decidido amarlo todo sin reserva, las contradicciones de los hombres y la nieve que cubre los campos en primavera.
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