Ella sabía muy bien qué estaba pasando en su interior. En aquel momento estaba enfadada, ok, lo sabía. También que lo que pasaba por su cabeza atormentada y sobre todo, lo que salía por su boca de víbora, eran sílabas envenenadas que no iban a ninguna parte. Y si lo hicieran, si tuvieran una oportunidad y un destino señalado, caerían como una pesada losa para matar, provocarían una muerte instantánea sobre el valiente que quisiera sostenerlas…
«Si no fuera por ti, yo sería feliz. Si no me trataras tan mal, yo me trataría mejor. Pero así, pues ni ganas me dan de tenerme en cuenta… Entonces, lo de siempre. Beberé hasta caer dormida».
Movía con ímpetu su copa semivacía mientras miraba sus uñas rojas a través del cristal, a su amiga esta vez le habían quedado preciosas. Era una auténtica artista, no como ella que no servía para nada. Ella estaba loca, desquiciada, aguantando y viviendo una vida que no se merecía. Coqueteaba con la idea del suicidio desde hacía meses. Luchaba consigo misma en silencio porque ni ella sabía soportarse, pero no podía reconocer qué es lo que la estaba pasando, aunque de sobra lo sabía. Otra vez se encontraba en la misma situación de entonces, pero no era capaz de sacarlo a la luz. De nuevo un hombre manejándola, o ella manejando a un hombre, lo mismo daba. Si tenía que ser sincera, aunque eso no iba a pasar jamás, diría que no podía vivir sin manipular y dirigir. Otra cosa es que lo aceptara o lo reconociera abiertamente. Es mejor fingir que el otro tenía toda la culpa, aunque por ello tuviera que aguantar alguna que otra bofetada. O una verdadera paliza, si es lo que tenía que llegar a pasar algún día.
Él tenía la culpa de mantenerla aislada en aquel edificio tan alejado de todo, culpa de no saber amarla ni entregarle todo lo que la había prometido. Culpa por no satisfacer sus deseos más íntimos… En aquel momento solo tenía ganas de regresar a su tierra, ver a su madre y acurrucarse junto a ella durante meses. En el fondo era la única que la entendía, y la que le avisó desde niña de los peligros de enamorarse de la persona equivocada…
Aquel hombre estaba en el mundo para complacerla, para correr diariamente y no retrasarse ni lo más mínimo en cumplir con sus exigencias. Se mataba a trabajar y también hacía algún que otro negocio para reunir un dinero extra (ella sabía que ese efectivo era de dudosa procedencia, pero cerraba la boca y no preguntaba porque en el fondo eso la daba igual). Todo para ella, darle aquello que pedía era su leitmotiv. Pero parecía que todo era en vano, todos sus esfuerzos eran insuficientes a juzgar por sus últimas salidas de tono. Caprichos y deseos por cumplir se sucedían una y otra vez sin llegar a ser del todo abastecidos por alguna extraña razón que no alcanzaba a entender, ¿es que aquello no iba a terminar nunca? Tendría que ponerse serio, recordarle quién le mantenía y recurrir a «la mano dura» de nuevo si fuera necesario.
Esos días que estaba pasando fuera de casa, alejado de ella y de su enrevesado mundo, le estaban dando algo de perspectiva. Aunque las primeras horas fueron algo extrañas (al principio se sentía un poco desesperado y perdido porque estaba acostumbrado a tenerla cerca cada noche), luego todo cambió. Desde que empezaron a vivir juntos en su piso no se habían separado ni un solo día. Ahora en la lejanía, sintió algo nuevo, algo que jamás imaginaba que ocurriría. Sintió descanso, liberación. Le daba hasta vergüenza reconocerlo ante sí mismo, pero era lo que había, esa era SU VERDAD. ¿Por qué se estaba sintiendo tan mal? ¿Por qué alguien como él estaba degenerando tanto? ¿Acaso su noviazgo con aquella mujer increíble era algo malo? ¿Conviviría él con ese término que tanto se escuchaba últimamente en todas partes, sería la suya una «relación tóxica»?
Se sentía como un niño al que le dan una mala noticia y su mundo se viene abajo porque no tiene ningún adulto de referencia cerca. En aquel momento, en aquella habitación de hotel, junto a la botella de whisky que acababa de abrirse cayó en la cuenta de que algo tenía que cambiar. Se sentía desolado, desalentado y perdido. Eso no era lo que él quería para su vida. Por primera vez un pensamiento le asaltó como si fuera un ladrón que se colaba por la ventana de repente: «él valía más que ella», como le decía su madre una y otra vez al verle triste en el fondo. Eso las madres lo hacen muy bien, nunca se las puede engañar da igual lo que pase, ellas siempre saben la verdad.
Con lo que bebió con desesperación, se tumbó en la cama y cerró los ojos con fuerza a la espera de que aquel vendaval mental se desvaneciera. Pero eso no ocurrió, en su lugar una voz en su interior comenzó a despotricar:
«Si no fuera por ti, yo sería feliz. Si no me trataras tan mal, yo me trataría mejor. Pero así, no tengo ganas de nada más que de beber hasta caer dormido».
Todavía le dolían los arañazos de la última vez que se acostó con ella, tuvo que calmarla antes de que fuera demasiado tarde. La conocía bien, sabía que sus estados paranoicos pasaban por varias fases autodestructivas y después, a joder al prójimo. Volaban objetos, caían manotazos, y después, durante el sexo (porque siempre quería sexo cuando estaba así de mal), todo tipo de comportamientos demasiados salvajes para él. Siempre se había definido como un alma sensible que no necesitaba demasiado contacto físico, pero ella le atrapó de una forma extraña. Más bien era un hombre que ansiaba ser escuchado, pero también hablar y disfrutar de una buena conversación al atardecer… Al principio no le importó, pensó que cuando la relación fuera más calmada (lo típico, tras los primeros meses de enamoramiento carnal) llegaría la calma. Pero no, aquello estaba siendo peor de lo que imaginaba. En lugar de nubes claras tras la tormenta, llegó un huracán que estaba arrasando con todo. Pero es que lo peor, es que en el fondo de su corazón, aquello le gustaba. Le producía placer tener el control, levantar la mano y callarla.
Se levantó y se miró al espejo. Un par de lágrimas le recordó quién era ese tío triunfador que tenía delante. Ahora, en la más absoluta soledad se reconoció y lloró por ese hombre violento y maltratador en quien se estaba convirtiendo. Y no quería eso para su vida, no podía ser la sombra de quien quería ser de niño. Un abogado que ayudaba a las personas con sus problemas, un ser generoso que pudiera enamorarse y vivir feliz para siempre dedicándose a lo que más amaba.
En algún lugar de aquel país, esas dos almas separadas desde hacía tiempo que se empeñaban en seguir latiendo juntas, estaban sufriendo. La vida les estaba hablando alto y claro y ninguno de los dos quería dar el paso para cambiar nada. Un camino tormentoso y feroz podría dirigirles a ambos a la infelicidad eterna, pero en el fondo de sus corazones, también sabían que otro muy distinto les ofrecería descanso y luz. La única que necesitaban para caminar tranquilos por la maravillosa senda mágica que es la vida.
Sonia Molinero Martín
Imagen: Pixabay
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