Pedro Páramo, de Juan Rulfo

Prólogo para un fragmento de muerte en “Pedro Páramo”

Por Ernesto Bustos Garrido

El fragmento escogido en Pedro Páramo, de Juan Rulfo, es para mí como el esbozo de una pintura magistral que no se ha realizado todavía. El conjunto de frases y palabras esparcidas en el texto más parece el bosquejo sinuoso del entorno que será en más parte estelar del proceso narrativo. El espacio físico del lugar (¿Comala?) pone el marco indicado que contextualiza la historia. La descripción de los momentos es el hilo conductor del relato. Están, además, la fantasía de la mujer que solloza y trata de impedir con su cuerpo la aparición del día con su luz solar. Las gotas de agua que van cayendo dentro del cántaro dan una idea de cotidianeidad.

La mujer, supuestamente, es la madre que debe comunicar a su hijo la muerte del padre. Le dice escuetamente que le han matado.

¿Quién es este padre asesinado?

¿Será Pedro Páramo u otro?

El llanto soterrado de la mujer muestra aflicción, pero, al mismo tiempo, resignación, raudales de resignación. Es un luto asumido. A ella sólo le interesa expresar su dolor y decirle al hijo que su padre ha muerto. Lo demás es el entorno. En esto Rulfo es un gran arquitecto. Los ruidos callados resultan esenciales a la hora de penetrar en el texto. El autor nos quiere hacer escuchar pasos de gente que ronda, ver o sentir el sueño pesado del durmiente, como si le hubiera caído una viga de acero sobre su cabeza, y la noche, y la retardada llegada del día. Este se anuncia gris, un gris plomizo que debe estar en consonancia con la noticia que la mujer le dará a su hijo: gris, grisáceo, gris de penumbra, de dolor, de pena.

En este espacio no hay músicas ni canto de pajaritos. Ni siquiera perros.

Un condicionante: la salida del sol que tendrá que esperar hasta que el hijo salga de su sueño pesado y pegajoso y se entere de que su padre ha muerto.

El ambiente es de tristeza y desolación. Destila penas.

La muerte ronda a todo y a todos. La madre también estaría muerta, pero lo niega o lo sugiere, porque con sus manos sarmentosas remueve los hombros del durmiente. Debe estar despierto. El sueño del personaje deja abierta la idea de que nada es verdadero. Todo es un puto sueño.

No sé si usted estará o no de acuerdo conmigo…

Ernesto Bustos Garrido (Corebo), 10 febrero 2020 – Los Vilos- Chile.

Pedro Páramo, de Juan Rulfo (fragmento)

En la destiladera las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado.

“¡Despierta”!, le dicen.

Reconoce el sonido de la voz. Trata de adivinar quién es; pero el cuerpo se afloja y cae adormecido, aplastado por el peso del sueño. Unas manos estiran las cobijas prendiéndose de ellas, y debajo de su calor, el cuerpo se esconde buscando la paz.

 “¡Despiértate!”, vuelven a decir.

La voz sacude los hombros. Hace enderezar el cuerpo. Entreabre los ojos. Se oyen gotas de agua caer de la destiladera sobre el cántaro raso. Se oyen pasos que se arrastran …. Y el llanto, Entonces oyó el llanto. Eso lo despertó: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos.

Se levantó despacio y vio la cara de una mujer recostada contra el marco de la puerta, oscurecida todavía por la noche, sollozando.

–¿Por qué lloras, mamá? –preguntó, pues en cuanto puso los pies en el suelo, reconoció el rostro de su madre.

–Tu padre ha muerto –le dijo.

Y luego, como si se le hubieran soltado los resortes de su pena, se dio vuelta sobre sí misma, una y otra vez, una y otra vez, hasta que unas manos llegaron hasta sus hombros y lograron detener el rebullir de su cuerpo.

Por la puerta se veía el amanecer en el cielo, No había estrellas, Sólo un cielo plomizo, gris; aún no aclaraba por la luminosidad del sol. Una luz parda como si no fuera a comenzar el día, sino como si apenas estuviera llegando el principio de la noche.

Afuera en el patio, los pasos, como de gente que ronda. Ruidos callados, Y aquí, aquella mujer, de pie en el umbral; su cuerpo impidiendo la llegada del día; dejando asomar, a través de sus brazos, retazos de cielo, y debajo de sus pies regueros de luz; una luz asperjada, como si el suelo debajo de ella estuviera anegado en lágrimas. Y después el sollozo. Otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo.

–Han matado a tu padre.

–¿Y a ti quién te mató, madre?

Los ruidos callados cuanto mataron al padre

Fragmento de “Pedro Paramo” de Juan Rulfo / pág. 27, Fondo de Cultura Económica, Edición 1955

El don de la palabra escrita/Frases marcadas del texto

* Estaban en el corral. Pedro Páramo se arrellenó en un pesebre y esperó:

–¿Por qué no te sientas?, dijo.

–Prefiero estar de pie, Pedro.

–Como tú quieras, pero o se te olvide el “don”.

*Entonces el cielo se adueñó de la noche.

* Un caballo pasó al galope donde se cruza la calle real con el camino de Contla. Nadie lo vio.

*A mí me dolió mucho ese muerto –dijo Terencio Lubianes–. Todavía traigo adoloridos los hombros.

–Y a mí –dijo u hermano Ubillado–. Hasta se me agrandaron los juanetes.

*–Mejor vámonos, muchachos. Hemos trafagueado mucho, y mañana hay que madrugar.

Y se disolvieron como las sombras.

* Salió fuera (afuera) y miró el cielo. Llovía estrellas. Lamentó aquello porque hubiese querido ver un cielo quieto.

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