Lo que pretende un escritor es mostrar su dominio del idioma, su variedad de léxico, su facilidad para la fraseología, su autoridad sobre la sintaxis. Demostrar que se saben evitar galicismos como “sobre la marcha”, o vulgarismos como “desapercibido” por “inadvertido”. Se espera que se exprese con claridad, sin redundancia. Que se pueda leer el texto seguido, sin sobresaltos, sin socavones. Parece que es fácil escribir fácil, pero es difícil. No sé por qué pero tendemos a lo barroco, a lo enmarañado, a lo retorcido. Y todavía, si es un retorcimiento formal gongorino o conceptual quevedesco o gracianiano, puede pasar. Pero si el retorcimiento solo muestra impericia y confusión de ideas, el texto se cae de las manos. A escribir se aprende escribiendo, y a escribir, leyendo. Leer y escribir. Escribir y leer. Dijo Martín Gaite que escribir es comunicar. Y es verdad. ¿Para quién escribo? Se preguntaba Aleixandre. Para los lectores. Todo escritor ansía ser leído. Es un discurso que se escribe sin interrupción, sin miedo escénico, y que espera que sea leído en silencio. En lejanía con el escritor. Escribir es la comunicación perfecta, sin bloqueos afectivos. ¿Es un tímido el escritor? Algún tipo de timidez debe tener, aunque debe haber tantas motivaciones como autores.
Eso iba pensando mientras trazaba su plan. A escribir se aprende escribiendo. Y la inspiración llega mientras trabajas. Se sentaba en su minúscula mesa, de espaldas a la ventana, pero una psicodélica lámpara iluminaba el teclado. La silla era cómoda. La altura, la adecuada. Cada día escribiré algo, un poema, un relato, o incluso retomaré la novela de hace años.
Ahora o nunca. Ya tengo una edad. No soy un primerizo. Me presentaré a concursos. Mandaré mis manuscritos a las editoriales. Y alguna la publicará. Toda mi experiencia. Todas mis lecturas seguro que fructifican.
¿No sería mejor escribir a mano? No, ya no es posible. Y además, casi todos los escritores lo han hecho a máquina, o eso creo. Dios mío, con lo pesado que es escribir a máquina. Con las pocas facilidades para rehacer los textos. Entonces, ¿esa dificultad no ayudaba a la escritura? ¿No es ahora demasiado sencillo? Bah, dejémonos de teorizar.
Los buenos escritores son como escultores. Se enfrentan a la piedra y venga a martillear. Sí, pero también son muy vanidosos. Siempre buscan el aplauso, el reconocimiento. Los artistas son vanidosos compulsivos. ¿Yo también lo soy? ¿No será un escritor un orador fracasado? Alguien que es incapaz de mantener una conversación sin exaltarse, se esconde entre sus papeles. Fantasea solo.
Venga, a escribir, a trasladar al papel lo que tengo en la cabeza, lo que veo. Pero, ¿de dónde extraer los argumentos? Cuántos libros escribiré. Qué prosa más límpida. Mis párrafos serán como largos valses. Sí, si Azorín lo hizo, ¿por qué no yo? Lo importante es la constancia, serrar la madera cada día, haga frío y calor. Leo que los artistas han trabajado a destajo. Tengo que hacer lo mismo. No puedo compadecerme de mí. No puedo ver los toros desde la barrera. Tengo que bajar al ruedo y escribir y escribir. Publicar, publicar. Ser famoso. Ser estudiado en las universidades. Tener anaquel propio en las bibliotecas. Escribir, escribir. Puedo hacer un libro de relatos, sí 30 relatos, Relatos deliciosos, ¿por qué no? No voy a llamarle ejemplares ni peregrinos. Hay que ser original. Y los argumentos me vendrán, me vendrán. Se me ocurrirán, cuando escriba, escriba.
Pensaba esto cuando una punzada empezó a sentir en el costado, una punzada que se extendía después por los brazos. Dejó de escribir. Se palpó el pecho. Trató de decir algo, pero la voz se ahogaba.
Cuando vinieron de la ambulancia, todo fue inútil. Solo pudieron certificar su defunción. Ni guardar el documento pudo.
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Entrevista a Antonio Barnés (Elogio del libro de papel)