Sin final perfecto
“I can’t explain
you would not understand
this is not how I am
I have become comfortably numb…”
(Pink Floyd)
Después de que centenares de lágrimas le laceraran las mejillas, tomó un objeto de debajo de su cama. Lentamente, acercó la pequeña pistola calibre 22 a su sien. Se situó frente a la ventana que daba a la calle los poetas muertos. El pianista al que un dictador fascista (de apellido italiano) había mandado cortar las manos vendía globos en el parque de Los Truenos, donde, un viejo y desdentado perro callejero luchaba por devorar un hueso putrefacto. Se detuvo un instante y pensó “Ellos aún le buscan un sentido a la vida, se aferran a ella y yo solo por el engaño de mi novia quiero suicidarm…”.
Accidentalmente, la pistola se disparó y el poeta cayó al piso, mientras se le dibujaba una sincera sonrisa en su ensangrentado rostro.
Cualquier hijo prodigo
“En las muchedumbres había un satisfactorio anonimato, una
ausencia de intrusiones. A nadie
le interesaban los misterios. Todo el mundo estaba allí para
librarse de sí mismo.”
(Salman Rushdie)
La ciudad está de fiesta y un hijo pródigo retorna, no hay manjares de bienvenida, ni brindis en su honor. Es un desterrado, un príncipe errante, otro desconocido más, en la comarca que lo vio nacer. Poeta clandestino, andante caballero a quien Dulcinea jamás volteará a ver, no lo acompaña Sancho y menos Rocinante.
Recorre las calles y escucha en el kiosco de la plaza a un anciano de traje y corbata declamar poesía. Él no fue invitado, nadie extrañó su ausencia y ninguna persona aguardó su regreso.
Piensa entonces: “Esta es mi tierra y en mi pecho la llevo, pero ahora es tan solo mi madre putativa…”.
Recuerda: “Cuando me marché triste y solitario, sin rumbo a distantes horizontes, imaginé grandes felicitaciones por mis logros en mi obligado exilio. Esta cruel agonía de morir al comienzo de volver a vivir es y será siempre mi eterno coctel de inútil felicidad y desesperanza.”
A pesar de las buenas dotes poéticas, nadie lo reconoce. Las sonrisas no lo abrazan, los halagos no le dan calor y se pierde entre la multitud para olvidarse de sí mismo.
Rafael Midence Ávila
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