Anecdotario literario

Nuestro colaborador Ernesto Bustos Garrido ha recogido algunas anécdotas entre escritores, esas que alimentan el gusanillo por la literatura (o, al menos, por los chascarrillos literarios).

I. Onetti le espeta a Vargas Llosa

“Estábamos en San Francisco con Mario (Vargas Llosa). Él me dijo que escribía de tal hora a tal hora, y ese tipo de cosas. Al final yo le dije: Mirá, lo que pasa es que vos tenés con la literatura relaciones conyugales. Para mí es una puta. Si viene, viene. Mario se sienta a escribir, y si no le salen bien las cosas, putea y sigue. Yo no. Yo me pararía, me iría a pasear, y volvería al otro día para ver si la cosa estaba a punto”.   

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  • Onetti, Juan Carlos (Autor)

II. Cuenta “El Gabo”

Conocí a Hemingway quizá fugazmente, por ahí por 1957. Lo vi, de pronto, paseando con su esposa, Mary Welsh, por el bulevar de Saint Michel, en París, un día de lluviosa primavera de 1957. Caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, y llevaba unos pantalones de vaquero muy usados, una camisa de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Lo único que no parecía suyo eran los lentes de armadura metálica, redondos y minúsculos, que le daban un aire de abuelo prematuro. Había cumplido 59 años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda él hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos”.

García Máquez cuenta que titubeó porque no se le ocurría cómo abordarlo. Era para él un ídolo, y que no…. Entonces agitando sus brazos le gritó de una acera a la otra: ¡Grande, campeón!

Dice que Hemingway lo escuchó y solamente le respondió llevándose una mano a la vicera de la gorra de béisbol que llevaba; una especie de saludo militar, y luego siguió su camino, bamboleándose como un oso sobre la pavimento caliente.

Todo ocurrió aquella tarde de la primavera del año 1957.

III. Breve pasaje sobre dicho encuentro (relato de ficción de Corebo)

El hombre, de repente, tuvo una idea que él consideró brillante: “Voy a tutear a Gabriel García Márquez cuando escriba el artículo que tengo que entregar el lunes”. Trabajaba como “freelancer” para un periódico de asuntos financieros. “Lo voy a tutear para ganar en intimidad y así el editor creerá que fuimos amigos y así los lectores le darán mayor credibilidad a mi crónica”.

Entonces comenzó a tipear el artículo. Debía referir el día en que Gabriel García Márquez se había encontrado, de improviso, en una calle de París, en la primavera de 1957, con el mismísimo Ernest Hemingway. ¿Cómo no iba a saludarlo y a decirle cuánto lo admiraba? El autor de Cien años de soledad era entonces apenas un mozalbete y todo lo que cargaba en su mochila era un librito de cuentos recién editado en Barcelona y algunos artículos con su firma publicados en un par de diarios caribeños. Hemingway, sin embargo, ya era una celebridad .

Vio al americano caminando lerdo, como un viejo elefante recorriendo la sabana, con una camisa floreada y una gorra de beisbol en la cabeza. Le llamaron la atención sus piernas relativamente cortas y sus brazos, relativamente largos. Venía con su cuarta esposa, la pequeña Mary Welsh, del brazo.

El cronista decidió que en ese punto de la historia, hecha la introducción del relato, debía escribir de una manera tal que la gente creyese que él había sido testigo ocular del hecho y que él acompañaba al colombiano.

“El Gabo –escribió el cronista– me metió el codo en las costillas y me dijo: Luis Manuel, mira quién viene allí hacia nosotros.

Él reaccionó  al momento y clavó sus ojos en la multitud para descubrir al personaje que se les aproximaba.

–Yo –dice el cronista– me hice la idea de que podía ser Maurice Chevalier o Jean Gabin, o, a lo mejor, un jovencísimo Jean Paul Belmondo.

–Amigo Gabo, no veo a nadie, le dice.

–Mira bien, hermano –dice que le dijo García Márquez.

Entonces yo lo vi, corrí, cruce la calle, y lo saludé de mano.

IV. Charles Chaplin y el chaplinismo

En alguna parte del mundo alguien acuñó la expresión “achaplinarse”. Significa, entre otras cosas, retroceder al cabo de haber hecho una promesa. Ejemplo: “Manuel había dicho con todas sus letras que no faltaría a la marcha contra los excesos del coronavirus; sin embargo, no se le vio por ninguna parte”. Es eso “achaplinarse”.

Otro ejemplo de otra acepción. Esta vez con referencia a un individuo poco serio, informal, juguetón: “A Manuel nunca más lo invitaron a casa de su maestro. A poco de llegar se ponía chaplín y no dejaba de reírse y decir bobadas. Le gustaba hacerse el chaplín”.

Por último, cuando a una persona se le quiere descalificar para realizar cualquier tarea, se le dice que es un chaplín, de modo que no vale la pena tomarlo en cuenta.

A Charles Chaplin, en cierta época, se le acusó de ser comunista. Se inició una persecusión feroz hacia su persona; a la vez se le cerraron las fuentes laborales y se buscó la manera de ponerlo en prisión… Lo pasó muy mal, hasta el punto de que debió salir de Estados Unidos para refugiarse en Inglaterra.

Según un artículo publicado en The Guardian, la agencia de contrainteligencia británica MI5 desclasificó hace unos años, cuando el gran actor ya había fallecido, un dosier sobre su vida, donde se le acusaba de ser un ardiente simpatizante del comunismo.

El documento, que está disponible para consulta en los Archivos Nacionales del Reino Unido, desmiente totalmente la acusación. Chaplin nunca fue comunista.

Scotland Yard siguió a Chaplin, a petición del FBI. Las agencias de inteligencia estadounidenses buscaban materiales que podría haber significado que le prohibieran la entrada a Estados Unidos. En particular, les interesaban los contactos de Chaplin con la Unión Soviética y los comunistas europeos.

Los documentos del MI5 citan algunas declaraciones procomunistas del actor. Así, en 1940, dijo que “el comunismo contiene muchas cosas buenas”. Además, el actor fue acusado de tener vínculos con Ivor Montegu, un crítico de cine y espía soviético quien una vez le envió un telegrama al actor diciéndole que no podía reunirse con él durante su visita a Londres.

Como resultado de la vigilancia a largo plazo, los expertos del MI5 llegaron a la conclusión de que Chaplin no representa ninguna amenaza para la seguridad nacional.

Durante el curso de la investigación, el MI5 nunca logró determinar el lugar de nacimiento de Charlie Chaplin. El FBI cree que su verdadero nombre era Israel Thornstein, pero los agentes británicos del MI5 nunca pudieron encontrar un certificado de nacimiento.

A finales de 1952, cuando el actor se dirigió a Londres para el estreno de su película Limelight, el director del FBI J. Edgar Hoover logró que le prohibiera el regreso a EE.UU. Desde entonces y hasta su muerte en 1977, Chaplin vivió en Suiza.

Ernesto Bustos Garrido

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