Aprovechando que los Reyes Magos están a punto de visitar nuestros hogares recién llegados de Oriente Medio, comparto con los lectores de Narrativa Breve una pequeña anécdota ocurrida hace un par de años. Uno de esos relatos que a los padres nos gusta recordar, como estampas de una infancia que no volverá.
Mario sigue siendo un niño (ahora tiene cinco años, dos más que cuando ocurrieron los hechos narrados).
Bendita sea la infancia y su lenguaje. 🙂
Las historias de señor Mario: ¡No se ha roto nadie!
Quizá por deformación profesional, me fijo mucho en el lenguaje de mis hijos. De igual manera que ellos, como niños que son, aprenden nuestra lengua imitando a los adultos, nosotros, los adultos, podemos aprender bastantes cosas de ellos aprovechando que aún son ingenuos y sinceros y dicen lo que piensan, sin medir las consecuencias. De los niños en general, y de mis hijos en particular, me asombra la riqueza de matices en su, por así llamarlo, “discurso”. Unos matices que ellos, por su corta edad, ni siquiera distinguen conscientemente.
Pondré un ejemplo muy ilustrativo. Madre Coraje, como hace cada año por estas fechas, ha montado un belén en casa. Y señor Mario (3 años) está entusiasmado. No solo ayudó a montar el belén, sino que todos los días dedica parte de su tiempo a “mejorarlo” añadiendo ciertos toques de cosecha propia, a veces juguetes modernos en claro anacronismo con una escena navideña ambientada en el siglo I. Para señor Mario el belén es, entre otras cosas, un laboratorio narrativo que le permite “montarse sus películas”, como diríamos en el lenguaje de la calle, poniendo y quitando rey (y nunca mejor dicho). Los Reyes Magos, el Niño Jesús, la Virgen María, san José, los pastores y los soldados romanos son ya íntimos amigos suyos. Habla con ellos y cabe pensar que ellos responden –no sé si en arameo, latín o griego– a su iniciativa. El niño lo vive tan intensamente, que aún me sorprende que no riegue el musgo –natural– cada mañana.
Pues bien, ChicoChico (5 años recién cumplidos), menos sensible para estos temas que su ilustre hermano, se dedicó el otro día –creo que para llamar la atención– a saquear el belén y tirar al suelo todo cuanto pudo. Cuando nos dimos cuenta, casi todo el belén yacía en el suelo del salón. Mario, al ver el estropicio, se llevó las manos a la cabeza. Por suerte, la sangre no llegó al río y media hora después, tras el arduo trabajo realizado por Madre Coraje y señor Mario, el belén volvía a su estado natural.
–¡Qué suerte, mamá: no se ha roto nadie! –exclamó señor Mario, las manos en la cintura, satisfecho al ver renacida la obra artística.
Yo que soy poco entusiasta de los belenes, hubiera dicho: “¡Qué suerte: no se ha roto nada”. Pero en la exclamación del pequeño entraba en juego un matiz que redimensionaba la situación: cambiar el pronombre indefinido (“nada”) por otro pronombre indefinido (“nadie”) le permitió a señor Mario humanizar sus admiradas figuras del belén. ¡Con solo sustituir una palabra por otra ya estaba todo dicho!
Creo que estaréis de acuerdo conmigo en que lingüísticamente tenemos tanto que aprender de los niños como ellos de nosotros.
Y eso es todo por hoy.
Ah, lo olvidaba: ¡Feliz año nuevo!
Francisco Rodríguez Criado, escritor y corrector de estilo
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Bien por el «señor Mario». Nadie hubiera dicho nada mejor…