Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura en 1954 por El viejo y el mar (entonces se da el Premio por un título, no por la obra completa), nos dejó grandes novelas y grandes cuentos, siempre con ese estilo lacónico y sencillo suyo.
En este cuento, que tituló “Relato banal”, narra la historia de un hombre que come lentamente una naranja mientras va leyendo noticias sobre acontecimientos que se dan en geografías lejanas.
Al final de la narración se revela quién es el hombre y su circunstancia actual. Anticipamos –sin hacer spoiler– que el personaje tenía una profesión muy del agrado de Hemingway.
“Relato banal”, también publicado como “Un cuento trivial”, vio la luz por primera vez en 1926 en la revista Little Review, fundada por Margaret Anderson, que se imprimió desde 1914 a 1929. Una revista que dio a conocer a grandes escritores y que ha pasado a la historia por publicar el Ulises de James Joyce por capítulos, entre marzo de 1918 y diciembre de 2020.
Cuento de Ernest Hemingway: Relato banal
De modo que comió la naranja lentamente, escupiendo las semillas. Afuera, la nieve se transformaba en lluvia. Dentro, la estufa eléctrica parecía no dar calor; levantándose de su escritorio, se sentó al lado de ella. ¡Qué bien se estaba! ¡Esto era vivir!
Tomó otra naranja. Allá lejos, en París, Mascart había noqueado a Danny Frush en el segundo round. Más lejos aún, en Mesopotamia, había siete metros de nieve. Atravesando el mundo, en la distante Australia, los jugadores de críquet británicos aguzaban sus palos. Todo eso era romántico.
Leyó que los patronos de las artes y las letras habían descubierto el Forum. Es la guía, el filósofo y el amigo de la minoría pensante. Cuentos de primera categoría; ¿acaso estos mismos autores escribirán los libros más exitosos del mañana?
Usted podrá disfrutar de esos cálidos y hogareños cuentos norteamericanos, pedazos de vida real, en el amplio rancho, en el apartamento abarrotado o en la casa cómoda, todos ellos impregnados de una sana corriente de buen humor.
Debo leerlos, pensó.
Continuó leyendo: ¿Qué será de los hijos de nuestros hijos? Deben descubrirse nuevos medios para hallar un lugar en el mundo para nosotros. ¿Se logrará con la guerra o por medios pacíficos?
¿O tendremos que irnos todos al Canadá?
La ciencia, ¿desbaratará nuestras más profundas convicciones? ¿Nuestra civilización es inferior a algún orden de cosas más antiguo?
Y, entretanto, en las lejanas selvas del Yucatán, suenan las hachas de los que hienden los árboles de caucho.
¿Queremos los hombres más grandes o los preferimos cultos? Tomemos a Joyce. Al presidente Coolidge. ¿Qué astro tendrían que elegir nuestros estudiantes para emular? Ahí está Jack Britton. El doctor Henry Van Dyke. ¿Podemos acaso reconciliar los puntos de vista de ambos? Tomemos el caso de Young Stribling.
Y ¿qué ocurrirá a nuestras hijas que deben hacer sus propios sondeos en la vida? Nancy Hawthorne está obligada a hacer los suyos en el proceloso mar de la vida. Valiente y cuerdamente hace frente a los problemas de toda jovencita de dieciocho años.
Era un folleto espléndido.
¿Es usted una niña de dieciocho años? Tome usted el caso de Juana de Arco. El caso de Bernard Shaw. El caso de Betsy Ross.
Piense en 1925 en todas estas cosas: ¿hubo alguna página atrevida en la historia de los puritanos?
La poesía y los cuadros modernos, ¿son arte? Sí y no. Tomemos a Picasso.
¿Tienen los vagabundos algún código de conducta? Dé rienda suelta a su fantasía.
En todas partes existe el romance. Los escritores de Forum van al punto, poseen humor e ingenio. Pero nunca tratan de ser demasiado listos ni farragosos.
Viva usted la vida plena de la mente, acuciado por nuevas ideas, intoxicado por el romanticismo de lo inusual.
Dejó el folleto.
Entretanto, tendido en el lecho de una habitación oscura de su casa en Triana, Manuel García Maera se ahogaba de neumonía, con un tubo en cada pulmón. Todos los diarios de Andalucía dedicaban suplementos especiales a su muerte, que desde días se esperaba. Hombres y muchachos compraban fotografías a todo color para recordarlo, y perdían el retrato que de él se habían formado en sus recuerdos al mirar las litografías. Los toreros respiraban aliviados porque él hacía siempre en el ruedo las cosas que ellos solo podían realizar de vez en cuando. Marchaban bajo la lluvia detrás de su ataúd y ciento cuarenta y siete toreros lo siguieron al cementerio, donde fue enterrado al lado de Joselito. Después del funeral, todos acudieron a sentarse a los cafés, a cubierto de la lluvia, y los hombres compraban muchas fotografías en colores de Maera, las arrollaban y se las metían en los bolsillos.
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