Miguel Díez R., nuestro viejo profesor, responsable de la sección Cuentos breves recomendados, una recopilación con las mejores historias cortas de los mejores escritores, nos envía este texto, lleno de amor al Mediterráneo y a la literatura.
Se trata de un proyecto, Altea en Llaút, nacido en Altea, Alicante,
«que pretende promover el llaút como embarcación arraigada al mediterráneo, concretamente a la bahía de Altea (en nuestro caso), y no solamente a las Islas Baleares. El objetivo es promocionar, dar visibilidad y difundir su estilo de navegación en un ejercicio de conservación y recuperación del llaút como patrimonio. Y ofrecer una alternativa de chárter diferente a la de embarcaciones de velocidad con el objetivo de reconciliar el llaút con la identidad de Altea».
Altea en Llaút será presentado el próximo 24 de junio, a las 20:00, en Altea, en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Municipal. Se impartirá una charla sobre la historia del llaút y sus gentes a través de una exposición fotográfica abierta.
ALTEA EN LLAÚT
NUESTRO MEDITERRANEO
Miguel Díez R, “El Viejo Profesor”. El Albir, en la Bahía de Altea.
Junio, 2021.
*»Quien domina la mar, domina todas las cosas».
Temístocles (Grecia, 524-459a.C.)
*«El calor del día había ido declinando gradualmente, y se principiaba a sentir la ligera brisa, que parece la respiración de la naturaleza, exhalándose después de la calurosa siesta del mediodía; soplo agradable que refresca las costas del Mediterráneo, y lleva de ribera en ribera el perfume de los árboles, mezclado al ocre olor del mar».
Alexandre Dumas (Francia,1802 – 870)
“El mar es todo. Cubre siete décimas del globo terrestre. Su aliento es puro y saludable. Es un inmenso desierto, donde el hombre nunca está solo, porque siente vida por todos los lados”.
Julio Verne (Francia, 1828-1905
“Los tres grandes sonidos elementales en la naturaleza son el sonido de la lluvia, el sonido del viento en un bosque primitivo y el sonido del océano en una playa”.
Henry Beston (Estados Unidos, 1888-1968)
*»Si los océanos de nuestra Tierra murieran —esto es, si, de algún modo, la vida de pronto desapareciera—, sería la más formidable, pero también la más definitiva, de las catástrofes en la historia atormentada del hombre y de los demás animales que con él comparten este planeta».
Jacques-Yves Cousteau (Francia, 1910-1997)
“Según algunas leyendas, el mar es la morada de todo lo que hemos perdido, de todo lo que no hemos tenido, de los deseos frustrados, de los dolores, de las lágrimas que hemos derramado”.
Osho (India, 1931-1990)
El nombre Mediterráneo proviene del latín “Mediterraneum mare” que ya, como nombre propio, se encuentra en Etimologías de San Isidoro de Sevilla (560 d. C -.636 d. C.) donde se explica que proviene de “Mar Medi Terraneum” (“mar en medio de las tierras”), porque, -encerrado entre Europa, África y los extremos occidentales de Asia- se abre al oriente, al ocaso del océano Atlántico por el estrecho de Gibraltar, lo que hace que se trate de un mar casi cerrado, con una superficie de unos 2,51 kilómetros cuadrados de mar abierto. En la expresión resumida de “nuestra” canción de Serrat: “Que han vertido en ti cien pueblos, de Algeciras a Estambul”
El Mediterráneo ha sido testigo del florecimiento y caída de grandes civilizaciones que lo aprovecharon para realizar intercambios comerciales (el historiador David Abulafialo lo denominó un “lago comercial”) y culturales, como los fenicios o los griegos, pero únicamente Roma logró controlar toda su extensión y durante el Imperio (27 a.C. – 476 d. C.) ningún otro pueblo fue rival en el control del
Mediterráneo. El comercio floreció y se convirtió en la principal vía de comunicación de tal manera, que, en la época de máxima expansión del Imperio, las necesidades de abastecimiento romanas llegaban a las 200.000 toneladas de trigo anuales, de las que, a través del también llamado “Mare Internum”, Egipto proporcionaba aproximadamente un tercio; el resto del grano procedía de Sicilia y de la zona que hoy ocupa Túnez.
Hasta tal punto fue indiscutible el poder absoluto de los romanos sobre el Mediterráneo que lo bautizaron MARE NOSTRUM (Nuestro Mar), pero, además de la idea de poder , el nombre hace también referencia a un posesivo de familiaridad: el mar de nuestras costas, de nuestras islas, de nuestros pueblos, de nuestros puertos, de nuestras playas (especialmente, de nuestra Altea y su Bahía, “locus amoenus” de la costa, ya hacia el oriente). es decir, un mar conocido y cercano frente a los océanos exteriores.
Los antiguos mapas romanos, cuando dibujaban las tierras atlánticas del continente africano las despachaban con una “papela” en la que se leía: hic sunt leones (“aquí hay leones”). De África solo les interesaban las costas a la vera del Mare Nostrum, el resto del gran continente más bien poco, porque las tierras o lugares adonde no llegaban los ojos y los oídos del imperio eran Terras ignotas.
No podemos olvidar que, si el Mare Nostrum es Roma, Roma es hija de Grecia (Un nombre que por un lado hace referencia a un país del mediterráneo que se encuentra ubicado al sudoeste de Europa y por otra parte proviene del griego y significa «La que es griega «. Aquella que lucha por lo que quiere hasta conseguirlo.)y, evidentemente, Nuestro Mar, el de la Bahía de Altea y todo el que se prolonga al occidente y al oriente, es nieto de Grecia.
El Mediterráneo fue el espacio vital de los griegos; ganaron o perdieron sus guerrasen el mar porque se asentaban en tierra seca, poco fértil, por lo que se vieron obligados a navegar por su mar (hoy es el Nuestro), que era la mejor vía para buscar su fortuna en las colonias, el comercio y, muy importante, también para expandir su modo de pensar y de vivir, es decir, diversos modelos religiosos, filosóficos, políticos, artísticos y un sinfín de innovaciones, asumidas por Roma, y que constituyen lo que conocemos como la civilización clásica.
“Durante siglos, este mar que encierra 17 mares ha sido un símbolo de unión, hasta el punto de conformar una identidad cultural, gastronómica, comercial, intelectual y afectiva común entre sus gentes. Todo aquel que haya crecido en algún pueblo, aldea o ciudad acariciada por sus tímidas mareas se reconoce en ellas. En sus medias lunas de arena, en sus costas de rocas bravas, en sus montes cubiertos de encinas, pinos y genista, de olivos y de vides. En su olor a tomillo y romero. En su luz única y sus atardeceres vehementes.
El Mediterráneo es, en su sentido más estricto, una patria. No una entidad política ni una identidad afectiva e intelectual. La de Homero, Sófocles, Esquilo y Eurípides; la de Píndaro; la de Ramón Llull y Cavafis; la de Camus; la de Graves; la de Rossellini; la de Vázquez Montalbán , González Ledesma, Camillieri y Markaris. La de tantos otros que la han soñado, escrito, cantado a lo largo de los siglos. Es el mar que desentrañaron fenicios y griegos y a cuyas orillas nació el alfabeto; el que besó Tiros, Biblos, Sidón, Acco, Berito, Cartago y Troya, la de los altos muros; y Constantinopla, Venecia y Alejandría. El “okéano” en cuyas riberas nacieron la Democracia, la Filosofía, el Arte, el Urbanismo, la Escritura moderna.” (Carlos Bassas del Rey )
Creo, pues, que en este momento no estaría de más un pequeño homenaje a nuestras raíces, las más lejanas y auténticas. Un poema de un vate alicantino, mediterráneo hasta los tuétanos y, por lo tanto, enamorado de la cultura griega:
La fidelidad
Homenaje a Grecia, V
Si Homero dice: vino, sé que es vino.
Si Hesíodo dice: yunta, sé que es yunta.
Si Sapho me menciona las palomas
del carro de Afrodita, reconozco
pasar su blando vuelo. Si un buen día
con un golpe de lanza, el suave olivo
hace brotar de plata, en los bancales,
la hija de Zeus, ¿qué árbol me es más propio y más habitual? Si Apolo, en cambio, convierte a un fiel muchacho en lancinante ciprés oscuro, ¿acaso no comprendo? Quiero decir, entonces: si aquel mundo me es tan real, patente, cotidiano;
si lo he visto al abrir mis tiernos ojos, cuando se cree en las cosas, ¿por qué causa me llaman soñador o irreflexivo? ¿Porque afirmo la luz de lo que veo?
(Juan Gil-Albert (Alicante1904-1994)
1. NUESTRA CANCIÓN
Nuestra canción es “Mediterráneo” del cantautor español Joan Manuel Serrat, incluida en su disco “Mediterráneo”, editado en 1971.
Aunque se ha fabulado mucho en dónde y por qué escribió su letra y la musicalizó, la verdad es que la compuso durante su exilio en México, en añoranza al mar Mediterráneo, según sus palabras:
“Estaba en México, llevaba semanas en el interior. Soñaba, literalmente con mi mar. Agarré el coche y me fui a un lago, aunque sólo fuera por hacerme a la idea del mar que yo añoraba. Es en esos casos cuando me doy cuenta de que para mí, el mar, y concretamente el Mediterráneo es una identidad: una identidad feliz”, y, en otromomento, confesó: “Jamás, jamás renegaré de esta o de cualquier otra de mis canciones. Me sentiré eternamente agradecido, son ellas quienes me han hecho lo que soy. Así que siempre cantaré Mediterráneo porque siempre me lo piden, por obligación, pero lo que es más importante, por gusto”.
Es una canción eterna, como eterno es el mar, el fuego y el (“buen”) amor. En 2004 los espectadores de un programa de TVE la eligieron la mejor canción popular española y seis años más tarde la revista Rolling Stone también la eligió la mejor canción del pop español; por eso también es Nuestra Canción, como la de millones y millones de personas, y porque el Mediterráneo también es Nuestro Mar.
“Mediterráneo es una canción que suena en nuestro interior, incluso cuando la leemos en silencio. Ya ni siquiera necesita música ni arreglos. Quizá porque, además de otras cosas, es un poema.” (Leandro Pérez)
Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat (letra)
Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa.
Y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por dondequiera que vaya.
Y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.
Yo, que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.
A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.
A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino.
Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
tengo alma de marinero.
Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo.
Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea
te vas pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea,
que se añora y que se quiere,
que se conoce y se teme, ay.
Si un día para mi mal
viene a buscarme la parca,
empujad al mar mi barca
con un levante otoñal,
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.
Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo.
En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte,
quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.
Cerca del mar, porque yo
nací en el Mediterráneo.
Como colofón a Nuestra Canción os presento el poema de un poeta, arriba citado y de excepcional valía, tal vez, no suficientemente reconocida.
Como podréis comprobar, estos diez versos, ni uno más ni uno menos, son hermanos gemelos de Nuestra Canción, la de Serrat:
La fidelidad
Quisiera tener tumba en la alta sierra
cubriéndome cual techo el cielo azul.
Y allá bajo, en la arena, refrescante,
el rumoroso mar. Unos olivos en torno
de mi piedra sin que impidan
al sol dejar sus besos sobre el nombre
de quien lo amó. Después, a ser posible,
que un festón de violetas muy oscuras
abracen, cual guardianes, esa sombra
de un mortal ya dichoso.
(Juan Gil-Albert, Alicante1904-1994))
2. NUESTRO POEMA
La figura de Homero (sobre la que se ha desatado toda una tempestad de discusiones) se sitúa a finales siglo VIII a.C., bajo la apariencia, un tanto desvaída, de un aeda o rapsoda griego, o sea, un poeta errabundo y tal vez ciego, que recorrió los caminos de Grecia recogiendo y recitando las tradiciones orales sobre la Guerra de Troya; las cuales, reunidas y recreadas por él, constituyen la más grande de las epopeyas occidentales, La Ilíada. Pero, además, a Homero se le atribuye también, la paternidad de La Odisea, obra que ha tenido una fecunda proyección posterior e ininterrumpida hasta nuestros días.
Si en La Ilíada todo se desarrolla en torno a los héroes y a la guerra —«poema de la fuerza» se le ha llamado— y todo se inflama de ardor bélico y de combates ante losmuros de Ilíon (Troya), en constante exaltación de la audacia, a veces de la crueldad y a menudo también de la magnanimidad; La Odisea, en cambio, tiene más de novela maravillosa y de continuo viaje marítimo que de epopeya.
Es el hombre y sus aventuras lo que la definen: Odiseo (Ulises), rey de la isla de Ítaca y uno de los héroes griegos de la Ilíada, es ahora el protagonista aventurero, que, acosado por peligros cada cual más sorprendente, siempre los supera gracias, no a la fuerza, sino a su ingenio y prudencia. Y es el mismo Ulises el que, al llegar náufrago y desnudo a las tierras de los feacios, les cuenta a sus anfitriones sus propias aventuras, porque, en palabras de Savater, «el narrador de historias siempre acaba de llegar de un largo viaje en el que ha conocido las maravillas y el terror».
El paisaje ya no es la llanura que se extiende entre las cóncavas naves griegas y las murallas de la ciudad de Troya, sino un Mediterráneo, enorme y proceloso, al que más que Mare Nostrum habría que denominar Mare Tenebrosum. En este mar y sus islas se encuentran todo tipo de personajes y se suceden toda clase de situaciones fantásticas, pero tan humanizadas que es difícil trazar la línea entre lo real y lo ficticio.
Las aventuras de Ulises no son nada más que un conglomerado de cuentos populares, de procedencia muy dispersa y antigua, que el autor de La Odisea — quienquiera que fuese— supo formalizar prodigiosamente en torno al protagonista, consiguiendo así una obra definitiva sobre el hombre y sobre el viaje como simbólica aventura de su vivir y de su destino. El héroe, después de pasar esta «odisea», regresa a su patria, que ha sido su continua obsesión: a Itaca, una pequeña, pobre y montañosa isla del mar Jónico.
Ítaca de Cavafis, Nuestro Poema, una de las joyas de la poesía universal, tiene comoreferente el mítico viaje de Odiseo (Ulises). El camino por el mar espumoso, del color del vino, un mar en el que, “el viento hincha la vela y las purpúreas olas resuenan a los lados de la quilla”, plagado de dificultades:naufragios, ira del dios marítimo Poseidón, los Cicones, los Lotófagos, Polifemo en la isla de los Cíclopes, Circe, Calipso, las Sirenas, el campo de Asfódelos, las cavernas del Hades, …Todo se conjura contra Ulises y los suyos en este periplo por el Mediterráneo no “calmo o chato” como dicen los marineros en nuestra Bahía de Altea, sino un mar infinito, violento y caótico, de tal modo que Ulises-Odiseo tardó veinte años en arribar a su isla y su reino, Ítaca, “tan pobre, pero tan hermosa al atardecer”.
Sin embargo, en el poema de Cavafis, Ítaca es un símbolo del destino final de un largo camino que es la vida misma, y lo verdaderamente importante, lo maravilloso no es la llegada a ese final del camino, sino el viaje en sí mismo, como forma de conocimiento, de sabiduría y enriquecimiento personal. Ítaca, el impulso y la razón del viaje, adquiere un nuevo significado, no como un lugar concreto, que nada puede ofrecer salvo la visión de un hermoso atardecer, sino como un cúmulo de experiencias (“las Ítacas”) que el viajero ha recibido a lo largo de la travesía de ese viaje que es la vida.
Ítaca (Constantino Cavafis, poeta griego de Alejandría, 1863 – 1933),
Cuando salgas en tu viaja hacia Ítaca, Haz votos para que el camino te sea largo, lleno de aventuras, lleno de conocimientos.
A Lestrigones y a Cíclopes,
al iracundo Poseidón no temas
jamás se cruzarán en tu camino,
si tu pensamiento permanece elevado, si refinada emoción guía tu espíritu y tu cuerpo. Jamás encontrarás a Lestrigones
ni a Cíclopes, ni al salvaje Poseidón
si no lo estibas dentro de tu alma,
si tu alma no los planta ante ti.
Haz votos para que el viaje te sea largo. Que sean numerosas las mañanas estivales en las que con felicidad y con alegría, arribes a puertos nunca vistos antes. Que te detengas en bazares fenicios
y que adquieras buenas mercancías,
perlas y corales, ámbares y ébanos,
gasta tanto cuanto puedas
en voluptuosos y delicados perfumes.
Irás a muchas ciudades egipcias
a conocer y a aprender con avidez de los sabios.
Siempre en tu mente tendrás a Ítaca,
porque llegar a ella es tu destino,
pero por nada apresures tu viaje.
Mejor es que dure largos años
y, anciano ya, fondees en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriqueciera.
Ítaca te regaló un maravilloso viaje. Sin ella no te habrías puesto en camino, pero ya no tiene que ofrecerte nada más.
Aunque la encuentres muy pobre, Ítaca no te engañó.
Ahora, sabio y rico en experiencias,
ya comprenderás lo que significan las Ítacas.
Confrontando varias traducciones, y tomando de aquí y de allí, he pergeñado una versión que, a mi juicio, suena bastante bien en español
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Sobre la mar en general, más allá del Mediterráneo, sobre los infinitos mares de los océanos, se han escrito muy bellos poemas. Aquí os dejo cuatro de ellos, empezando por los dos sonetos que, personalmente, creo que son los más hermosos sobre el mar
escritos en nuestra lengua. Los dos siguientes son también joyas poemáticas sobre la mar.
EL MAR. Jorge Luis Borges, Argentina (1899-1986)
Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días, el mar, el siempre mar, ya estaba y era. ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?
Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas
tardes, la luna, el fuego de una hoguera. ¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día ulterior que sucede a la agonía.
Charles Baudelaire decía que la palabra o la frase repetida en un poema revelaba la obsesión del poeta, y aquí está muy claro. ¿Quién es el mar? Esa es la obsesión de Borges, y que le lleva a otra pregunta todavía más profunda e inquietante, y ¿quién soy yo?
“El poema argumenta que el mar es una realidad vinculada a la regeneración del mundo: siempre se renueva y, es más, regenera a las personas que lo contemplan. El mar es una realidad primera que está antes de todo y tiene hálito de eternidad. Solamente sabiendo cuál es el ser del mar podemos saber cuál es la esencia del ser humano. Y dicho conocimiento se obtiene, según el poeta, cuando el hombre está en el umbral de la muerte, es decir, en el momento supremo de la agonía. ¿Por qué? Quizá porque el ser humano se volverá a encontrar y se fusionará con el mar después de que muera.” (Camilo Fernández)
OCASO. Manuel Machado (España, 1874-1947)
Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde… El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada…
¡El mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar nada…!
“Melancolía y belleza son la impresión que nos deja el poema de Machado y, cuyo tema central es el cansancio de vivir y el anhelo de una muerte aliviadora. Pero el autor arranca de una hermosa visión de paisaje, una puesta de sol en el mar, para sugerir una serie de comparaciones: el día y el sol serán imágenes de la vida y del poeta; la noche y el mar, símbolos -tradicionales- de la muerte.
No olvidemos que Ars moríendí (“Arte de morir”) se titulaba el libro al que pertenece este soneto. El morir, en cierto sentido, se hace arte; aparece vestido en estos versos con las mejores galas de estilo. De la tristeza hace Manuel Machado belleza; la amargura queda finamente ennoblecida en esta construcción poética rigurosa, cincelada con evidente maestría. Destacan aquí los efectos de intenso colorido, la sonoridad ora suave ora rotunda, la intensidad sentimental, la hábil disposición de las palabras que son rasgos habituales en la lengua poética del autor. Tal arte hace, acaso, que (por encima del grave sentido del poema) prevalezca la impresión de la decidida postura estética de Manuel Machado dentro del mejor movimiento poético modernista.” (Vicente Morales)
ULISES (1842). Alfred Lord Tennyson. (Inglaterra, 189-1892)
He allí el puerto; el barco hincha la vela;
crecen las sombras en los anchos mares. Marineros míos, almas que os habéis afanado y forjado junto a mí,
que conmigo habéis pensado, que con ánimo de fiesta habéis recibido el sol y la tormenta y les habéis opuesto frentes y corazones libres: sois viejos como yo; con todo, la vejez tiene su honor y sus esfuerzos;
la muerte todo lo acaba, pero algo antes del fin ha de hacerse todavía, cierto trabajo noble,
no indigno de hombres que pugnaron con dioses. Ya se divisa entre las rocas un parpadeo de luces;
se apaga el largo día; sube lenta la luna; el hondo mar
gime con mil voces. Venid amigos míos,
aún no es tarde para buscar un mundo más nuevo. Desatracad, y, tened calma sentados ordenadamente ante las estruendosas olas; pues mantengo el propósito de navegar hasta que muera más allá del ocaso, donde se hunden las estrellas de occidente. Puede que nos traguen los abismos, puede
que toquemos al fin las Islas Afortunadas y veamos
a Aquiles (“el de los pies ligeros”), a quien otrora conocimos.
Aunque mucho nos hemos esforzado, mucho nos queda aún; y si bien no tenemos ahora aquella fuerza
que en los viejos tiempos movía tierra y cielo, somos lo que somos:
corazones heroicos de parecido temple, debilitados
por el tiempo y el destino, pero con voluntad más fuerte para luchar con denuedo, buscar, encontrar y no rendirse.
(He realizado una traducción muy libre del poema)
“Ulises” es un poema (un monólogo dramático, un soliloquio) escrito por el poetabritánico Alfred Tennyson, 1809–1892, el más importante poeta de la época victoriana. Ulises-Odiseo relata a una audiencia indefinida su descontento y nerviosismo al regresar a su reino, la isla de Ítaca, tras haber concluido una serie de viajes lejanos como parte de su exilio. En el ocaso de su vida, Ulises anhela volver a viajar y explorar, a pesar de haberse reencontrado con su esposa Penélope y su hijo Telémaco. Ulises (“el astuto”, “el de muchas mañas”, “el de muchos senderos y de multiforme ingenio”) ha llegado a la conclusión de que, para vivir una vida que merezca la pena, tiene que salir de su estrecho mundo doméstico (isla, mujer e hijo) y lanzarse de nuevo a una aventura infinita por Nuestro Mar
¡OH, CAPITÁN!, ¡MI CAPITÁN! (1912)Walt Whitman (Estados Unidos, 1819-1892)
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro espantoso viaje ha terminado.
La nave ha salvado todos los escollos.
Hemos ganado el premio que anhelábamos.
El puerto está cerca. Oigo las campanas, el pueblo entero regocijado mientras sus ojos siguen firmes la quilla, la audaz y soberbia nave. Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón! Oh rojas gotas que caen
allí donde mi capitán yace, frío y muerto.
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas.
Levántate. Por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín.
Para ti ramilletes y guirnaldas con cintas.
Para ti multitudes en las playas.
Por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza! Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente, derribado, frío y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven.
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad.
La nave, sana y salva, ha anclado. Su viaje ha concluido.
de vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto. ¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas! pero yo, con pasos tristes,
recorro el puente donde mi capitán yace, frío y muerto.
En 1865, poco después del asesinato del decimosexto presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln, Walt Whitman escribió el poema titulado ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán! Se trata de una elegía, un poema escrito en honor a alguien que ha muerto. Aunque a Abraham Lincoln nunca se le nombra directamente en el poema, él es la persona por la que se canta esta elegía en una metáfora extendida que es todo el poema. Él es el capitán (el presidente) que ha dejado huérfana a su tripulación (el pueblo americano), pero ha llevado el «barco del estado» a buen puerto.
El poema escrito en primera persona trasmite líricamente, es decir, desde lo más profundo del alma del poeta, la pena y el desgarro ante la tragedia de haber perdido a su capitán, el presidente Lincoln, al que el pueblo contempla llegando al puerto, muerto pero victorioso en su nave. Se oyen las campanas y el pueblo entero regocijado lo recibe, mientras que el poeta, con pasos tristes, se acerca al capitán que yace, frío y muerto.
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán! es uno de los más hermosos poemas norteamericanos de la lírica universal. Pertenece a la famosa obra poética de Walt Whitman, titulada Hojas de Hierba (Leaves of Grass publicada en 1855)
Este poema del gran poeta norteamericano potenció su reconocimiento y audiencia y se hizo famoso, gracias a la inolvidable película El club de los poetas muertos (Dead Poets Society,1989). Una película estadounidense, de culto, dirigida por Peter Wier y pritagonizada por Robin Williams, rodeado de un magnífico elenco de actrices y actores.
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No quiero poner punto y final a este apartado de Nuestro Poema sin regalaros dos textos sobre los puertos de la mar. Uno es un poema, el otro la letra de una canción. Son muy distintos y creo que todos con un simple vistazo os daréis cuentas.
El bar del poeta cubano es el lugar de encuentro de la gente del puerto que charla y bebe su trago elemental con total fraternidad y sencillez, con toda clase de marineros (el desconocido, los pendencieros y los más simples o curiosos) . Pero allí lo que reina es la blanca ola de la amistad, la sencilla fraternidad de la gente que puebla todos los bares y tabernas junto al mar.
La letra de la canción de Brel habla de otra taberna y otro puerto brumoso, oscuro, como es el de Amsterdam, con riberas sombrías, calor espeso…Los marineros, con risa de tempestad, se reabrochan la bragueta y beben y beben y, eructando se van a frotarse los vientres con las putas del puerto….
Por favor, escuchad con qué ritmo ascendente, con qué fuerza y “poderío” canta Brel “Dans le Port d’Amsterdam” (YouTube)
Bares Nicolás Guillén (Cuba, 1902-1989)
Amo los bares y tabernas
junto al mar,
donde la gente charla y bebe
sólo por beber y charlar.
Donde Juan Nadie llega y pide
su trago elemental,
y están Juan Bronco y Juan Navaja
y Juan Narices y hasta Juan Simple,
el sólo, el simplemente Juan.
Allí la blanca ola
bate de la amistad;
una amistad de pueblo, sin retórica,
una ola de ¡hola! y ¿cómo estás?
Allí huele a pescado,
a mangle, a ron, a sal
y a camisa sudada puesta a secar al sol.
Búscame, hermano y me hallarás
(en la Habana, en Oporto,
en Jacmel, en Shangai)
con la sencilla gente
que sólo por beber y charlar
puebla los bares y tabernas
junto al mar.
En el puerto de Amsterdam (“Dans le Port d’Amsterdam”) Jacques Brel (Bélgica, 1929-1978)
(Selección)
En el puerto de Amsterdam
hay marinos que cantan
los sueños que les asedian
a lo ancho de Amsterdam.
En el puerto de Amsterdam
hay marinos que comen
en manteles demasiado blancos
pescados brillantes.
Os muestran unos dientes
como para mascar la fortuna,
para hacer menguar la luna,
para tragar unas amarras
y se huele el bacalao
hasta en el corazón de las patatas fritas.
Luego se alzan riendo
con un ruido de tempestad,
se reabrochan la bragueta
y eructando se van.
En el puerto de Amsterdam
hay marinos que bailan,
frotándose la panza
con la de las mujeres
y giran y bailan
como soles escupidos
en el sonido desgarrado
de un acordeón rancio.
Se tuercen el cuello
para oírse mejor reír,
hasta que de pronto
el acordeón expira.
En el puerto de Amsterdam
hay marinos que beben
y que beben y rebeben
y que rebeben aún.
Beben a la salud
de las putas de Amsterdam
de Hamburgo o de otros sitios.
Y cuando han bebido bien,
se plantan nariz al cielo,
se limpian los mocos en las estrellas
y mean como yo lloro
sobre las mujeres infieles.
En el puerto de Amsterdam,
en el puerto de Amsterdam
3.NUESTRO RELATO
Sobre la mar en general se han escrito, grandes novelas en esto último siglos (Moby Dick (1851),de Herman Melville; La isla del tesoro (1883), de Robert LouisStevenson; 20 mil leguas de viaje submarino , (1869) de Julio Verne; El rumor del oleaje (1954),de Yukio Mishima,El viejo y el mar,(1952) de Ernest Hemingway, Océano mar (1939 deAlessandro Baricco, Los barcos se pierden en tierra (1994-2011) de Arturo Pérez Reverte o Mar adentro (2002) de Caballero Bonald.
De la novela del italiano Alessandro Baricco espigo algunos textos:
“¿Dónde empieza el final del mar? O más aún: ¿a qué nos referimos cuando decimos mar? ¿Nos referimos al inmenso monstruo capaz de devorar cualquier cosa o esa ola que espuma en tomo a nuestros pies? ¿Al agua que te cabe en el cuenco de la mano o al abismo que nadie puede ver? ¿Lo decimos todo con una sola palabra o con una sola palabra lo ocultamos todo? Estoy aquí, a un paso del mar, y ni siquiera soy capaz de comprender dónde está él El mar. El mar… El mar no tiene caminos, el mar no tiene explicaciones
El mar encanta, el mar mata, conmueve, asusta, también hace reír, a veces desaparece, de vez en cuando se disfraza de lago, o bien construye tempestades, devora naves, regala riquezas, no da respuestas, es sabio, es dulce, es potente, es imprevisible. Pero, sobre todo, el mar llama. Lo descubrirás. Es lo único que
hace, en el fondo: llamar. No se detiene nunca, te entra dentro, se te echa encima, es a ti a quien quiere. Puedes disimular, no te sirve de nada. Seguirá llamándote. Este mar que estás viendo y todos los otros que no verás, pero que estarán siempre al acecho, pacientes, un paso más allá de tu vida. Los oirás llamar infatigablemente. Sucede en este purgatorio de arena. Sucedería en cualquier paraíso, y en cualquier infierno. Sin explicar nada, sin decirte dónde, habrá siempre un mar que te llamará.
Decir el mar. Decir el mar. Decir el mar. Para que no todo lo que había en el gesto de aquel viejo se pierda, porque quizás todavía un retazo de aquella magia vaga por el tiempo, y algo podría reencontrarlo, y detenerlo antes de que desaparezca para siempre. Decir el mar. Porque es lo único que nos queda. Porque, frente a él, los que no tenemos cruces, ni viejos, ni magia, tenemos que tener algún tipo de arma, lo que sea, para no morir en silencio.
Allá en la orilla, en aquellos inviernos, yo imaginaba una verdad que era quietud, era regazo era alivio, y clemencia, y dulzura. Era una verdad hecha para nosotros. Que nos esperaba… Pero aquí, en el vientre del mar, he visto a la verdad construir su nido, meticulosa y perfecta: y lo que he visto ha sido un ave rapaz, majestuosa en el vuelo, y feroz.
Alessandro Baricco: Océano mar (1939).
Del libro de Arturo Pérez Reverte recojo también algunos textos, y son mediterráneos puros, porqué, para él como navegante, solo existe Nuestro Mar
“Arturo Pérez-Reverte es hombre de mar adentro. Y a partir de cierto momento también lo ha sido su obra. Nacido en el seno de una familia de marinos y crecido en la costa mediterránea, ilusionado por las muchas aventuras leídas en los libros de Melville y Conrad.
Según Reverte, el mar también es capaz de plasmar al hombre y manipular sus comportamientos, es el dueño del destino de quien a él se entrega, como «un viejo canalla, peligroso y taimado, cuya aparente camaradería solo acechaba el momento de asestar un zarpazo al menor descuido»”.(Marco Succio)
Me gusta el Mediterráneo porque para mí es navegar por la historia. Echas el ancla a la vista de un templo romano, buceas junto a un fragmento de ánfora fenicia, los dioses viven por aquí, se pueden ver esos atardeceres homéricos… es la felicidad.
Hay un aspecto del mar, a mi juicio el más auténtico, que no tiene que ver con las gafas de diseño, el calzado de moda, la vela de carbono sulfatado y la moto náutica del año, sino con las experiencias y realidades a las que deben enfrentarse los navegantes si las cosas vienen torcidas. Me refiero a todo aquello que, cuando toca tomar el tercer rizo, achicar una vía de agua o verse de noche
sin motor y a barlovento de una costa peligrosa, ayuda a mantener el barco a flote. A salvar el pellejo propio y el de la tripulación que está a tu cargo.
Yo nací junto al mar, yo nací en una ciudad donde el mar está muy presente. Mis recuerdos primeros son yo mismo jugando a la orilla del mar, viendo pasar
los barcos a lo lejos, las velas por el mar, esos tíos que bajaban de los barcos con tatuajes y esas mujeres que fumaban y te hablaban de tú en los puertos.
Entonces, yo me asomaba al mar pero aún no formaba parte de ese mar, eran los libros los que me completaban lo que me faltaba, yo leía y decía `un día me iré por ahí, un día viviré aventuras y viajes, y a lo mejor hasta naufrago y desembarco en puertos…`, ese tipo de cosas. Los libros fueron los que me hicieron pensar que el mar era un camino.
Arturo Pérez-Reverte, Los barcos se pierden en tierra (1994-2011)
De caballero Bonald, recientemente fallecido, selecciono lo siguiente:
Desde que el hombre necesitó ampliar el horizonte de su vida cotidiana, comenzó también a viajar. Parece lógico suponer que abandonó su territorio nativo porque así se lo exigían sus propias necesidades vitales o del simple instinto de conservación. Si el camino era por la tierra, lo único que la hacía falta al hombre era su fortaleza física y una especializada capacidad de resistencia ante las adversidades. Ni siquiera precisaba de ningún innato sentido de la orientación. Pero si interceptaba su paso una masa de agua -un brazo de mar, un río, un lago, los embalses de agua llovedizas- sus anhelos erráticos se veían obviamente frustrados. Y ahí empezó el largo, lento, laborioso proceso de vehículos acuáticos.
Durante siglos los barcos dispusieron de un único palo y una sola vela. La más conocida de estas y sin duda la de más provechosos resultados fue la llamada vela latina. Su origen es incierto, aunque es muy probable que fuesen los árabes quienes la impusieron en el Mediterráneo a partir de su expansión por Occidente, en especial tras la ocupación de Al-Andalus. La vela latina -usada desde muy antiguo por la fábulas- es la primera vela conocida de cuchillo. – corta el viento, no lo recibe perpendicularmente- y se fija a un mástil inclinado, aproximadamente a un tercio de su longitud y con un puño en la proa. Durante mucho tiempo solía moldearse como vela de mesana y con ella se empezó a ampliar la práctica de la navegación aprovechando vientos que no viesen exactamente por la popa, si bien como tenía que largarse por el costado de sotavento del mástil, l capacidad de maniobra en circunstancias no especialmente propicias seguía siendo muy limitada .
José Manuel Caballero Bonald, Mar adentro (2002)
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Todos los amantes de la navegación por la mar inmensa deberían tener El Espejo del Mar (The Mirror of the Sea, 1906) de Joseph Conrad, como libro de cabecera un libro fascinante, de una calidez y proximidad sorprendentes y, sobre todo, de un profundo conocimiento y amor al mar y su navegación.
Las crónicas que conforman este libro repasan las vivencias marítimas de Conrad, primero como marinero en Francia y más adelante en la marina mercante británica. Estos textos componen un vivísimo retrato de la relación entre el hombre y el mar en una época en que la llegada del vapor supuso el fin de la hegemonía de los barcos de vela.
Considerado como el cruce entre un cantar de gesta sobre la navegación a vela y la biblia del oleaje, El espejo del mar es la insuperable reminiscencia de una forma de vida y una obra imprescindible para comprender a su autor
Mucho y bueno se ha escrito sobre este libro. Os dejo en primer lugar las propias palabras de Conrad y, a continuación, otras inapreciables opiniones:
He intentado aquí poner al descubierto, con la falta de reserva de una confesión de última hora, los términos de mi relación con el mar, que se mantuvo irracional e invencible, sobreviviendo a la prueba de la desilusión, desafiando al desencanto que acecha diariamente a una vida agotadora; se mantuvo preñada de las delicias del amor y de la angustia del amor, afrontándolas con lúcido júbilo, sin amargura y sin quejas, desde el primer hasta el último momento, sin nunca olvidar que el mar nunca cambia y su acción, por más que digan los hombres, está envuelta en misterio.
En estas páginas hago una confesión completa, no de mis pecados, sino de mis emociones. Es el mejor homenaje que mi piedad puede rendir: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado.
Joseph Conrad
En El espejo del mar no hay una sola página de estilo menor, no hay un solo personaje o frase de reputación dudosa, nadie viene de fuera con voz propia. Todo el libro es Conrad cien por cien, y, además, el mejor Conrad, el que sabía dibujar un hecho del mar con la más perfecta forma literaria, y el que sabía ilustrar un
acontecimiento narrativo con la más acertada imagen marinera.
Juan Benet
En El espejo del mar uno encontrará la opinión que Conrad tenía ya fuera sobre las dársenas del puerto de Londres, la importancia del ancla, las recaladas y partidas, las distintas clases de viento que recorren el globo terráqueo, o cómo el vapor reemplazó la forma de navegar que él conoció: a vela. Sus palabras obran como su particular homenaje a un mundo ya extinto.
Francisco H. González
Conrad tiene en El espejo del mar un apartado dedicado al Mediterráneo. Podéis leer esta selección muy personal:
La cuna del tráfico de ultramar y del arte de los combates navales, el Mediterráneo, aparte de todas las asociaciones de aventura y gloria, herencia común de toda la humanidad, ejerce sobre el marino un entrañable atractivo.
Dichoso aquel que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo, el mar interior que los antiguos encontraban tan inmenso y tan lleno de prodigios. Y, en efecto, era terrible y maravilloso; pues no somos sino nosotros mismos, regidos por la audacia de nuestras mentes y los estremecimientos de nuestros corazones, los artesanos únicos de cuanto portentoso y novelesco hay en el mundo.
El tenebroso y tremebundo mar de las andanzas del astuto Ulises, agitado por la cólera de los dioses olímpicos, que albergaba en sus islas la furia de extraños monstruos y los ardides de extrañas mujeres; la ruta de los héroes y los sabios, de los guerreros, los piratas y los santos; el mar cotidiano de los mercaderes cartagineses y el lago de recreo de los Césares romanos, reclama para sí la veneración de todo marino en tanto que patria histórica de ese espíritu de abierto desafío a los grandes mares de la tierra que es el alma misma de su vocación. Saliendo de allí rumbo al oeste y al sur, como abandona un joven el abrigo del hogar paterno, este espíritu halló el camino hacia las Indias, descubrió las costas de un nuevo continente, y atravesó, por último, la inmensidad del gran Pacífico, rico en agrupaciones de islas remotas y misteriosas como las constelaciones del firmamento. El primer impulso de la navegación tomó forma visible en esa dársena sin mareas, desprovista de bajíos ocultos y de corrientes traicioneras, como en atenta consideración a la infancia del arte. Las empinadas costas del Mediterráneo favorecieron a los principiantes en una de las empresas más osadas de la humanidad, y el hechizante mar interior de la aventura clásica ha ido llevando paulatinamente al hombre de cabo en cabo, de bahía en bahía, de isla en isla, abriéndose a la promesa de océanos interminables más allá de las Columnas de Hércules”.
Joseph Conrad, El espejo del mar. Edición y traducción de Javier Marías
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La brevedad de los microrrelatos o minicuentos me facilita presentar una selección de relatos cortos, relacionados o concomitantes con la mar. Verdaderas perlas literarias. Los publico según el orden cronológico de la fecha del texto o el nacimiento de sus autores.
Se trata de una pequeña antología personal, fundamentada en la categoría literaria de los textos elegidos, pero, también, en algunos casos, por mi estrecha relación personal con los autores.
La muñeca que quería saber. Leyenda del Budismo Zen, S.VIII
Quería ver la mar a toda costa. Era una muñeca de sal, pero no sabía lo que era la mar.
Un día decidió partir y buscar. Era el único modo de poder satisfacer su deseo. Después de un interminable peregrinar a través de territorios áridos y desolados, llegó a la orilla del mar y descubrió algo que era inmenso, fascinador y misterioso al mismo tiempo.
Comenzaba el alba, un tímido sol iluminaba el agua como tímidos reflejos, y la muñeca, confusa, permaneció allí largo tiempo, firme y con la boca abierta, como si estuviese férreamente clavada sobre la tierra ante aquella extensión tan misteriosa y seductora. Por fin se decidió a preguntar:
– Dime: ¿quién eres?
– Soy la mar.
– ¿Y qué es la mar?
– Soy yo.
– No entiendo nada. Explícame, por favor.
– Es muy sencillo: tócame.
Entonces la muñeca dio un paso, avanzó hacia el agua y, llena de dudas, tocó levemente con el pie aquella masa imponente. Obtuvo una extraña sensación. Y, no obstante, tenía la impresión de que algo iba comprendiendo. Pero cuando retiró la pierna, descubrió que los dedos del pie habían desaparecido.
– ¡Malvado! ¿Qué me has hecho? ¿Dónde han ido a parar mis dedos? La mar replicó imperturbable
– ¿Por qué te quejas? Sencillamente has ofrecido algo para poder entender. ¿Acaso no era eso lo que pretendías?
– Sí… Es cierto, pero…
La muñeca de sal reflexionó un poco. Luego avanzó decididamente dentro del agua que, poco a poco, la iba envolviendo y le arrancaba, dolorosamente, un
trozo de su cuerpo. Es verdad que sentía que comprendía un poco, pero no conseguía aún saber del todo lo que era la mar. Y, de nuevo repitió la gran pregunta:
– ¿Qué es la mar?
Una última ola se tragó lo poco que quedaba de ella. Y precisamente en el mismo instante en que desaparecía, perdida entre las olas que la arrastraban llevándosela no se sabe dónde, la muñeca exclamó: – ¡Soy yo!
Estrellas de mar (Relato sufí del s. XIII)
Hace ya mucho tiempo, un escritor vivía a orillas del mar en una enorme playa virgen en la que tenía una casita donde pasaba largas temporadas. Allí escribiendo y buscando inspiración para su libro. Era un hombre inteligente y culto y con sensibilidad acerca de las cosas importantes de la vida.
Una mañana mientras paseaba a orillas del océano vio a lo lejos una figura que se movía de manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse vio que era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y lanzarlas otra vez al mar.
El hombre le preguntó al joven que estaba haciendo. Este le contestó:
– “Recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar; la marea ha bajado demasiado y muchas morirán”.
Dijo entonces el escritor:
- Pero esto que haces no tiene sentido, primero es su destino, morirán y serán alimento para otros animales y además hay miles de estrellas en esta playa, nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas.
El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó: – para ésta… sí tiene sentido”.
El escritor se marchó un tanto desconcertado, no podía explicarse una conducta así. Esa tarde no tuvo inspiración para escribir y en la noche no durmió bien, soñaba con el joven y las estrellas de mar por encima de las olas.
A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar estrellas…
Literatura. Julio Torri (México, 1889-1970)
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y tormentosos.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.
De Jacques.Eliseo Diego (Cuba, 1920-1944)
Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencioso se le escucha rasgarlo. Jacques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas. Jacques quiere darse vuelta para gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla cruje, que el barco se encora como si encallase. Un monstruo, no, una mano gigantesca alcanza el barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros vellos gruesos como cables.
“¿Este?”. “Sí, ese” –dice el niño, y envuelven al barco y a Jacques en un papel que la fina llovizna de afuera cubre de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera, y adentro de la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.
Mar. Ana María Matute (España, 1925-2014)
Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas. Pobre niño, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que curaba, detrás de sus gafas. “El mar – dijo-; el mar, el mar”. Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar del mar. Tenían una prisa muy grande. El niño se figuró que el mar era como estar dentro de una caracola grandísima, llena de rumores, cánticos, voces que gritaban muy lejos, con un largo eco. Creía que el mar era alto y verde.
Pero cuando llegó al mar se quedó parado. Su piel, ¡qué extraña era allí! “Madre -dijo, porque sentía vergüenza-, quiero ver hasta dónde me llega el mar”.
Él, que creyó el mar alto y verde, lo veía blanco, como el borde de la cerveza, cosquilleándole, frío, la punta de los pies.
“¡Voy a ver hasta dónde me llega el mar!”. Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!, crecía, se volvía azul, violeta. Le llegó a las rodillas. Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos. Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color. ¡Ah, sí, por fin, el mar era de verdad! Era una grande, inmensa caracola. El mar, verdaderamente, era alto y verde.
Pero los de la orilla no entendían nada de nada. Encima, se ponían a llorar a gritos, y decían: “¡Qué desgracia! ¡Señor, qué gran desgracia!”.
Aviso. Salvador Elizondo (México, 1932-2006)
La isla prodigiosa surgió en el horizonte como una crátera colmada de lirios y de rosas. Hacia el mediodía comencé a escuchar las notas inquietantes de aquel canto mágico.
Había desoído los prudentes consejos de la diosa y deseaba con toda mi alma descender allí. No sellé con panal los laberintos de mis orejas ni dejé que mis esforzados compañeros me amarraran al mástil.
Hice virar hacia la isla y pronto pude distinguir sus voces con toda claridad. No decían nada; solamente cantaban. Sus cuerpos relucientes se nos mostraban como una presa magnífica.
Entonces decidí saltar sobre la borda y nadar hasta la playa. Y yo, oh dioses, que he bajado a las cavernas del Hades y que he cruzado el campo de asfodelos dos veces, me vi deparado a este destino de un viaje lleno de peligros.
Cuando desperté en brazos de aquellos seres que el deseo había hecho aparecer tantas veces de este lado de mis párpados durante las largas vigías del asedio, era presa del más agudo espanto. Lancé un grito afilado como una jabalina.
Oh dioses, yo que iba dispuesto a naufragar en un jardín de delicias, cambié libertad y patria por el prestigio de la isla infame y legendaria.
Sabedlo, navegantes: el canto de las sirenas es estúpido y monótono, su conversación aburrida e incesante; sus cuerpos están cubiertos de escamas, erizados de algas y sargazo. Su carne huele a pescado.
“Cuenta la Odisea que, llegado Ulises, náufrago y semidesnudo, a la tierra de los feacios, narró al rey Alcínoo y a la bella princesa Nausicáa las aventuras que, con sus compañeros, había corrido en su viaje de vuelta a Ítaca desde las costas de Troya. Entre dichas aventuras, dos episodios particularmente célebres: su estancia en los
dominios de la diosa Circe y la posterior navegación cerca de la isla de las sirenas (que, en la mitología griega, eran aves con cuerpo de mujer, y no mujeres-peces, como se las representa desde la Edad Media). La diosa Atenea le previno de que en su viaje habría de encontrarse con la hermosa isla, pero que, para no caer en el hechizo del malévolo canto de aquellos seres, debería taponar con panal de cera los oídos de sus compañeros -no los suyos, como supone Elizondo- y pedirles que lo amarraran al mástil, por si acaso estuviera tentado de hacer virar la nave para arribar a la isla. Así, pues, sólo él las oiría cantar, quizá embelesado, pero sus compañeros no percibirían el mágico canto ni podrían escuchar las órdenes de Ulises.
El mexicano Elizondo en primera persona (como si fuese el propio Ulises) narra con perfecta organización o estructura y esmerado lenguaje lírico (que lo aproximan a un bellísimo poema en prosa) su trágica aventura por haber desoído los consejos de Circe. Ejerciendo su libertad y persiguiendo su deseo, este moderno Ulises ha conseguido vencer la cadena del destino que para él habían marcado los dioses. Pero con ello, como él mismo dice, cambió “libertad y patria por el prestigio de la isla infame y legendaria”, porque nadie puede burlar los designios de los diosesoponiéndose a su destino; ni siquiera Ulises, el amado de Atenea, que, como ningún otro mortal, había descendido al Hades y cruzado dos veces (al entrar y al salir) el campo de asfódelos. Y de su amarga aventura extrae una enseñanza para los demás: “Sabedlo, navegantes…”, son nuestros locos deseos los que nos pierden”.
(Comentario de mi mujer Paz Díez Taboada,†,)
Homero.Eduardo Galeano(Uruguay, 1940-2015)
No había nada ni nadie. Ni fantasmas había. No más que piedras mudas, y alguna que otra oveja buscando pasto entre las ruinas.
Pero el poeta ciego supo ver, allí, la gran ciudad que ya no era. La vio rodeada de murallas, alzada en la colina sobre la bahía; y escuchó los alaridos y los truenos de la guerra que la había arrasado.
Y la cantó. Fue la refundación de Troya. Troya nació de nuevo, parida por las palabras de Homero, cuatro siglos y medio después de su exterminio. Y la guerra de Troya, condenada al olvido, pasó a ser la más famosa de todas las guerras.
Los historiadores dicen que ésa fue una guerra comercial. Los troyanos habían cerrado el paso hacia el mar Negro, y lo cobraban caro. Los griegos aniquilaron Troya para abrirse camino al Oriente por el estrecho de los Dardanelos. Pero comerciales fueron todas, o casi todas, las guerras que en el mundo han sido. ¿Por qué habría de hacerse digna de memoria una guerra tan poco original?
Las piedras de Troya iban a convertirse en arena y nada más que arena, cumpliendo su destino natural, cuando Homero las vio y las escuchó.
Lo que él cantó, ¿fue pura imaginación? ¿Fue obra de fantasía esa escuadra de mil doscientas naves lanzadas al rescate de Helena, la reina nacida de un huevo de cisne? ¿Inventó Homero eso de que Aquiles arrastró a su vencido Héctor, atado a un carro de caballos, y le dio varias vueltas alrededor de las murallas de la ciudad sitiada?
Y la historia de Afrodita envolviendo a Paris en un manto de niebla mágica cuando lo vio perdido, ¿no habrá sido delirio o borrachera? ¿Y Apolo guiando la flecha mortal hacia el talón de Aquiles? ¿Habrá sido Odiseo, alias Ulises, el creador del inmenso caballo de madera que engañó a los troyanos?
¿Qué tiene de verdad el final de Agamenón, el vencedor, que regresó de esa guerra de diez años para que su mujer lo asesinara en el baño?
Esas mujeres y esos hombres, y esas diosas y esos dioses que tanto se nos parecen, celosos, vengativos, traidores, ¿existieron? Quién sabe si existieron. Lo único seguro es que existen.
El Mar. Eduardo Galeano (Uruguay, 1940-2015)
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: —¡Ayúdame a mirar!
Mi hermano Antón. Luis Mateo Díez (España, 1942)(Extracto)
Cuando Antón tenía ocho años sus padres lo llevaron en una excursión que organizaban un grupo de amigos y vecinos del Valle, donde Antón había nacido y vivido hasta la adolescencia, a ver por primera vez el mar la costa Astur.
Esa experiencia resultó muy distinta a la de los otros niños que lo acompañaban en la excursión, hasta el punto de que sus padres se sintieron intranquilos y casi contrariados, ya que Antón guardaba un mutismo misantrópico absolutamente ajeno a su manera de ser, y no dijo nada en todo el día.
Pocos niños quisieron bañarse, pero todos corretearon alegres por la playa menos Antón, que pasó aislado, inapetente, yendo de un lado a otro, sentándose en lo alto de las dunas, sin acercarse a ningún momento a la orilla, y sin hacer caso, muy en contra de su habitual comportamiento educado y obediente, a los reclamos y llamadas, con un gesto ausente desconocido en él.
La arena de la playa dejaba al mar en otra dimensión que no atañía a su
curiosidad, como si hubiera sido posible que en la percepción de un niño ensimismado prevaliera el valor de las partículas desagregadas que conformaban la arena sobre el agua marina, el propio fluido del aire que las movía entre sus dedos, sobre el estruendo de las olas que rompían en la playa y en los cercanos arrecifes.
En aquella circunstancia del primer acercamiento al mar, es la arena la que determina una impresión nada convencional en el descubrimiento de un niño, y que a sus padres y el resto de los vecinos y amigos excursionistas llenó de extrañeza, pues algo le sucedía ajeno a lo que debiera suponer aquella primera impresión del mar habitualmente extraordinaria y preeminente si se contabiliza entre los paisajes de las emociones primigenias.
Antón recuerda el deslumbramiento de la arena como algo indescifrable y secreto y hasta recupera con facilidad sus sensaciones inmerso en las dunas, deslizada entre sus dedos, rozando sus pies desnudos al caminar sobre ella, perdiendo hasta la perspectiva del mar cuando las dunas crecían y había tenido la ocasión de perderse y entre ellas, cuando todavía nadie se había dado cuenta de su lejanía mental y física.
Recuerda también lo curiosa y hasta menospreciadora que fue su contestación cuando, pasada la excursión y recobrada la campechanía del niño pizpireto y simpático, que era como se le apreciaba, hasta límites exagerados en el Valle, accedió al requerimiento que se le hacía para decir lo que le había parecido el mar, dando por sabido lo bien que se lo había `pasado en la excursión.
Antón contestó a la pregunta con menos celeridad, que en él era habitual, ajustando un gesto reconcentrado, impropio también de un niño que su estrepitosa vitalidad mostraba siempre mucha rapidez en sus improvisaciones y ocurrencias.
- Es grande, es mucho y suena- dijo lacónico.
- ¿Es que no te gustó como a los otros, que no paran de contar? – quiso saber alguien que no se quedaba satisfecho con la respuesta.
- La arena, mejor- dijo Antón sin ganas de mayores aclaraciones.
(Hace muy pocos días mi hermano Antón publicó, en edición privada, un extraordinario libro donde recoge en sorprendes dibujos toda su trayectoria artística a lo largo de su vida. Luis Mateo Díez, casi su hermano gemelo, pone punto final con un texto titulado Mi hermano Antón (Un apunte) Fragmento del libro inédito)
En el mar. Luis Mateo Díez (España, 1942)
El mar estaba quieto en la noche que envolvía la luna con su resplandor helado.
Desde cubierta lo veía extenderse como una infinita pradera.
Todos habían muerto y a todos los había ido arrojando por la borda, siguiendo las instrucciones del capitán.
-los que vayáis quedando (había dicho) deshaceros inmediatamente de los cadáveres. Hay que evitar el contagio, aunque ya debe ser demasiado tarde… Yo era un grumete en un barco a la deriva y en esas noches quietas aprendí a tocar la armónica y me hice un hombre.
(Mi hermano, Luis Mateo, reconocido novelista y autor de cuentos, además de otros muchos importantes premios, recientemente recibió el Nacional de Literatura. Es Académico de la Lengua Española. Entre sus muchos minicuentos sólo encontré este de tema marino.)
El mar. José María Merino. (España, 1941)
En recuerdo de Paz
Por lo visto, yo insistía mucho en conocer el mar. Lo había visto solo en el cine. Aquella enorme extensión, aquellas olas. La invisible profundidad que esconde al parecer tantas cosas misteriosas…. Pero mis padres eran gente modesta, y
vivíamos demasiado lejos de la costa. Cansado de escuchar mis súplicas, un día el tío Gero me dijo que me iba a llevar a conocer el mar. Un domingo, muy de mañana, nos subimos a un autobús que, después de largo tiempo, nos dejó en un pueblo, donde nos esperaba una chica guapa que nos saludó muy familiarmente. “Es Brasi, mi amiga”, dijo el tío Gero. Salimos andando del pueblo y anduvimos mucho rato por el monte, cuesta abajo, hasta descubrir una enorme extensión de agua que me sorprendió. “Ahí tienes el mar”, dijo el tío Gero. “Eso, el mar”, añadió su amiga, y luego le dio un beso a mi tío. Cuando llegamos a la orilla, vi que el agua apenas se movía. “¿Y las olas?” pregunté. “Hoy no hay olas, porque no hay viento”, dijo Brasi. “¿Y esos montes de enfrente?” pregunté yo. «Estamos en una ensenada”, dijo mi tío. “El mar sigue por allá”… añadió, haciendo un vago movimiento con el brazo. Dimos un paseo por la orilla y nos recogimos bajo unos árboles para comer lo que Brasi traía en un cestillo, y luego los dejé solos mientras yo seguía recorriendo la orilla de aquel mar que tan poco se parecía a los de las películas, pero que era también muy extenso. Volvimos a mi casa al caer la tarde, y yo seguía insistiendo en que quería conocer el mar fuera de la ensenada. Con los años me di cuenta de que el tío Gero me había enseñado un lago, y he visitado muchas veces esa enorme extensión acuática sin límites, y las olas, y los barcos navegando… Me he bañado mucho en ella, he buceado innumerables días para conocer algo de lo que esconde… Pero, con tantos años a las espaldas, comprendo que sigo sin conocer el mar.
(Es este un relato corto muy especial para mí. Merino es, como yo le digo, el Magister Maximus indiscutible del cuento, (en especial del microrrelato), de todo el mundo hispánico. En la teoría y en la praxis. Novelista afamado, con múltiples premios y Académico de la Lengua Española. El texto reproducido es un inédito dedicado, in memoriam , a Paz mi mujer, fallecida súbitamente en nuestro apartamento de El Albir, en la Bahía de Altea, en el mes de septiembre del pasado año. Mi relación con Merino y su mujer Mari Carmen es familiar, por tantas razones que ellos y yo sabemos.)
Agujero negro.José María Merino. (España, 1941)
El hombre pasea por la playa solitaria y encuentra, depositada en la orilla por las olas, una botella de cristal negro, con una señal muy extraña impresa en su tapón. Mientras lo desenrosca, el hombre piensa en sus lecturas de niño: el genio cautivo, los mensajes de náufragos. Abierta, la botella inicia una violentísima inhalación que aspira todo lo que la rodea, el hombre, la playa, las montañas, los pueblos, el mar, los veleros, las islas, el cielo, las nubes, el planeta, el sistema solar, la Vía Láctea, las galaxias. En pocos instantes, el universo entero ha quedado encerrado dentro de la botella.
El movimiento ha sido tan brusco que se me ha caído la pluma de la mano y han quedado descolocados todos mis papeles. Recupero la pluma, ordeno los folios, empiezo a escribir otra vez la historia del hombre que pasea por la playa solitaria.
Caracola. José María Merino. (España, 1941)
En la niñez creía que ese rumor que suena dentro de las caracolas era el eco del mar. Lo recuerda muchos años después, cuando pone junto a su oído la enorme caracola. Y, en efecto, oye el ruido del mar, ese sordo bramar del oleaje lejano, pero también escucha graznidos de gaviotas que pasan, la sirena de un barco, y por fin una voz que canta, eran muy jóvenes, brillaba el sol del verano, paseaban por la playa cogidos de la mano y ella cantaba esa misma canción, una canción que habla de lo que guardan las caracolas, esta caracola que resuena en su oído mientras el chamarilero contempla con aire suspicaz al hombre mayor que lleva ya más de veinte minutos con los ojos cerrados y una de las viejas caracolas de su tienda apoyada en la oreja derecha.
Costa da norte. José María Merino. (España, 1941)
Lo peor no fue encontrar al Virxe de Muxía deshecho, el casco embarrancado, casi cubierto por la arena, entre las restingas más apartadas de la Mar de Trece. Tampoco fue lo peor descubrir un brazo humano que asomaba de la arena, junto al barco, y exhumar luego el cuerpo de Amador Sánchez, que deja a su viuda con cinco niños pequeños. Lo peor fue ver cómo ese cuerpo muerto se ponía en pie con enorme esfuerzo y parecía contemplar con sus ojos corrompidos el áspero paraje y a los aterrorizados espectadores. Lo peor fue ver cómo ese cuerpo, con las carnes azuladas y carcomidas entre los harapos, echaba a andar con paso titubeante y penoso hacia el mar, poco a poco, y penetraba en el agua hasta que las olas volvieron a llevárselo, esta vez para siempre, espero.
Cuento de verano. José María Merino. (España, 1941)
Ellos son de agua, el viento los hace aparecer entre las olas, con el mar batido, hombres de agua, mujeres de agua, niños de agua. De agua sus rostros, sus brazos, de agua esos cuerpos que, de repente, nacen en las crestas de espuma. Los niños son los más osados, llegan corriendo al borde. A veces, un niño corre demasiado y sale fuera de la ola que lo sustenta. La arena lo devora. Acuden entonces las madres, forman una fila entre la espuma, gritan. También a menudo una madre llega demasiado lejos. La arena la devora. Yo soy la arena.
Relato verídico. José María Merino. (España, 1941)
El archipiélago es rico en islas peculiares. En una hay estanques de lodo que hacen más hermosa la piel de quien se baña en ellos. Otra está rodeada por una playa de arenas finas y blancas donde los jóvenes pasan la noche bailando. Alrededor de otra se crían las más grandes conchas y caracolas. Aquella es rica en arbolado, ésta en tierras cereales, esa en caballos. Pero nadie quería hablarme de la más lejana. Mejor no ir hasta allí, me decían. No se te ocurra ni acercarte, repetían. Navegué hasta ella una mañana de verano, con brisa muyfavorable, y cuando estuve cerca vi que desde una playa dorada, rodeada de pinos, me saludaba con alegría un grupo de gente. Fondeé en la ensenada, arrié el bote y remé hasta la orilla. Los hombres eran apuestos y las mujeres hermosísimas, pero cuando estuve junto a ellos descubrí que abrían bocas enormes con infinidad de dientes afilados, mientras me rodeaban con aire amenazador. Echo a correr, mis perseguidores me alcanzan enseguida, y comprendo que sus figuras han sido solo el embeleco del espantoso ser con aspecto de ciempiés que se dispone a devorarme.
[Troya]. Tomás Val (España,1961)
Stacio Melo, en su libro Rex romanorum, nos cuenta que, en tiempos de Tarquino Prisco, padre de Lucio Tarquino el Soberbio, último rey romano, se organizó una expedición a Troya pare reconocer la tierra de los orígenes; Troya, la ciudad de la que salió Eneas llevando a su padre Anquises sobre los hombros.
Los mil expedicionarios que partieron camino de la Troya homérica, sigue Stacio Melo, llevaban consigo gran cantidad de carros para transportar cuantos restos pudieran del origen. Atacinio Cornelio, que mandaba las tropas, tenía el encargo especial de Tarquino de hacerse con el caballo que el falsario Ulises tallara en madera y que propició la derrota de las tropas troyanas. Deseaba el monarca colocar el engañoso instrumento en lo más alto de la muralla romana para que todos los pueblos supieran que Roma no sucumbiría a semejantes tretas.
Después de más de un año de viaje, en el que los romanos tuvieron que luchar con multitud de enemigos, sigue el historiador, los descendientes de Eneas llegaron donde antaño se levantaba la orgullosa ciudad de Ilión. La explanada donde elinvencible Aquiles llorara la muerte de Patroclo era un triste prado de alta hierba en el que pastaban las ovejas. De la muralla insalvable no quedaban vestigios. La ciudad que los dioses admiraron no era más que un puñado de cabañas habitadas por pastores. Nada había del palacio de Príamo, ni del lecho en el que Paris amó a Helena; tampoco, según Stacio Melo, se apreciaban vestigios de las batallas que allí se libraron.
Los griegos que llegaron en mil naves desde la bahía de Áulide al mando de Agamenón saquearon y quemaron Troya, lo sabían los romanos, pero esperaban que los rescoldos de la gloria aguantaran mejor las embestidas del tiempo. Atacinio Cornelio, valiéndose de palomas mensajeras, hizo llegar al rey un mensaje: No queda nada. Busca bien, respondió Tarquino; la gloria de nuestros antepasados es inmortal.
Excavaron sin hallar huesos ni armas; ni la tumba de Príamo ni la sangre de Héctor. Volvieron a Roma y cuando el soberano les preguntó qué traían de la patria de Eneas, Atacinio Cornelio le presentó un niño pastor que le hablo en una lengua extraña, desconocida, con un torrente de palabras en el que los romanos únicamente entendieron la palabra Ilión.
-Esto es lo que queda del pasado –dijo Atacinio Cornelio, extendiendo sus manos vacías ante su rey-: un nombre en la memoria de un niño.
Naufragio. Ángel Olgoso (España, 1961)
El día que se hundió aquel navío entre retumbos de barriles y añicos de loza, yo nadaba cerca, ocioso, mientras practicaba esgrima intelectual con mi hermano (el irresoluble problema de la flecha del tiempo y la diana de la inmortalidad). La tripulación, desesperada, se agitaba sobre las aguas oscuras. Unos pocos habían logrado aferrarse a pellejos de buey. Al percatarnos de su desgracia, nos sumergimos resueltos y buceamos hacia ellos, aproximándonos a toda velocidad, con estilo poderoso, ondulante. Siempre sucede que, aunque lleguemos a tiempo para redimirlos, ellos no pueden evitar señalarnos y, enloquecidos, gritar al unísono con un timbre particularmente desagradable que el prestigio o quizá el horror concentran: ¡Tiburones! ¡Tiburones!”
Ulises.Ángel Olgoso (España, 1961)
Yo, el paciente y sagaz Ulises, famoso por su lanza, urdidor de engaños, nunca abandoné Troya. Por nada del mundo hubiese regresado a Ítaca. Mis hombres hicieron causa común y ayudamos a reconstruir las anchas calles y las dobles murallas hasta que aquella ciudad arrasada, nuevamente populosa y próspera, volvió a dominar la entrada del Helesponto. Y en las largas noches imaginábamos viajes en una cóncava nave, hazañas, peligros, naufragios, seres fabulosos, pruebas de lealtad, sangrientas venganzas que la Aurora de rosáceos dedos dispersaba después. Cuando el bardo ciego de Quíos, un tal Homero, cantó aquellas aventuras con el énfasis adecuado, en hexámetros dáctilos, persuadió al mundo de la supuesta veracidad de nuestros cuentos. Su versión, por así decirlo, es hoy sobradamente conocida. Pero las cosas no sucedieron de tal modo. Remiso a volver junto a mi familia, sin nostalgia alguna tras tantos años de asedio, me entregué a las dulzuras de las troyanas de níveos brazos, ustedes entienden, y mi descendencia actual supera a la del rey Príamo. Con seguridad tildarán mi proceder de cobarde, deshonesto e inhumano: no conocen a Penélope.
(A mis amigos Ángel Olgoso-uno de los mejores “inventores” del relato corto contemporáneo- y a Marina Tapia, un abrazo desde la Bahía de Altea, en este Mare Nostrum.)
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Ramón Gómez de la Serna (España,1888-1963), dentro de la más pura vanguardia literaria, se sacó de la manga un personalísimo “artefacto” literario de gran originalidad, al que bautizó con el nombre de greguería.
Las greguerías son textos breves que generalmente constan de una sola oración expresada en una, dos o más líneas, y que expresan, de forma aguda y original, pensamientos filosóficos, humorísticos, pragmáticos, líricos, o de cualquier otra
índole; sabrosas metáforas insólitas que a todos nos dibujan una amplia sonrisa en el rostro. Ramón Gómez de la Serna (que las definió con esta
sencilla fórmula: humorismo+metáfora=greguería) las presentó como una sentencia ingeniosa y en general breve que surge de un choque casual entre el pensamiento y la realidad.
Os presento algunas relacionadas con el mar o sus aledaños:
*Los mejillones son las almejas de luto.
*En las caracolas ha quedado rizada en miniatura una ola, un rizo del mar cuando era niño.
*¿Los peces lloran? – Los peces no necesitan llorar, porque el mar es pura y salada lágrima.
*Las conchas de las playas son los restos de los arroces que se come Neptuno.
*Un pie levanta la colcha del mar: es el delfín.
*Cuando aparecen tres perlas en una ostra es que el mar ha regalado al hombre una botonadura.
*El acto más bello de la playa es ver cómo se quita las medias de arena la mujer bonita.
*Los remeros de la regata componen el ciempiés acuático.
*La luna es el ojo de buey del barco de la noche.
*El estanque es una isla de agua.
*Al agonizar, el viejo marino pidió que le acercasen un espejo para ver el mar por última vez.”
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Aforismo es una declaración u oración que pretende expresar un principio opensamiento de manera concisa, coherente y en apariencia definitiva. Como otros muchos ejemplos de elementos proverbiales, los estudiosos de sociolingüística proponen que el aforismo es un tipo de paremia, hermano del axioma , la máxima, el adagio o el proverbio. Se diferencia de la greguería en que no lleva el componente de humor (que no siempre aparece en la greguería). Es decir, los límites entre los dos, incluso entre los dos y los minicuentos, no siempre son claros o precisos.
Fabrizio Caramagna (Italia, 1969) es autor muy destacado de sorprendentes aforismos, como los que propongo. Los primeros no tienen como tema la mar, pero sí los siguientes:
*Día a día el sol sale y se mete, el viento sopla, el pájaro canta. Pero el hombre, ¿qué hace el hombre?
*¿Quién es el que cada noche pone en su lugar las sonrisas de los hombres, después de que se durmieron?
*El atardecer es como un niño que abre una caja de pinturas y se divierte embadurnando la cara de Dios.
*La memoria del árbol: se la lleva consigo el último pájaro que en otoño vuela lejos.
*Se puede no conocer a Dios, pero sí sentirlo. Se puede no sentir la muerte, pero sí conocerla.
*Cuando dejamos el mar no lo dejemos nunca del todo. Su luz queda atrapada en los cabellos, en los matices de la voz, en la suavidad de la piel. Deberán pasar
unos días antes de perderlo para siempre. Acostarse sobre la arena del mar en invierno, abrir las manos al sol y dejar evaporar.
*Cuando dejamos el mar no lo dejemos nunca del todo. Su luz queda atrapada en los cabellos, en los matices de la voz, en la suavidad de la piel. Deberán pasar unos días antes de perderlo para siempre.
*Cada vez que estoy delante del mar me abro a los regalos del aire, y los colores y las formas y las vibraciones me entran y salen del pecho con la misma facilidad con la que atraviesan una ventana.
*Acostarse sobre la arena del mar en invierno, abrir las manos al sol y dejar evaporar la identidad.
*No medí la vida en años, sino en calles, puentes, montañas y kilómetros que son los que me separan del mar.
*Ninguna casa debería existir sin vistas al mar. Cada casa debería pertenecer al viento y a las olas. El mar y la casa deberían vivir juntos uno delante del otro para confiarse sus secretos.
*Mirar el mar de noche como se mira a una madre que duerme. Cuidar cada respiro. Aprender a oír ese hálito que parece decir
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No me he olvidado del título de este epígrafe, NUESTRO RELATO.
El mejor relato corto que he capturado (en el luminoso océano marítimo del cuento sobre Nuestro Mediterráneo) es el siguiente; y es tan bueno que sobra cualquier comentario:
EQUIVOCACIÓN. Karel Capek (Actual República checa, 1890-1938)
Nos embarcamos en el Mediterráneo. Es tan bellamente azul que uno no sabe cuál es el cielo y cuál el mar, por lo que en todas partes de la costa y de los barcos hay letreros que
indican en dónde es arriba y en dónde abajo; de otro modo uno puede confundirse.
Para no ir más lejos, el otro día, nos contó el capitán que un barco se equivocó, y en lugar de seguir por el mar puso rumbo al cielo; y como el cielo es infinito no ha regresado aún, y nadie sabe en dónde está.
5. NUESTRA EMBARCACIÓN: EL LLAÚT
Lo que se recuerda con cariño se hace más grande
El llaút es mucho más que un barco de recreo con el que disfrutar la temporada de verano. Y mucho más que un recuerdo pintoresco de un pueblo de costa del Mediterráneo. Es, por un lado, una verdadera obra de artesanía, inevitablemente unida al arte de la pesca, el comercio, la guerra, el contrabando y el ocio. Y por otro, es la historia viva de nuestro mar, el Mediterráneo.
Le hace honor su aspecto de viejo, porque viejo es, ya que su origen proviene de los fenicios. Fenicios, griegos, romanos, la edad media y la edad moderna hasta nuestros días. Una historia ancestral que en la actualidad se enfrenta al estrepitoso ritmo de la vida moderna.
De línea sencilla y elegante, delicado y robusto a la vez, y con aspecto de viejo, el llaút es el resultado de siglos de perfeccionamiento de una embarcación sometida a las necesidades y caprichos del mar mediterráneo, un mar calmado para muchos, y traicionero para otros.
Con la entrada de los barcos motorizados y los nuevos materiales industriales, la vida en el mar ha experimentado en cuestión de medio siglo un cambio radical, dando como resultado barcos cada vez más veloces y potentes que gobiernan, de alguna manera, las costas mediterráneas, donde ver quién la tiene más grande se impone frente a la armonía entre el hombre y la naturaleza.
En cualquier caso, el llaút no es un capricho de última hora, sino una realidad que atiende a siglos de progreso. Es un verdadero superviviente de las pequeñas embarcaciones que ve cómo sus días se apagan a pesar de los esfuerzos de unos pocos, pero que siempre saca una sonrisa cuando hablamos de él. A la vuelta de la
esquina queda el tiempo en el que nuestros padres y abuelos navegaban y vivían el llaút.
Altea en Laút
En este contexto nace Altea en Llaút. Un proyecto que pretende promover el llaút como embarcación arraigada al mediterráneo, concretamente a la bahía de Altea (en nuestro caso), y no solamente a las Islas Baleares.
El objetivo es promocionar, dar visibilidad y difundir su estilo de navegación en un ejercicio de conservación y recuperación del llaút como patrimonio. Y ofrecer una alternativa de chárter diferente a la de embarcaciones de velocidad con el objetivo de reconciliar el llaút con la identidad de Altea.
Intentamos no ser una empresa de chárter al uso, si no un proyecto de conciliación entre el presente y el pasado, de cara al futuro. Por lo que contamos con un plan de comunicación multidisciplinar.
En este sentido, además de al Club Náutico, queremos agradecer también al Ayuntamiento de Altea su apoyo, participación y cesión de la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Municipal para una charla sobre la historia del llaút y sus gentes a través de una exposición fotográfica abierta al público desde el 24 de junio, a las 20:00.
Desde Altea en Llaút sabemos lo afortunados que somos de vivir en este paraíso llamado Mediterráneo, y en nuestro caso, Altea. Es un proyecto que consideramos necesario, un proyecto de reencuentro entre nuestro pasado, presente y futuro. Esperamos no morir en el intento. Por lo que solo nos queda decir:
Larga vida al llaút, y buena travesía.
Miguel Diéz R.