Era un virreinato eterno o un reinito o una república o un imperio sin nombre, al cual las continuas guerras civiles no lo habían dejado surgir. Primero fue la guerra de la “Patria boba”, siguieron las guerras: de la “Patria envidia”, de la “Patria venganza”, de la “Patria jesuita”, de la “Patria de los trapos” otras y otras, hasta la guerra de la “Patria de las mil veces” y, así de guerra en guerra los patriotas abundaron todos los años y todos los días, llenando los parques de pueblos y de ciudades de héroes monumentales, con títulos militares de altos rangos que enaltecían, enriquecían y dignificaban a sus familias y a sus descendencias. Los contrincantes guerreros siempre fueron los “Nacionalistas Cristianos” y los “Radicales Laicos”.
Al iniciarse una nueva agresión armada, cada bando llamaba a sus “voluntarios belicosos” para preguntarles cuál rango le habían dado en la guerra anterior, y éstos respondían: -¡Yo soy capitán! – -¡Yo soy general! – -¡Yo soy alférez! – -¡Yo soy mayor! – -¡Yo soy teniente-coronel! – Y con el fin de motivarlos a pelear nuevamente, los ascendían ipso facto de grado. Fueron tantas las guerras y tan consecutivas que, para la guerra llamada de las “mil veces”, entre todos los hombres reclutados en las dos facciones ya no quedaban soldados rasos, ya todos los “guerreros voluntarios” habían alcanzado los rangos más altos del generalato. O sea que, llegadas las batallas, los Generales, que eran todos los guerreros reclutados y que “generalmente” no pelean, se reunían sólo para planificar las estrategias militares. Mientras, para los campos de batalla no había un solo soldado para las contiendas. En los escenarios de las operaciones bélicas asustaba la soledad.
¡Para evitar el fracaso estruendoso de una guerra sin bajas los Generales de los dos grupos en choque tuvieron la “genial” idea de robar hombres y niños campesinos, afros e indígenas en plazas de mercado, en resguardos y en palenques para llevarlos de cabestro, atados de las manos, de cuello a cuello, y transformarlos durante los trayectos en soldados que lanzaban a los campos de batalla a confrontar con sus “maravillosas” estrategias y a morir por ignoradas causas!
Y así siguieron con mil guerras más: ¡Y convirtiendo “Mil veces” las plazas de mercado, los resguardos y los palenques, en sitios de cacería para sus ejércitos! ¡Y haciendo “Mil veces” travesías con hombres tirados del cabestro, y sembrando de muertos los campos y la vera de los caminos! ¡Y siguieron con “los ilustres generalatos” profanando “Mil veces” los parques, los atrios y los morros de los pueblos y de las ciudades con sus monumentos!
¡Con los tiempos, las estatuas fueron corroídas por las límpidas aguas de las lluvias, y a sus ruinas, ni las palomas se acercaban a dejar sus deshechos!
Rafael Garcés Robles
Cuentos cortos latinoamericanosa
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