La leyenda del río Dos Brazos (cuento de Rafael Garcés Robles)

En el milenario “Imperio Confederado de los Pubenenses”, única confederación entre los pueblos prehispánicos, tenían como capital a la hermosa y apacible ciudad de Pupinyán. Sus gobernantes encabezados por su máxima autoridad: el Yasgüén y los Caribenes o caciques de las tribus confederadas, habían logrado una organización catalogada por los cronistas españoles de la conquista, como excelente en lo social, en lo militar, en lo arquitectónico, en lo agrícola; una bien estructurada base familiar y religiosa; con sólidos avances científicos en astronomía e ingeniería; y también destacados orfebres y ceramistas.

Lo fundamental para el pueblo pubenense era la defensa de su ciudad capital, con tal fin el Cariben Pusitao construyó una fortaleza al norte del valle de Pubén para defenderse de los ataques de los Pijaos, los Petecuyes, los Lilíes y los Calacolos; el Cariben Pubús construyó su fortaleza al sur en Pambío, para defenderse de los caníbales Patíos y Bojoleos; y el Cariben Tuzcasel erigió su fortificación en Cambís al oriente, para protegerse de los Apiramas, los Yalcones y los Timanáes; el cacique Pindamú permanecía junto al Yasgüén en la capital y salía a reforzar a cualquiera de los cuarteles que fuesen embestidos.

El guerrero Pubús esa noche organizó a sus lugartenientes y soldados que harían guardia en la fortificación encomendada a él. Luego miró hacia el norte y se concentró en admirar a aquel cielo despejado y salpicado de infinitas estrellas, buscó a Júpiter para unirse en la distancia con su amada, tal como lo habían pactado, ella también en ese instante estaría mirando el mismo planeta. Sus planes inmediatos eran desposarse y amarse por siempre.

La leyenda del río Dos Brazos
Rafael Garcés Robles, cuentista y poeta (Bolívar, 1949)

Pubús era el más joven de los caribenes o caciques de las tribus pertenecientes al “Imperio Confederado de los Pubenenses”, y su principal misión era defender desde su fortaleza la posible invasión a Papinyán (Capital del Imperio) de las temibles tribus del sur. Ella, la hermosa princesa e hija del emperador Yasgüén, junto a otras doscientos doncellas, cual vestales romanas, cuidaban en el Gran Templo al agua y al fuego sagrados que ofrendaban a sus dioses de barro, de bronce y de oro.

Con correos cómplices, los enamorados mantenían una corresponsalía con mensajes de amor brotados de sus felices y amantes corazones. Para la noche en que los astrónomos habían anunciado la alineación total entre Júpiter y la Tierra, los novios imperiales acordaron un encuentro clandestino para visualizar en su plenitud al planeta que los unía en la distancia, pero esta vez su luz los uniría hasta los albores del nuevo día. Entre las luces plateadas de un cielo constelado y las penumbras terrenales, llegó la princesa con una iluminada capa blanca y sus largos cabellos adornados con una corona de vistosas y coloridas plumas; el joven cariben la admira estupefacto desde la piedra donde descansa y su amor se acrecienta entre las fragancias de mentas y de manzanillas que aroman ese paraíso campestre.

Al siguiente día, notaron la ausencia de los amantes, tanto en el Gran Templo como en la fortaleza de Pambio. Las orientaciones y las reseñas dadas por los correos cómplices bastaron para encontrarlos. Sobre la piedra que fue su primer y su último nido de amor, fueron hallados muertos. Sus corazones habían sido atravesados por flechas enemigas; sus brazos estaban enganchados y permanecían tomados de las manos, y sus miradas fijas parecían encontrarse en ese cielo donde habita Júpiter.

Los tenebrosos Patíos y Bojoleos que habitaban al sur y que, continuamente, espiaban al joven guerrero, fueron los inculpados de este atroz crimen. Cuenta la leyenda que en los días siguientes, desde el alto páramo empezaron a brotar dos riachuelos, los cuales se fundieron en el campo idílico donde murieron los jóvenes amantes, dando origen al edénico río Dos Brazos.

Con el correr de las lunas, los jóvenes que pretendían un amor puro y eterno acudían a los Dos Brazos a purificarse en sus aguas y a recordar esa bella y triste historia de amor de la Princesa y el Guerrero. Aún en estos tiempos, a las personas que han sufrido de un desengaño amoroso o que son perseguidos por la mala suerte les dicen por cábala y para consolarlo:

–¡Vaya báñese el rabo al río, pero al río Dos Brazos!

Otros textos de Rafael Garcés Robles

Cuento de María del Carmen Pérez Cuadra: Sin luz artificial

Un cuento de Gogol: La terrible venganza

“El engaño del globo”, por Edgar Allan Poe

Cuento de Pedro Orgambide: La intrusa

Dosier literario (octubre de 2016)

narrativa_newsletterp

Última actualización el 2023-09-21 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados

Visita mi tienda Influencers Amazon.

Recomendaciones libros, tecnología y artículos de escritura

(Nota: narrativabreve.com participa en el programa de afiliados de Amazon, y como tal se lleva una pequeña comisión por cada compra que el cliente haga en Amazon después de entrar por alguno de nuestros enlaces).

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.