EL TIGRE QUE PERDIÓ SUS RAYAS (microrrelato)
Era ardiente, impulsivo, arriesgado, ansiaba el reconocimiento y el aplauso, le temiesen por su ferocidad, admirasen su velocidad portentosa, la habilidad para cazar su presa, su energía exuberante, apreciar su imponente belleza. Al paso de los años, con mayor experiencia y sabiduría, fue refrenando sus impulsos, a calmar su agresividad, el gran felino apaciguado. Terminó su vida tras las rejas, encerrado en un zoológico cualquiera, viejo, manso, agazapado, moviéndose apenas, sus gruñidos casi inaudibles, más parecían tibios sollozos, una penosa caricatura, de su antigua majestuosidad, la belleza definitivamente perdida. Le quedaba solo una de sus rayas, débilmente negra, más bien grisácea, la de su muerte inexorable, cercana.
EN LA OSCURIDAD DE LA POSADA (minificción)
Estábamos en la Posada antigua, la vieja casona del Corregidor, con su fachada colonial intacta, habilitada ahora como una discoteque moderna. Nos habíamos conocido hacía muy poco. No sabíamos mucho de nuestras vidas, nuestras experiencias. Me pareció interesante que la invitara esa noche a ese lugar tan pintoresco. Servidos los tragos, y la oscuridad como compañera, comenzamos nuestros escarceos amorosos, al principio suaves, poco a poco más intensos, besuqueos, caricias, cuerpos excitados, y mis manos ansiosas abriéndose camino, palpando zonas prohibidas, preanunciaban lo que debía ser el paso siguiente, el regreso hacia mi casa y el desenlace pasional exitoso. Cuando volvía del baño, antes de partir, me pareció extraño verla conversando con uno de los garzones que nos había atendido durante la velada.
Aprovechando su ausencia momentánea, le pregunté sorprendido si él ya la conocía. Claro que sí, me respondió con ironía, cada vez que viene no es con el mismo acompañante, siempre es otro, y en ocasiones otra… Y se alejó sonriendo.
SENTENCIA
–Te vas a morir –le espetó en el oído mientras se despertaba. Sacudió varias veces la cabeza, y el moscardón escapó zumbando desde su oreja.
NUMERÓLOGO
Al campesino naturalista le gustaba expresarse con números. “María”, su novia, era simplemente el 5, el 7, “pájaros”, el 10, “riachuelos”. Según el número de letras contenidas en las palabras, ingeniaba combinaciones asombrosas. Como no era supersticioso, ni tampoco creía en la buena suerte, el 13, era “cosechar la uva”, y el 21, “Hoy truenos y relámpagos”. Pensó en que el 0 podría ser la imagen divina de Dios, el todo, lo inconmensurable, pero también que simbolizaba la negación, la nada, y no se atrevió a ponerle el número.
PRIMEROS PASOS EN LA LUNA
El cosmonauta desciende lentamente por la corta escalera del módulo, y luego pisa la superficie blanca y húmeda de la Luna estampando su huella. “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”, son sus palabras iniciales. Ahora, baja de la nave su acompañante y clava la bandera de su país, bajo un cielo negro sin estrellas. Los héroes dan pequeños saltos mostrando la falta de gravedad en el suelo lunar. “¡Corten! –dice el director bajo las intensas luces que iluminan el escenario–. ¡Apaguen el ventilador! Vamos a repetir la escena”. Ha reparado en que la bandera no puede flamear en una atmósfera en que no sopla el viento. Millones de telespectadores repartidos por el mundo han visto fascinados en las pantallas, en vivo y en directo, los primeros pasos del hombre sobre la Luna.
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