Andrea Abreu escribe un corazón de mirlo latiendo bajo la tierra (José Luis Ibáñez Salas)

Según leía la novela Panza de burro, de Andrea Abreu, sentía que es mucho mejor de lo que la polémica en torno a ella hacía presagiar. Y muy corta, algo que se agradece ante tormentas así. Un libro bien medido. ¿Cómo consigue su autora que, cuando leemos su novela, lo que veamos, lo que escuchemos, lo que olamos… lo que sintamos y respiremos sean personas de verdad, y no literatos haciéndose pasar por humanos? Es fascinante esto de la literatura, esto de la lectura. Esto de la escritura.

Panza de burro fue publicada en 2020, es decir, en el Primer Año de la Gran Pandemia, y es la primera novela de Abreu, que tenía entonces 25 años. ¡25 años! Pero no es su primer libro, pues de 2017 son sus dos primeros poemarios.

Su editora, la también escritora Sabina Urraca (esta es su primera experiencia editando un libro de otra persona: “me siento genuinamente feliz al pensar que he puesto mi fuerza en algo tan bello”), dice en el texto que prologa la novela que había llegado “a pensar que Panza de burro no era un libro, sino más bien un largo y poderoso exabrupto, un estallido de emoción a las faldas de un volcán, un corazón de mirlo latiendo bajo la tierra. He pensado que podría expresarse a través de un grito en una playa. Y nada más”. Ojalá la literatura se lea, escribe Urraca, “como se escucha una canción, una canción en un idioma extraño que el cerebro, a fuerza de escucharla, vaya desentrañando”. Bueno, y quizás eso sea lo que es esta primera novela de Abreu, pero no obstante creo que hay algo más que yo pueda decir. O tal vez no.

“Como un gato. Isora vomitaba como un gato. Jucujucujucu y el vómito se precipitaba dentro de la taza del váter para ser absorbido por la inmensidad del subsuelo de la isla. Lo hacía dos, tres, cuatro veces por semana”.

Así es como comienza Panza de Burro. Isora es la Gran Amiga de la protagonista (“Isora era la que tenía mal de ojo, solo ella tenía esas cosas, a mí no me pasaba nunca nada”). Las dos son niñas que aterrizan en la adolescencia en una pequeña localidad tinerfeña del norte de la isla, cerca del vulcán. El vulcán es el innombrado Teide, totémico y abrumador durante todo el libro. No es la única amenaza permanente que se cierne sobre la narración a menudo jovial, casi siempre maravillada o perpleja o sencillamente infantil y muy personal.

“Yo ya estaba sintiendo ese agotamiento inmenso, esa tristeza de nubes bajas sobre la cabeza”.

Creo que se hace necesario mostrar algunos ejemplos modélicos del lenguaje con que Andrea Abreu escribió Panza de burro. Este, por ejemplo:

“Eufracia se presinó y yo no sabía qué hacer y me presiné también, pero pequeñito, como quien saluda a alguien que no saluda y se rasca los cachetes para disimular. Le hizo la señal de la cruz a Isora y empezó a decirle que en cruz padeció y en cruz murió y en cruz Cristo te santiguo yo, e Isora la miraba con los ojos abiertos como chernes, y la mujer movía la boca y se estregaba los dedos arrugados como troncos de viña seca, retorcidos, cuarteados de los años de lejía y tierra”.

O este otro (y ya):

“Isora llevaba la cadenita de la Virgen de Candelaria porque era la virgen que ella más quería, como quien tenía un pokémon favorito o una brat favorita, y llevaba el collar con un charmander chiquitito colgado del cuello, lo único es que para ella la cadenita era todavía más importante que para mí un pokémon porque se la regaló la madre a la que tanto quería porque casi no había estado con ella, a la que tanto adoraba porque no tuvo la oportunidad de escacharle la cabeza como sí había tenido la abuela, y sobre todo porque su nombre también era el de La Morenita, porque ella se llamaba Isora Candelaria, Isora Candelaria González Herrera”.

Hay mucho amor antes del amor, un amor inventado desde los años en que la realidad es un magma confuso al que se le ha dado el orden y la lógica de quienes solo tienen futuro. La narradora y protagonista, que nos cuenta que los niños siempre le daban asco (“pero creía que tenía que enamorarme de ellos”) sabe (¿cree saber o lo sabe?) que ella y su idolatrada Isora (que hablaba a veces “como si tuviera cincuenta años y no diez”, pero también era capaz de “temblar como un ratón envenenado”) están hechas “como están hechas las cosas que nacen para vivir y morir juntas”. No, no desentraño más sobre el intríngulis narrativo de la novela. El fenomenal intríngulis narrativo de Panza de burro.

“Me encantaba la capacidad de Isora para decir que no a la gente. Ella no tenía miedo de que la dejasen de querer. Decía lo que le apetecía cuando le daba la gana”.

La arrolladora personalidad en ciernes de Isora, Isora, a la que “el pelo le crecía demasiado cerca de los ojos”, Isora, que “parecía una niña de la época de los guanches”, Isora, “tan morena, con los ojos como dos luces verdes encendidas, la cabeza apretada, el hueco de la barbilla cada vez más abierto”. Isora y ese hueco de la barbilla suyo, “casi un nido de picapinos, perfecto, redondo, como escarbado con un pico”. Isora.

Haber leído Panza de burro ha sido quizás “como cuando uno huele una cosa que sabe que siempre va a recordar, aunque pasen y pasen los años”. Me he sentido muy a gusto, también molesto cuando la narración me lo pedía, pero me ha encantado ver a las dos niñas protagonistas sentadas como si fueran “mariposas de noche viviendo en el cielo”.

Al final va a resultar que no tenía más que decir fuera de lo que Sabina Urraca (“ojalá siempre se editara con envidia”) escribiese sobre Panza de burro en sus prolegómenos. O tal vez sí.

[Te dejo con algunas palabras de la página de mayor delirio literario que se puede leer en esta pequeña maravilla extraordinaria que es el debut novelesco de Andrea Abreu: “isora tenía los ojos verdes como un verdino verde como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de teno como una botella de vino vaciada la abuela de isora se enfadaba y le decía te vacio por dentro te vacio hoy bebo sangre tuya cachoputa isora tenía las tetas redondas y se le reventaron como la tierra cuando escupe una flor que primero pequeña luego grande la tierra de su pecho seca luego estrías la teta no le cabía en la piel y lloraba”.]

José Luis Ibáñez Salas es escritor e historiador. Visita su blog Insurrección

PANZA DE BURRO
  • ABREU ANDREA (Autor)

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