La relación del poeta Pascual-Antonio Beño con el pintor Gregorio Prieto

Comparto con los lectores de Narrativa Breve el prólogo del libro que reseñé el pasado miércoles en mi columna de El Periódico de Extremadura: Mi amistad con Gregorio Prieto (Almud Ediciones, Ciudad Real, 2021). Tanto el prólogo como la edición del libro corren a cargo de Pedro Menchén.

Esta introducción que ahora podéis leer incluye dos fotografías, una de Beño joven (años 50), cuando conoció a Prieto, y otra foto de este en su madurez. Ambas son cortesía de Pedro Menchén.

Si estáis interesados, podéis comprar el libro en la propia editorial sin gastos de envío.

La relación del poeta Pascual-Antonio Beño con el pintor Gregorio Prieto (por Pedro Menchén)

Cuando Pascual-Antonio Beño y Gregorio Prieto se conocieron en Campo de Criptana, el 4 de diciembre de 1960, según nos cuenta el propio Beño en este libro, el poeta tenía 28 años y el pintor 63. Había, pues, entre ambos, una diferencia de edad de 35 años. El poeta, que había nacido en Manzanares el 6 de junio de 1932, ejercía en aquel momento como profesor en una escuela nacional de Argamasilla de Alba y era un autor todavía inédito, aunque escribía profusamente desde su adolescencia, no sólo versos, sino cuentos, novelas y obras de teatro, y su principal anhelo en la vida era triunfar algún día como escritor. El pintor, por su parte, nacido en Valdepeñas, el 2 de mayo de 1897, residía en Madrid y era ya un artista consagrado. Se había relacionado en su juventud con figuras tan relevantes como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Buñuel, Vicente Aleixandre y otros miembros de la Generación del 27, había viajado por otros países, había expuesto en París, en Nueva York y en otras ciudades importantes del mundo, había obtenido premios y había conseguido el éxito siendo todavía muy joven. En Londres, donde vivió casi una década, compartió su casa, durante algún tiempo, con Luis Cernuda y se relacionó con el Duque de Alba (entonces embajador de España en el Reino Unido) y su hija Cayetana. Era, por tanto, Prieto, un hombre, si no famoso, relativamente conocido en el ámbito artístico y social español, aunque a su regreso del exilio, en 1947, no estuvo libre de inquinas y susceptibilidades por parte de algunos miembros del régimen franquista, debido, sobre todo, a su homosexualidad, conocida ya por muchos, y a su antigua amistad con Lorca y otros poetas o artistas que se habían significado en su apoyo a la República.

Escritor Pascual-Antonio Beño

Entre Beño y Prieto había algunas cosas en común: ambos eran manchegos, nacidos en pueblos muy similares, que casi podríamos considerar «ciudades», de la provincia de Ciudad Real, en el seno de sendas familias de clase media. Los dos se trasladaron a Madrid siendo todavía niños, Prieto con siete años y Beño con ocho; el padre de Prieto era propietario de un bazar y el de Beño de una ferretería. Ambos se quedaron huérfanos bastante jóvenes: Prieto perdió a su madre cuando tenía sólo dos años y Beño a su padre cuando tenía trece. Los dos eran también creadores, aunque manejaban materiales distintos: uno los colores y el otro las palabras; y los dos, en fin, eran homosexuales, por lo que pertenecían a una misma minoría proscrita y marginada de la sociedad. Si bien el pintor  no se inhibía demasiado a la hora de manifestar su tendencia sexual (que era muy obvia, además, por su amaneramiento), el poeta, que no era afeminado, optó por ocultarla, haciéndose pasar por heterosexual. Pero ahí se acaban todas las semejanzas entre ambos. Prieto estableció su residencia habitual en Madrid, aunque pasó largos períodos de tiempo en otras partes del mundo, como Italia, Grecia o Gran Bretaña, y se mantuvo en contacto habitual con las élites cultas y liberales del país; Beño, por su parte, pasó la mayor parte de su vida en La Mancha, en pueblos pequeños, como Daimiel, de donde era su madre, adonde regresó en 1949, con 17 años, y donde vivió parte de su juventud, hasta que, a partir de 1956, comenzó a ejercer la enseñanza en pueblos como Herencia, el mismo Daimiel, Puerto Lápice, Tomelloso y Argamasilla de Alba, donde se estableció definitivamente a partir de 1959, se casó y tuvo cuatro hijos, viviendo, por tanto, en un ambiente rural, triste y provinciano, opresivamente conservador, hasta que, en 1985, con 53 años, pudo escapar a Sevilla, ciudad en la que residiría ya el resto de su vida, aunque nunca perdió el contacto con La Mancha, pues solía regresar todos los veranos y fiestas de Navidad a Argamasilla de Alba.

Prieto triunfó y recibió todos los honores que se pueden conseguir en vida. Hasta el Rey Juan Carlos I le visitó en Valdepeñas cuando se inauguró el museo de su Fundación, mientras que Beño no sólo fracasó como escritor, sino también como persona. En una carta que me escribió el 18 de diciembre de 2000, con 68 años, me decía: «Desde niño hasta la actualidad, he sido un auténtico perdedor al que la suerte siempre se le fue de las manos y nunca se reconoció su labor ni su esfuerzo. Todo cuanto he planificado me ha fallado y no he podido llevarlo a la práctica. En el aspecto literario, ya debo ir reconociendo que no conseguí ninguna de las metas que anhelaba». Prueba de ello es que murió dejando la mayor parte de su obra inédita y la que publicó, casi siempre en ediciones ínfimas, no venales, de muy mala calidad, sólo unos cuantos amigos la conocían. Aparte de eso, Prieto permaneció soltero, en coherencia con su tendencia sexual, mientras que Beño se casó, cometiendo un gravísimo error que pagaría caro el resto de su vida. En el terreno estrictamente económico, Prieto llegó a acumular un importante patrimonio, que legaría después al pueblo de Valdepeñas a través de su Fundación, mientras que Beño sobrevivió siempre con enormes dificultades y estrecheces, ya que tenía que mantener con su modesto sueldo a una esposa y a cuatro hijos. En más de una ocasión, según me contó, no pudo asistir siquiera a la presentación de alguno de sus libros o a recoger un premio que obtuvo en algún concurso porque no podía sufragar los gastos del viaje[1]. Finalmente, Prieto vivió casi dos décadas más que Beño, pues murió con 95 años, mientras que Beño lo hizo con 76.

Según cuenta el poeta, conoció por primera vez el nombre del pintor siendo aún muy joven, cuando vio uno de sus libros en una librería, hecho que rememora en una carta que le escribió a Prieto el 5 de julio de 1972: «Soy un adolescente que sueño [con el éxito] en Daimiel y descubro en una librería un libro de Gregorio Prieto que no puedo comprar (sólo gano 400 pesetas al mes y, además, estudio, no tengo padre). El libro es La Mancha de Don Quijote. No lo puedo comprar, pero sí lo puedo hojear. Me extasía el libro todo, pero en especial aquel Gregorio Prieto adolescente, con su madre antigua –recordada, que no vivida–, poniéndole un escapulario y el paisaje de Valdepeñas al fondo».

Pintor Gregorio Prieto

El encuentro físico entre los dos hombres, como ya dijimos, tendría lugar en Campo de Criptana, el 4 de diciembre de 1960, y fue totalmente casual. Beño había ido a dicho pueblo, en calidad de bailarín, con el Grupo de Coros y Danzas de Argamasilla de Alba, para ofrecer una actuación en la Exposición del Plan General de Urbanismo y Ordenación del Campo de los Molinos, donde se exhibían diversos óleos y dibujos de Gregorio Prieto. Al saber Beño que el pintor se hallaba allí, finalizado el baile, se acercó a él para saludarle. «Creo que apenas se fijó en mí», cuenta en su relato. «Yo le pedí que me firmara un autógrafo y él estampó su firma en el programa que se había editado con motivo de los actos… Gregorio quiso que me diese la vuelta, y lo hizo apoyándose en mi espalda».

Algunos meses después, el 30 de abril de 1961, Beño le escribió a Prieto una carta invitándole a participar en la fundación de «una academia literaria», inspirada en un pasaje del final de la primera parte del Quijote. Prieto aceptó encantado y publicó en Blanco y Negro un artículo, a doble página, el 24-6-1961, acompañado de dos ilustraciones suyas, en el que comentaba, sin citar a Beño por su nombre, que había recibido «la carta de un maestro nacional» de Argamasilla de Alba proponiéndole formar parte de «una Asociación o Academia Cervantina», cuyo presidente sería Azorín y, aunque el proyecto finalmente no prosperó (Azorín declinó por motivos de edad y salud), ambos iniciaron una relación personal que duraría treinta y un años, exactamente hasta la muerte del pintor, el 14 de noviembre de 1992.

Beño se pregunta: «¿Por qué motivos Prieto mantuvo conmigo una amistad durante treinta y un años? ¿Qué tenía yo de especial para él? Ante todo, juventud», dice, pero reconoce que «eso sólo no hubiese bastado» y sugiere otras posibilidades: «Se sintió atraído porque era maestro y eso a él le recordaba a su tía [que, además de maestra, fue su madrastra], a la que tanto amó… También perduró mi amistad con Prieto –todo hay que decirlo– por los artículos que le dediqué en prensa, por los actos que, directa o indirectamente, le organicé en Argamasilla de Alba… Pero, sin duda, la causa principal por la que yo le atraía a Gregorio era mi obra literaria. Creyó en mí, siempre me apoyó y protegió. Publiqué algunas cosas gracias a él, e ilustró uno de mis libros de poesía…»

Beño no elude en este libro el tema de la homosexualidad de Prieto. Sin embargo, no nos dice, por motivos obvios, que él era también homosexual y que ambos mantuvieron relaciones íntimas durante algún tiempo, presumiblemente desde agosto de 1961 hasta diciembre de 1962, cuando el poeta se casó con María Pilar Mateos Martínez, lo que provocó la ruptura de relaciones sexuales entre ambos y el distanciamiento de Prieto del poeta. Del afecto o del enamoramiento más apasionado, pasó a mostrarle a Beño, durante el resto de su vida, rechazo, antipatía, o, como mucho, condescendencia, llegando incluso, en ocasiones, al desprecio, tanto de manera pública como privada. El pintor, sencillamente, no pudo perdonarle a Beño que se casara, algo que éste, al parecer, no fue capaz comprender, como se desprende de la correspondencia que mantuvieron y que decae bruscamente después de su matrimonio. No digo aquí nada que no se sepa ya y no soy yo, en cualquier caso, el primero que habla públicamente de la homosexualidad de Beño. Ya lo hizo Amador Palacios en su libro sobre Dionisio Cañas (BAM, C. Real, 2018, p. 240) antes que yo. Por otro lado, Beño me habló a mí de sus relaciones sentimentales (o sexuales) con Prieto y éste me las confirmaría años más tarde, cuando le conocí y le frecuenté en su casa de la avenida del General Perón, tal como cuento en mi autobiografía, Escrito en el agua,[2] aunque a Beño yo lo nombraba en este libro con un pseudónimo.

Es fácil deducir que el poeta, que vivía atrapado en el erial de la estepa provinciana y que carecía de contactos en los círculos literarios de Madrid, se arrimara al pintor casi con  desesperación, cuando surgió la oportunidad, en busca de un mentor o un protector que le ayudara a dar a conocer su obra. Prieto, fascinado con aquel joven guapo y entusiasma, se enamoró enseguida de él e intentó ayudarle, poniéndole en contacto con Francisco García Pavón, quien publicó algún relato suyo en una revista, pero, por desgracia, Beño no estaba preparado aún como escritor. Tenía muchos textos inéditos, sí, pero nada que mereciera ser dado a la imprenta. Aparte de eso, Beño no era (ni fue nunca) un buen prosista. Tenía un estilo un tanto desaliñado y ni siquiera cuidaba la ortografía, algo que le criticó el propio Prieto en una carta, así que el joven literato perdió con justicia aquella oportunidad que le brindó el destino. Sin embargo, ya en su madurez, Beño llegaría a ser un gran poeta y un magnífico dramaturgo y Prieto pudo haberle ayudado entonces, presentándole a amigos suyos influyentes, como Vicente Aleixandre, Rafael Alberti y José Hierro, o recomendándole a algún editor suyo de Madrid, el cual habría publicado con mucho gusto Fernando, Letreros y pintadas, Barro y soplo o La eternidad de la belleza, poemarios maravillosos con los que habría obtenido el reconocimiento, si no la fama y el éxito que merecía, pero Prieto, como decimos, no le presentó a nadie ni movió un solo dedo por él después de su matrimonio, así que no es cierto, como dice Beño, engañándose a sí mismo y engañando al lector, que el pintor le apoyara o le ayudara a publicar ninguna de sus obras, aun admitiendo éste, en alguna ocasión, que era una «pena» que la «edición» de uno de sus libros no estuviera al nivel de su «calidad poética» y que merecía «una edición digna de tus versos».[3] Después de veinte años de relación y de insistencia casina por parte de Beño, lo único que consiguió de Prieto fue que éste prestara algunos de sus dibujos para que ilustraran uno de sus libros: Barro y soplo, publicado por el ayuntamiento de Miguelturra (Ciudad Real), en 1980, gracias a un premio que obtuvo en dicha localidad. El resto de los libros de Beño fueron ediciones de ínfima categoría, pagadas por él mismo, por la Diputación o por el ayuntamiento de algún pueblo manchego, y apenas tuvieron promoción, difusión o distribución. Prieto tampoco trató de introducir a Beño en la prensa madrileña, aunque hubiera podido hacerlo, así que éste tuvo que conformarse con el diario Lanza, de Ciudad Real, para dar salida a sus artículos de opinión (género en el que se desenvolvía bastante bien). El acceso a este diario, por cierto, lo había conseguido el propio Beño antes de conocer a Prieto, ya que publicó allí su primer artículo en 1955. O sea, cinco años antes de conocerle. No es cierto, por tanto, como dice el poeta, con tanta magnanimidad, que el pintor le apoyara, le protegiera o le ayudara a publicar ningún libro suyo. No lo es en absoluto, y a las pruebas me remito: el único libro de poesías que Beño publicó en Madrid, Letreros y pintadas (Ediciones de Participación, 1979), fue, como él mismo reconoce en una carta que le escribió a Prieto el 19 de febrero de 1979, gracias a un editor, «Carlos Carballo (…) de una editorial joven que yo he conocido por mediación de Pedro Menchén». También me honra haber sido yo quien le consiguió editor en Alcalá de Henares para dos obras suyas de teatro: Carrera de Indias y El lugar de Don Quijote (Teatro Independiente Alcalaíno, 1999 y 2000, respectivamente). Y hasta su Antología poética (1947-2002), el libro de poemas más importante que dio a la imprenta en vida, fue publicada por el ayuntamiento de Argamasilla de Alba gracias a mis gestiones, como sabía el propio Beño y como puedo demostrar con cartas e emails que dirigí a José Díaz-Pintado y Maribel Moya, el alcalde y la concejala de cultura de entonces en el municipio, ya que el poeta había sido excluido del programa de ediciones del ayuntamiento, gobernado por la izquierda desde la Transición, debido a su supuesta ideología conservadora.

Prieto, según me dijo en una ocasión, no creía mucho en las posibilidades de Beño como escritor, ya que estaba condicionado a una familia y a un ambiente convencionales, totalmente frustrantes para él. También me confesó Prieto (como anoté en mi diario, en 1978) que perdió el interés sexual por Beño cuando éste se casó y comenzó a tener relaciones con su esposa. Tal es así que, cuando Beño le dio la noticia de su boda, prevista para el 5 de diciembre de 1962, en una carta del 11 de octubre de aquel mismo año, Prieto dejó de escribirle automáticamente. Y no sólo no acudió a su boda (a la que naturalmente había sido invitado), sino que trató de distanciarse enseguida de él, dando casi la sensación de que le hubiera repudiado. Si en 1961 le había escrito quince cartas y en 1962 once;[4] en 1963 ya sólo le escribió una, y ésta de puro compromiso, mucho más corta de lo habitual y sin el estilo afectuoso que había caracterizado a las anteriores, para dar respuesta a las lastimeras misivas de su ex amante, el cual parecía incapaz de comprender todavía qué le pasaba al pintor, por qué no quería escribirle ni saber nada de él. En 1964, Prieto le escribió cuatro cartas, pero entre 1965 y 1969 sólo le escribió una cada año, y en los años 1974, 1977, 1978, 1982, 1983, 1985 y 1986 no consta que le escribiera ninguna. Tampoco en sus últimos cinco años de vida, aunque eso se puede entender dada la longevidad y decrepitud del pintor. Podría decirse que, después de su boda, Beño pasó a ser para Prieto algo así como un conocido más, alguien de escasa relevancia en su vida personal; en modo alguno, un amigo suyo especial, como pretende hacernos creer el poeta. Sin duda, el pintor, de carácter rencoroso, quiso borrar a Beño de su vida después de casarse, pero éste no se lo permitió, así que toleró su «amistad» de mala gana, y no dejaba de mostrarse desdeñoso con él, de zaherirle y humillarle siempre que podía, a veces de manera grosera y cruel, delante de otras personas, algo que el poeta soportaba con estoicismo y resignación. Si mantuvieron la relación a lo largo de tantos años fue porque Beño se empeñaba en seguir en contacto con él. Le escribía insistentemente, le llamaba, le visitaba en Madrid cada vez que iba a dicha ciudad y trataba de halagarle con homenajes y artículos empalagosamente elogiosos, con cualquier excusa, en el diario Lanza. El pintor, narcisista enfermizo, después de leer tales elogios, se mostraba un poco más afectuoso con él y le decía alguna palabra amable en sus cartas, lo que reavivaba en el poeta la ilusión de que habían reanudado su vieja amistad. Pero, en el fondo de su corazón, Prieto nunca le perdonó, y Beño no acababa de asumir que había caído en desgracia después de su matrimonio. No entendía, o no quería entender, a qué se debía el distanciamiento y la frialdad de Prieto con él. En sus cartas no para de lamentarse de la desafección de éste, de sus desaires y ninguneos, como cuando fue a Argamasilla de Alba, rodeado de periodistas de la BBC, y ni siquiera le avisó o se pasó por su casa para saludarle.

Algunas horas antes de casarse, por lo visto, Beño había ido a verle para preguntarle qué hacía, con la esperanza de que el pintor le propusiera que lo abandonara todo y se quedara con él. Pero Prieto le dijo (según me confesó a mí y yo anoté en mi diario): «Cásate. Eso era cuestión de haberlo decidido antes. Además, aunque yo te diga lo contrario, tú te casarás igualmente».

Yo conocí a Prieto en marzo de 1978, después de que Beño me informara por carta de la exposición antológica que el pintor acababa de inaugurar en la Biblioteca Nacional de Madrid, a la que acudí para darle recuerdos de mi antiguo profesor. Prieto se mostró muy amable conmigo y me invitó a visitarle en su casa-estudio de la avenida del General Perón. El caso es que iniciamos una relación personal que duraría año y medio, hasta agosto de 1979, cuando rompí con él de un modo un tanto brusco y desconsiderado (o quizá sería mejor decir despiadado), algo que podría achacarse a mi arrogancia juvenil… Pero ya expliqué todo eso en mi autobiografía y no voy a repetirlo aquí de nuevo, aparte de que yo no soy el tema de esta introducción ni de este libro. Tan solo diré que admiraba al pintor y que conservé un grato recuerdo de su persona, pues, a pesar de su narcisismo o su engreimiento pueril, se portó bien conmigo. Después de leer este libro y de comprobar la importante labor que realizó en defensa de los molinos de viento y del patrimonio histórico y artístico de La Mancha (algo que yo ignoraba por completo), siento aún mayor respeto por él.

Yo rompí con Prieto, tal vez, por una tontería. Beño, sin embargo, aun teniendo sobrados motivos para sentirse ofendido y cortar su relación con él, no quiso hacerlo y se mantuvo leal a su persona hasta el final. Nunca dejó de mandarle cartas, aunque al final el pintor ya ni le respondía, nunca dejó de llamarle por teléfono, de visitarle o de escribir sobre él en el diario Lanza, elogiándole y defendiéndole, incluso después de su muerte, hasta el extremo de enfadarse conmigo por lo que yo había escrito sobre él en mi autobiografía (leyó parte del borrador), porque no quería que yo dañara su reputación y su imagen, aun reconociendo la veracidad de lo que yo decía.

La primera vez que me dijo Beño que quería escribir, no un libro, sino dos, sobre Gregorio Prieto, fue en una carta del 25 de junio de 1982, en la que, entre otras cosas me decía: «Sobre Gregorio Prieto quiero escribir dos libros por los siguientes motivos: la Diputación [de Ciudad Real] quiere hacer uno y en Valdepeñas [quieren hacer] otro. Uno sería muy biográfico y muy breve, casi para presentar unas diapositivas. El otro, más extenso y personal. A Gregorio le queda poca vida y quiero hacer algo definitivo e interesante sobre él. No sé si lo merece o no. Lo que sí sé es que quizá sea yo el único capacitado para dejar a la posteridad una serie de aspectos y facetas de su vida y de su obra que sólo yo conozco».

El pintor, sin embargo, viviría aún diez años más y el 17 de noviembre de 1992, tres días después de su muerte, me escribe Beño: «Discutíamos a veces y tenía a gala insultarme, aun delante de la gente. Pero no puedo dejar de reconocer que era un pintor extraordinario y, por sus circunstancias personales –amigo de Lorca, Cernuda, etc.–, una especie de memoria del siglo XX. A mí siempre me subyugó su pintura. Ha dejado toda su obra a la Fundación y al pueblo de Valdepeñas –más de 3.000 pinturas– y posee en el pueblo dos museos muy interesantes. Creo que pasará a la historia no sólo por ser el pintor clave de la Generación del 27, sino por sus dibujos y sus cuadros manchegos y esos otros de inspiración griega, que suponen para la pintura lo que la poesía de Kavafis para la poesía. Yo, a pesar de todo, he sentido su muerte y me hubiese gustado ir al entierro. Ahora vienen a mi memoria todos los encuentros y todas las conversaciones con él desde el año 1960, cuando le conocí, hasta la última vez que lo vi, en Valdepeñas, ya muy anciano y en una silla de ruedas. Pienso también que he significado algo en su vida y en su obra: la Fundación se creó en Argamasilla gracias a mí y fui su inspiración para muchas cosas, entre ellas la edición del Quijote que ilustró gracias a una idea que yo le sugerí».

En su siguiente carta, del 1-12-1992, en la que adjuntaba la copia de un artículo que había publicado sobre el pintor («La eternidad de Gregorio Prieto», Lanza, 21-11-1992), me decía Beño: «Necesitaba escribir algo sobre él. Algún día, cuando las circunstancias lo requieran, quizá haga algo más íntimo y personal. Como sabes, no pude ir al entierro y mandé un telegrama. Parece ser que, sin estar, fui también un protagonista, pues muchos sabían de mi amistad con el difunto y piensan que Lorca, Cernuda y yo fuimos sus más íntimos amigos. Entre los muchos telegramas recibidos destacó el mío e incluso fue transcrito en la prensa. Es más, algún periódico habló de que se habían recibido telegramas de los Reyes, los Duques de Alba, la Real Academía de Bellas Artes, el Presidente de Castilla-La Mancha y el mío, como si fuese yo tan importante o el único enviado por un particular digno de ser mencionado». Y es que, efectivamente, Beño fue, a pesar de todo, la persona más importante en la vida de Prieto durante sus últimos treinta años, la persona que mostró por él una mayor fidelidad y admiración, la persona que permaneció a su lado más tiempo que ninguna otra en su larga y solitaria vida. Y eso es algo que, de un modo o de otro, todo el mundo sabía. Todo el mundo, quizá, excepto el propio Prieto.

Varios meses después, en una carta del 29-3-1993, me decía Beño: «Este verano, si tengo tiempo, escribiré una especie de memorias sobre Gregorio, ilustradas con algunas de sus cartas. Creo que debo hacerlo». Sin embargo, no sería hasta el 2 de enero de 2007, cuando me informó ya de algo más concreto. Después de contarme las cosas que había hecho durante el verano, añadió: «también hice algo sobre mi amistad con Gregorio Prieto, basándome en las cartas que tengo de él».

Al decir «este verano» se refería, naturalmente, al verano del año anterior; o sea, de 2006. El 8 de junio de 2007, cuando se disponía a dejar Sevilla para viajar a Argamasilla de Alba, donde solía pasar todos los veranos, me escribió:

«Aún proyecto cosas para escribir en mi estancia en Argamasilla, que es donde mejor me motivo y me concentro: dos novelas, una obra de teatro sobre los Diálogos de Platón, que concebí en Canarias hace 53 años, un libro sobre el epistolario de Gregorio Prieto conmigo, la historia de las Reuniones Literarias de Ruidera, de las que fui presentador y secretario…»

Se deduce, por tanto, que el texto que Beño había escrito sobre su amistad con Prieto el verano anterior sólo había sido un esbozo o había quedado inconcluso, ya que tenía el propósito de seguir trabajando en él. Instalado ya en Argamasilla, me escribe el 9 de agosto:

«Fíjate todo lo que me traigo entre manos ahora: Una historia de las Reuniones Literarias de Ruidera que se celebraron de 1963 a 1974 (…). Páginas de mi amistad con Gregorio Prieto. Una biografía desde cuando lo conocí hasta su muerte. En ella incluyo trozos de epístolas (me escribió más de ochenta) y artículos que le dediqué (unos diez o doce).[5] Ya tengo mucho escrito, pero me falta armonizar –realizar el montaje, ya que, como sabes, escribo como se rueda una película y luego lo monto todo– y me falta pasarlo a limpio. Lo de Ruidera, espero me lo publique la Diputación de Ciudad Real, y el ayuntamiento de Valdepeñas o la Fundación Gregorio Prieto, lo de Prieto».

En agosto de 2007 parece, pues, que casi había acabado el libro sobre Gregorio Prieto, ya que sólo tenía que «realizar el montaje» de los diversos capítulos y «pasarlo a limpio». Esto último significa que tenía que pasar el texto a máquina con su Lettera 32. Beño solía escribir el primer borrador a mano y, más tarde, hacía la versión definitiva a máquina (él nunca usó un ordenador). Esta tarea la realizó, a su regreso, en Sevilla, entre septiembre y octubre de 2007. El 28 de este último mes precisamente, en la que sería su penúltima carta, me dice:

«He escrito este verano una especie de biografía de Gregorio Prieto, basándome en mis recuerdos y en su correspondencia. El alcalde de Valdepeñas [Jesús Martín Rodríguez] (…) me ha llamado por teléfono para confirmarme que sí se publicará y se ha encargado de pasar a ordenador el texto y buscar imprenta».

Beño me escribió su última carta el 1 de febrero de 2008, despidiéndose de mí. Un cáncer de vejiga, que le habían detectado en el año 2000 y del que se había operado varias veces, había vuelto a reproducirse y ahora los médicos proyectaban extirparle la vejiga por completo, lo que le obligaría a llevar colgada, permanentemente, en la pierna, una bolsa con la orina. Su situación era, por tanto, penosa y triste:

«El cáncer avanza y mis riñones no funcionan», decía. «Creo que esto es el principio del fin. Ya no confío en vivir mucho, pero no quisiera sufrir, cosa que dudo. Estos últimos 35 días han sido un infierno». Concluía su carta con este terrible anuncio: «Dejo de escribir y abandono la literatura, consciente de haber fracasado en ella. Creo que pronto destruiré toda mi obra inédita y mis carpetas de trabajo. No me escribas al apartado de Correos. Me he dado de baja en él».

Conmovido por lo que me contaba, le escribí a su domicilio particular, pero no me respondió e ignoro si le entregaron mi carta o no, si la leyó o no. Él no se fiaba de su familia. Creía que abrían y controlaban su correspondencia, por eso tenía un apartado de correos particular para estar en contacto con sus amigos. Pero ahora le resultaba imposible acercarse ya a la oficina de Correos para recoger las cartas, de modo que lo clausuró. El caso es que no volví a saber nada más de él hasta que me llegó la noticia de su muerte, acaecida el 10 de julio de 2008.

El libro Las Reuniones Literarias de Ruidera se publicó póstumamente, en 2009, dado que había mandado el manuscrito a tiempo y había firmado el contrato con la Diputación Provincial de Ciudad Real antes de su muerte. Sin embargo, del libro sobre su amistad con Gregorio Prieto nada más se supo y, puesto que el propio Beño había dado a entender que pensaba destruir su «obra inédita» antes de morir, me temí lo peor.

Durante la década siguiente nadie editó o reeditó ningún libro suyo, hasta que yo mismo, en 2018, conseguí reunir y publicar en un solo tomo toda su poesía,[6] lo cual me dio la posibilidad de ponerme en contacto con su viuda, a quien le pregunté varias veces sobre los papeles y manuscritos inéditos del poeta, pero, aunque fue muy amable conmigo, eludió responder a mis preguntas y no me confirmó si los papeles inéditos existían o no. En febrero de 2019, cuando volví a insistir una vez más sobre el asunto, cortó la comunicación epistolar conmigo y no volví a saber nada más de ella. Aún así, yo tenía esperanzas de que, al menos, se hubiera conservado una copia del texto de este libro en algún sitio. Pregunté en la Fundación Gregorio Prieto, pero allí no sabían nada sobre él. Me dirigí entonces al alcalde de Valdepeñas, Jesús Martín Rodríguez, recordando la carta que Beño me escribió el 28 de octubre de 2007 hablándome de él, y le pregunté por dicho libro, si se había publicado finalmente y, en caso contrario, si tenía él el manuscrito que le había mandado Beño. Jesús Martín me dijo que el libro no se había publicado, pero que conservaba el archivo con la copia que él, personalmente, había hecho del mecanoscrito en un documento Word. Al parecer, le envió él mismo una copia de dicho documento a Beño para que lo revisara, antes de su publicación, ya que contenía diversos «errores mecanográficos, algún gazapo y algún nombre mal escrito, que no corregí por respeto al original», me dice Jesús Martín en un email del 16-1-2019, y concluye: «[Lo] remití tal cual en un CD, con los folios mecanografiados, a Beño para que él los corrigiera sin que después volviera a tener contestación». Esto debió de suceder, supongo, en los primeros meses de 2008. El poeta, que se encontraba ya muy mal, no tendría ganas ni fuerzas para mirar el CD en el ordenador de sus hijos (aparte de que él no sabía manejar un ordenador). Poco después murió y nadie respondió a la carta ni se interesó por el asunto. Si existen aún «los folios mecanografiados» (o sea: el mecanoscrito original de Beño) o si acabaron en la basura, eso es algo que sólo sabe su familia.

Agradezco, pues, a Jesús Martín Rodríguez su amable respuesta y que me enviara con tanta diligencia el documento Word con el texto de este libro. Antes de dedicarse a la política, Jesús Martín Rodríguez había sido poeta en sus años juveniles y coincidió con Beño en algunas reuniones literarias, de ahí su amistad con él. Realmente, ha sido providencial que conservara el texto de este interesantísimo libro, durante tantos años, en su ordenador personal, pues, de otro modo, se habría perdido para siempre, como seguramente habrá ocurrido con otros textos inéditos del autor de los que, años después de su muerte, aún nada se sabe.

Las copias o transcripciones manuales de textos, como es sabido, suelen sufrir, inevitablemente, salvo que sean muy minuciosas y se revisen varias veces, alteraciones gramaticales, semánticas o léxicas de todo tipo, omisiones involuntarias, erratas que cambian el sentido de alguna palabra, frases que se trasladan a la copia con vocablos distintos, aunque signifiquen lo mismo, expresiones que no entendió bien el amanuense y que acaban transcritas con un nuevo significado, contrario incluso al que pretendía su autor… Parece, sin embargo, que Jesús Martín hizo un trabajo bastante serio y riguroso. Hasta el punto de que ni siquiera se atrevió a corregir, «por respeto al original», los errores cometidos por Beño, tales como «algún gazapo» o «algún nombre mal escrito», así que confiamos en la solvencia y en la fidelidad del texto que nos entregó.

El problema que ha planteado la edición de este libro, en todo caso, no ha sido ese, sino, curiosa y paradójicamente, la falta de cuidado del propio autor, quien jamás transcribe correcta y fielmente ninguno de los textos que cita, procedentes casi todos ellos de cartas o de artículos de prensa, que va insertando aquí y allá en sus páginas. Además, no siempre aporta las fechas de tales cartas o artículos; o peor aún: las fechas que aporta, a menudo, son equivocadas, por lo que no ha sido nada fácil localizar los textos originales para poder cotejarlos con sus transcripciones y corregir los errores que hubiere. Algunos de los textos, por más que los busqué, no fui capaz de encontrarlos, así que se quedaron sin cotejar. Los he señalado, para conocimiento del lector, con las siglas «SC» (sin chequear) y no hay garantía, por tanto, de la literalidad de los mismos.

He corregido todos los errores de acentuación y puntuación, tanto de Beño como de Prieto, que en el caso de este último eran numerosos. Finalmente, como el lector puede suponer, he añadido todas las frases o palabras que hay entre corchetes, omitidas voluntariamente o no por Beño, por considerar que podían aportar alguna información complementaria al texto original o ayudar a entender mejor el tema planteado en cada caso.

Hay que hacerse cargo de que Beño escribía compulsivamente, sin detenerse apenas un momento para revisar lo que hacía, sobre todo en la última etapa de su vida, cuando sabía ya que iba a morir y temía no poder terminar los numerosos proyectos que llevaba entre manos. Lo importante, en cualquier caso, es lo que él mismo escribió, lo que quiso decirnos, el testimonio que quiso dejarnos sobre su amistad con Gregorio Prieto. Y creo, sinceramente, que el esfuerzo invertido, tanto por su parte, escribiendo y montando el libro, como por la mía, tratando de editarlo en las mejores condiciones posibles, ha merecido la pena.

Pedro Menchén

Benidorm, junio de 2021


[1] La esposa de Beño era hija de un hacendado de la localidad y tenía fincas y propiedades, pero habían firmado la separación de bienes nada más casarse y, además, según me contó, ella retenía su sueldo y sólo le daba el dinero justo para tabaco, café y poco más. Jamás dispuso, por tanto, de dinero propio, pese a mostrarse a sí mismo como un miembro acomodado de la burguesía local.

[2] Odisea Editorial, Madrid, 2011.

[3] Carta sin fecha de Prieto, a la que Beño respondió el 1 de marzo de 1979.

[4] Posiblemente alguna más, pero estas son las copias de las mismas que se conservan en su Fundación. Por suerte, Prieto solía guardar copias de las cartas que mandaba a todo el mundo. Las cartas que recibió Beño de él, si no han sido destruidas, se hallan en poder de su familia, y yo no he podido acceder a ellas.

[5] Fueron más de veinte, si tenemos en cuenta las entrevistas que le hizo o los asuntos noticiables en que aparecía Prieto, a propósito de homenajes, exposiciones, presentaciones de libros, etc., o esas otras crónicas en las que se hablaba de los dos por haber participado juntos en algún evento cultural y que también escribía Beño, pero que firmaba con algún pseudónimo.

[6] Poemas, obra lírica completa, Ars Poetica, Oviedo, 2018. En 2020 apareció la 2ª edición de este libro con 22 poemas más y una exhaustiva cronología. Por otro lado, en 2019 la editorial Sapere Aude, de Oviedo, publicó Epistolario maldito, un libro en el que se recoge nuestra correspondencia durante sus últimos diez años de vida.


Pascual-Antonio Beño nació en Manzanares (Ciudad Real) en 1932 y murió en Sevilla en 2008. Perteneciente a una familia de clase media, pasó su infancia y adolescencia entre Madrid y Daimiel, su madurez en Argamasilla de Alba, donde se casó y tuvo cuatro hijos, y su vejez en Sevilla. Ejerció la enseñanza como profesor y finalmente como director en diversos pueblos de La Mancha, para acabar su vida laboral, como funcionario, en el Museo Arqueológico de Sevilla. Publicó once poemarios (aparte de diversas antologías), numerosos relatos y varias obras de teatro, algunas de las cuales obtuvieron premios y fueron representadas en distintos pueblos y ciudades de España. Beño colaboró también, durante muchos años, como columnista, en el diario Lanza. En 2018, su antiguo alumno y discípulo, Pedro Menchén, publicó Poemas, obra lírica completa (Ars Poetica, Oviedo), un tomo donde se reúne toda su poesía dispersa, reeditado en 2020 con veintidós poemas más.

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Pedro Menchén (Argamasilla de Alba, Ciudad Real, 1952) es autor de una veintena de libros, entre los que destacan su ensayo Ortega y Gasset y Antonio Machado, el dilema de las dos Españas, su autobiografía, Escrito en el agua, las novelas Una playa muy lejana, Te espero en Casablanca e Y no vuelvas más por aquí, y algunos relatos de viajes como Un señor de Washington y Viaje a Texas con un señor de Kentucky. En 2019 dio a conocer su correspondencia con Beño en el libro Epistolario maldito. Pedro Menchén ha obtenido el Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa y el Premio Barbastro de Novela Corta. Reside en Benidorm desde 1978.

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