El viejo abuelo inca está muriendo, agoniza solitario tirado sobre la estera de su habitación, pronto su alma volará con el viento; sus familiares permanecen unidos en las afueras de la vivienda, unos gritan al más alto volumen y otros vociferan insultos para ahuyentar al Supay, aquel ser maléfico que espera la muerte del abuelo para llevarlo a sus infiernos. Quienes gritan para ahuyentarlo le temen a Supay, quienes lo insultan ya le han perdido el miedo.
Supay es un semidiós omnipresente que hace maldades por los caminos y pueblos de los Andes. Vive en cuevas inadmisibles, en campos agrestes para seres vivos, viaja con los vientos suaves, emana un olor hediondo; tiene imagen femenina con grandes tetas, sus patas y sus manos poseen tres y hasta cuatro dedos con prolongadas uñas, y su cabeza es coronada con dos grandes y largos cuernos. Es un ser sin ningún atractivo, carente de toda belleza.
Cuentan los viejos que, Supay es un ser que sufre porque Viracocha no lo elevó a la categoría de dios ni lo humanizó al rango de hombre. Es un híbrido que no tiene sexo ni estómago y mucha gente le perdió el temor a ser devorados. Pero sí puede hacer daño, tanto que, a la llegada de los conquistadores y al conocer de su existencia, le llamaron el “Diablo de los Andes”; los frailes no pudieron atraparlo en los templos cristianos con sus oraciones ni con sus ritos exorcistas, mas el astuto Supay mutó en un apuesto Hidalgo noble, vestido con casaca y pantalón tejidos con hilos de seda y plata que, recorría campos y poblados para apresar sus almas pecadoras y llevarlas a las ceremonias religiosas del nuevo dios blanco. El apuesto Hidalgo noble fue acogido como un gran benefactor cristiano.
Supay es inmortal y siendo una deidad menor, ha tenido múltiples transformaciones a través de las épocas. Durante la Colonia fue un criollo pudiente dueño de minas de oro que usaba guantes perfumados y lociones italianas para ocultar ese hedor nauseabundo que ahuyentaba; en su nuevo status consideraba pecadores a sus esclavos negros y a sus esclavos indígenas.
En el periodo de la Independencia, Supay fue un connotado guerrero de la alta oficialidad española que se volvió adicto a ver correr sangre por los campos de batalla, por los caminos, por las calles de los pueblos y de las ciudades; los mayores pecadores eran sus humildes soldados rasos de los dos bandos.
En las Primeras Repúblicas, sus elegantes trajes lo ubicaban en el rol social de la aristocracia y de la burguesía, vestía de leva, de chaqué y de frac, con sombreros hongo o de copa alta; se enamoró de la “Pachamama”, acaparando grandes extensiones en los valles y en las laderas andinas, y en las grandes haciendas confinaba a sus pecadores, a quienes llamaba “peones descalzos”.
En el nuevo siglo, el siglo XXI, Supay ya avezado, experimentado, exitoso manipulador y estratega consumado, volvió a su figura original de “diablo de los Andes”, aunque ahora se viste a la moda urbana, con corte a media melena, luce anillos diamante en oro amarillo, cadenas de oro amarillo de 18 quilates y pulseras de oro, además de relucientes relojes de marca, ¡ah! y se desplaza en un Roll-Royce Phantom; y a sus pecadores los llama con arrogancia: seguidores, partidistas, adeptos, simpatizantes, copartidarios, fanáticos, fieles…
Rafael Garcés Robles (Bolívar, Cauca, Colombia, 1949) es cuentista y poeta.
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