Su cara desairada, casi santa
–como de Cristo santa es la madera–,
tallada con pincel, es tan severa
que de solo mirarla ya me espanta.
Mientras manda callar, la cruz levanta
la venerada madre misionera.
Y torna su apariencia más austera
el tosco manto, pues parece manta.
No es natural la luz, es luz sagrada
la que alumbra sus manos –santa y culta–:
triunfo de una paleta consumada.
Pero ese feroz gesto que no oculta
la amenaza de un golpe al no creyente,
no parece devoto ni indulgente.
¡Sigue la serie de 20 sonetos que Miguel Bravo Vadillo le ha dedicado al pintor Velázquez!
- Las Meninas, o la familia de Felipe IV
- Felipe IV, a caballo
- El príncipe Baltasar Carlos, cazador
- La princesa Margarita
- Las lanzas, o la Rendición de Breda
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