En “El anciano y el niño”, cuento tradicional indio, asistimos al viaje en burro que emprenden un anciano y un niño. En todas las poblaciones por las que pasan reciben las críticas o las mofas de quienes les ven.
Una historia maravillosa sobre “el qué dirán” y la presión a la que se ve sometido el ser humano, sobre todo cuando este se intimida por el juicio de los demás, en vez de aplicar su propio criterio sobre lo que es bueno y malo.
El anciano y el niño | Cuento tradicional indio
Un anciano y un niño iban juntos viajando con su burrito por los polvorientos caminos de la India. Sucedió que, tras varias horas andando sin parar, llegaron a un pequeño pueblo. Al pasar por la plazoleta del mercado, dos jóvenes que estaban sentados al fresco, comenzaron a reírse y a gritar para que todo el mundo les escuchara.
–¡Ja, ja, ja! ¿Cómo es posible que ese viejo y ese chaval sean tan idiotas? Vienen de muy lejos caminando y tirando del burro en vez de subirse en él.
–¡Niño! ¿No te da pena el abuelo? ¡Deja que se monte en el burro, que ya es muy mayor y no está para muchos esfuerzos!
El niño miró al anciano y, haciendo un gesto con la manita, le invitó a subirse al borrico. Siguieron avanzando y poco después atravesaron una aldea donde todo el mundo andaba muy atareado con sus labores. Parecía que nadie se había dado cuenta de su presencia, pero no… Una mujer que llevaba un bebé en el regazo, comenzó a increparles a viva voz.
–¡Pero qué ven mis ojos! ¿No le da vergüenza ir sentado en el burro cómodamente, mientras el pobre niño tiene que ir andando?
El anciano se sonrojó e inmediatamente se bajó del asno. Sujetó a su nieto por la cintura y, ante las miradas de una docena de personas que se habían congregado a su alrededor, le ayudó a subirse al burro.
Continuaron su trayecto despacito, pues el anciano tenía cierta cojera y le crujían algunos huesos. Pasaron por un puente de piedra que salvaba un río de aguas agitadas. Un grupo de personas venía en dirección contraria, cargando pesados sacos de cereal. Al pasar por su lado, unos y otros empezaron a cuchichear. Un hombre de mediana edad no pudo evitarlo y se giró para reprenderles.
–¡Jamás había visto nada semejante! El niño tan ricamente subido en el burro y el anciano tirando de la cuerda ¡Qué desagradecida es la gente joven con sus mayores! ¡Deberías tener un poco más de respeto, chaval!
El anciano y el niño bajaron la cabeza colorados como tomates. Decidieron que la mejor solución era montarse los dos en el burro y así se acabarían los comentarios maliciosos de la gente. No pasó demasiado tiempo cuando, al atravesar un campo de patatas donde los campesinos se afanaban por recoger la cosecha, oyeron la voz ronca de un tipo que les miraba indignado.
–¡No me lo puedo creer! ¡Eh, fijaos en esos dos! ¡Con lo que pesan, van a matar al burro! ¿No os parece injusto tratar así a un animal?
¡Los pobres ya no sabían qué hacer! Hartos de tanta burla, pararon unos minutos a deliberar y, finalmente, optaron por cargar al burro a sus espaldas. Imaginaos la escena: un viejecito y un niño, sujetando como podían a un pollino que les triplicaba en tamaño y pesaba más de cien kilos. Con mucho esfuerzo y envueltos en sudor, consiguieron llegar a la siguiente población que encontraron a su paso. Solo pensaban en comer y beber algo, tan agotados que estaban.
Pero una vez más, al pasar por delante de la taberna, oyeron risotadas y una voz que resonaba por encima de las demás.
–¡Ja, ja, ja! ¡Desde luego, hay que ser tontos! ¡Esos dos tienen un burro y en vez de subirse en él, son ellos quienes van cargados como si fueran animales de carga! ¡Desde luego ese asno ha nacido con suerte!
Se formó tal alboroto en torno a ellos, que el pobre burro se asustó y echó a correr hasta que desapareció para siempre. El abuelo y el niño se sentaron en el suelo desconsolados. Comprendieron que había sido un gran error intentar quedar bien con todos: fueron juzgados injustamente y encima, su fiel burrito de había escapado.
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