Alejandro Zambra y la frágil armadura del presente (tres novelas primerizas) | José Luis Ibáñez Salas

Las tres primeras novelas del extraordinario escritor chileno Alejandro Zambra (nacido en 1975) suelen ser consideradas integrantes de una trilogía. Yo acabo de leer, una tras otra, las tres. Y he vuelto a disfrutar de su excelente literatura como cuando leí esa obra maestra narrativa suya que es Poeta chileno, su libro de 2020.

Hablo de Bonsái, aparecida en 2006; La vida privada de los árboles, publicada en 2007 (“¿por qué hay que rescatar las historias, acaso no existen por sí mismas?”); y Formas de volver a casa, de 2011. En esta última, te sitúo, lector, el narrador protagonista de la misma nos dice:

Me siento demasiado cerca de lo que cuento. He abusado de algunos recuerdos, he saqueado la memoria, y también, en cierto modo, he inventado demasiado”.

Bonsái, la primera de ellas, comienza así:

“Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”.

Bonsái, novela de Alejandro Zambra

Literatura en la literatura. Metaliteratura. La metaliteratura encomiable del gran Zambra (“leer es cubrirse la cara, y escribir es mostrarla”). Su Emilia “siguió cumpliendo años después de los treinta, y no porque a partir de entonces decidiera empezar a restarse la edad, sino debido a que pocos días después de cumplir treinta años Emilia murió, y entonces ya no volvió a cumplir años porque comenzó a estar muerta”.

Si las tres novelas de la trilogía que yo llamaré la trilogía de ‘La senda literaria hacia Poeta chileno son breves, Bonsái lo es extremadamente. Podría haber sido ‘El perseguidor’ de un libro de relatos titulado así, El perseguidor: el ‘Bonsái’ de un libro de relatos titulado Bonsái. Pero dio en ser una novela, porque por el escritor Javier Pérez Andújar sé que una novela es lo que un escritor decide que sea aquello que escribe. Bonsái, la novela. Sigo.

Bonsái es, lo dice Zambra en Bonsái, “una historia liviana que se pone pesada”. Una historia de la que se sabe todo y que no se pudo impedir, “una historia de ilusiones”. Aunque, “el final de esta historia debería ilusionarnos, pero no nos ilusiona”. Porque Bonsái lo que hace es fascinar al lector. No ilusionarlo más allá de crearle la ilusión de que lo que se le cuenta es magnífico. Pero no lo es: sólo es LITERATURA.

“Cuidar un bonsái es como escribir, piensa Julio. Escribir es como cuidar un bonsái, piensa Julio”.

La segunda novela de la trilogía, La vida privada de los árboles, se abre con la cita de unos versos del también escritor (poeta) chileno Andrés Anwandter:

            “… como la vida privada

            de los árboles

            o de los náufragos”.

La vida privada de los árboles, novela de Alejandro Zambra

Creo que es necesario que leamos el brillo de la prosa de Alejandro Zambra (para quien, por cierto, para su personaje Julián al menos, Paul Auster no es sino “un Borges pasado por agua”):

“Pero no es esta una noche normal, al menos no todavía. Aún no es completamente seguro que haya un día siguiente, pues Verónica no ha regresado de su clase de dibujo. Cuando ella regrese la novela se acaba. Pero mientras no regrese el libro continúa. El libro sigue hasta que ella vuelva o hasta que Julián esté seguro de que ya no va a volver. Por lo pronto Verónica falta en la pieza azul, donde Julián distrae a la niña con una historia sobre la vida privada de los árboles”.

¿Regresa ella y la novela se acaba? No importa.

Julián ve a su hijastra Daniela durmiendo “y se imagina a sí mismo, a los ocho años, durmiendo. Es automático: ve a un ciego y se imagina ciego, lee un buen poema y se piensa escribiéndolo, o leyéndolo, en voz alta, para nadie, alentado por el oscuro sonido de las palabras. Julián solo atiende a las imágenes y las acoge y luego las olvida”. Zambra (“la memoria no es ningún refugio”) nos dice que tal vez desde siempre Julián se haya “limitado a seguir imágenes”, que no haya tomado decisiones, no haya perdido ni haya ganado, que únicamente quizás se haya dejado atraer por ciertas imágenes: “y las ha seguido, sin miedo y sin valentía, hasta acercarlas o apagarlas”.

Acercar o apagar imágenes. Eso es lo que hacemos finalmente todos, ¿no?

La acuciante espera de Julián (capaz de dejar de amar un segundo antes de comenzar a amar, de amar la inminencia del amor después de amar la posibilidad del amor), la acuciante espera narradora de Zambra, domina esta segunda novela de la trilogía:

“Sería preferible cerrar el libro, cerrar los libros, y enfrentar, sin más, no la vida, que es muy grande, sino la frágil armadura del presente. Por ahora la historia avanza y Verónica no llega, eso conviene dejarlo a la vista, repetirlo una y mil veces: cuando ella regrese la novela se acaba, el libro sigue hasta que ella vuelva o hasta que Julián esté seguro de que ya no va a regresar”.

Insisto: ¿regresa Verónica y la novela se acaba? No importa. Lo que sí sabemos es lo grande que es la vida, y lo indispensable que es atender a la frágil armadura del presente.

Julián, cuya verdadera profesión, la de escritor, “es crear palabras y olvidarlas en el ruido”, no quiere en verdad escribir la novela que escribe (los tres protagonistas de cada novela de la trilogía escriben cada uno una novela mientras sabemos por las novelas de Zambra de ellos y de su presente, pasado y futuro): “simplemente deseaba dar con una zona nebulosa y coherente donde amontonar los recuerdos”.

Crear palabras y olvidarlas en el ruido. Provocar “las goteras del recuerdo”. Escribir mientras “la tinta cubre la página de agua negra”. Julián “quiere entrever un futuro que prescinda del presente; acomoda los hechos con voluntad, con amor, de manera que el futuro permanezca a salvo del presente”.

No nos extraña a los lectores de novelas que haya quien no soporte la ficción, que, como uno de los personajes de La vida privada de los árboles, alguien pueda impacientarse con “la comedia absurda de los novelistas”, ese hacer como que hay un mundo que es más o menos de una manera determinada. No nos extraña que haya quien no quiera jugar con los escritores a la Literatura. Ellos se lo pierden.

Formas de volver a casa, novela de Alejandro Zambra

“En la novela que quiero escribir ellos se encuentran. Necesito que se encuentren”.

Formas de volver a casa es la tercera de las novelas que componen esa trilogía a la que yo he llamado ‘La senda literaria hacia Poeta chileno’. Quizás sea, lo cual ya es mucho decir en su favor, la mejor de las tres.

“Claudia tenía doce años y yo nueve, por lo que nuestra amistad era imposible. Pero fuimos amigos o algo así. Conversábamos mucho. A veces pienso que escribo este libro solamente para recordar esas conversaciones”.

Es esta una novela sobre la dictadura pinochetista. Lo es casi del todo. Lo es. (“Es la historia de mi generación”.) Su narrador protagonista (“me gusta mucho que mis personajes no tengan apellidos: es un alivio”) odiaba a Pinochet de niño porque las televisiones interrumpían sus mejores programas para que apareciera él: “tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino”. Ese protagonista al frente del relato (que prefiere “escribir a haber escrito”) se pregunta cómo era la libertad de que gozaba durante la dictadura:

“Vivíamos en una dictadura, se hablaba de crímenes y atentados, de estado de sitio y toque de queda, y sin embargo nada me impedía pasar el día vagando lejos de casa”.

Tiempos en los que los niños aprendieron de súbito que no eran tan importantes: “que había cosas insondables y serias que no podíamos saber ni comprender”. Ellos, los niños, hacían “dibujos en un rincón” mientras “los adultos mataban o eran muertos”. Aquellos niños, los de la generación del protagonista de la portentosa Formas de volver a casa aprendieron a hablar y a caminar al mismo tiempo que Chile “se caía a pedazos”.

            “Creemos ser de nuevo los niños bendecidos por la penumbra”.

Para aquellos niños, “a salvo de la historia”, la muerte era invisible.

Al protagonista de esta tercera novela de la trilogía de Zambra (apuesto que al propio Zambra), un profesor le preguntó por su familia y él le contestó que durante la dictadura sus “padres se habían mantenido al margen”. Al margen. El profesor le miró con curiosidad o con desprecio, pues él, sabiendo que le miraba con curiosidad, sintió “que en su mirada había también desprecio”.

Es lícito que, si eres escritor, novelista, quiero decir, y te preguntan qué clase de libros escribes respondas que escribes novelas de acción: porque, efectivamente, “en todas las novelas, incluso en las mías, pasan cosas”. Siempre pasan cosas en las novelas. Si no, no son novelas. Además, en el libro de uno, “uno no podría no salir”. Porque, dado que “nadie habla por los demás”, siempre “terminamos contando la historia propia”.

Esa reflexión literaria, novelística, sobre el pasado que hace Zambra es especialmente sensible al análisis propio de los historiadores, de las sociedades civiles que acaban de sufrir la amargura de un dolor extendido notablemente. Claudia, co protagonista de la novela, “cree que a nadie le hace bien tanta proximidad con el pasado”: porque “el pasado nunca deja de doler, pero podemos ayudarlo a encontrar un lugar distinto”.

Alejandro Zambra
Alejandro Zambra

Sobre el trabajo de los historiadores, sin pretenderse, también se dice algo en Formas de volver a casa (aunque más bien se habla sobre el trabajo de todos los escritores que quieren explicarse y explicar a sus lectores qué entendieron del pasado):

“Es extraño, es tonto pretender un relato genuino sobre algo, sobre alguien, sobre cualquiera, incluso sobre uno mismo. Pero es necesario, también”.

Quizás sea tal y como escribe el protagonista del libro de Zambra y lo que hacemos cuando escribimos ficción es tratar de describir los ruidos y las manchas que están ahí, en nuestra memoria, arbitrariamente, y lo que sale de resultas de ello es la traducción de algo genuino a lo que traicionamos por culpa del hábito de una voluntad de estilo para nuestra prosa.

“Estábamos cansados de esperar que alguien escribiera el libro que queríamos leer”.

El oficio de escritor, “este oficio extraño, humilde y altivo, necesario e insuficiente: pasarse la vida mirando, escribiendo”.

«Lo que se adhiere a la memoria son esos pequeños fragmentos extraños que no tienen principio ni fin». Tim O’Brien

José Luis Ibáñez Salas es escritor e historiador. Visita su blog Insurrección


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