Donde la vida sabe a vida. Un libro de Ortiz Tafur (por José Luis Ibáñez Salas)

El escritor español Andrés Ortiz Tafur publicó en el Segundo Año de la Gran Pandemia, 2021, un libro al que tituló Los últimos deseos . Un libro breve, prologado por otro escritor español, Ernesto Calabuig, quien dice de él que es “la crónica, a fogonazos, de un recomienzo”, y resume a su autor como un “cantautor, relatista y poeta apasionado”:

“El libro se presenta como una sucesión veloz de textos breves que no se dejan clasificar ni etiquetar del todo, pues discurren entre la poesía, la filosofía de la vida, el artículo periodístico, el relato breve, la anotación de diario o el cuaderno de bitácora de una navegación de caminante que se pierde por los senderos o mira al horizonte desde los prados que rodean la casa. Estampas de la vida, miradas profundas sobre las cosas… es, definitivamente lo que son”.

Sirvan como declaración de intenciones, y para que conste, reproduzco estas palabras de Ortiz Tafur pertenecientes al segundo de los textos de su libro:

“Ni en la ciudad nunca se escucha el agua que resbala de los canalones y va a parar al suelo, ni en los pueblos solo se escucha eso. Todo depende del perfil con que se mire, de la ciudad y el pueblo, de los individuos que los habitan y hasta de la manera en la que se montan los canalones y el alma de las tormentas. Todo depende.”

Andrés Ortiz Tafur, libro

Me dije a mí mismo: voy a leer el libro de Ortiz Tafur como si fuera un poemario. Tal cosa es lo que pensaba al principio de él. Y así creí estar leyéndolo, sólo un poco en realidad, durante algunas de sus páginas. Pero no lo es.

Se leen eso sí en Los últimos deseos textos hermosamente humanos, como en el titulado ‘Un pañuelo’:

“Es curioso, me parezco a mi padre hasta que asoman la responsabilidad y el deber, justo hasta ahí. De mi padre heredé la libertad y un pañuelo”.

El mejor resumen que uno puede hacer de este libro, la mejor síntesis, la saco del ¿artículo? ‘Lunes rural’:

“Y al pronto adviertes, además, que no solo el pan sabe a pan, la vida sabe a vida. Entonces, por un momento, te imaginas en otra parte, haciendo tiempo en un atasco. ¿Qué mierdas se hace en un atasco, por cierto? decid, por favor, ¿qué mierda se hace en un atasco? Abandonas ese pensamiento, te pones a trabajar o a escuchar el canto de los pájaros. ¿Qué pasa, qué hay de raro en detenerse a admirar el último hit de los pájaros o una puesta de sol o la nieve en la cima de las montañas? Los que ayer eran turistas y se llevaron la algarabía hoy tocan el claxon, se suben a un metro y ascienden de dos en dos los peldaños de unas escaleras mecánicas. Aquí se dejaron el tiempo”.

Porque el autor de Los últimos deseos vive donde los demás, la mayoría, nos dejamos el tiempo.

Uno lee el ‘Nadie’ de Ortiz Tafur y se siente muy nadie, se conforma con ser eso, nadie, y no unos fracasados cuando queremos ser “sensibles de verdad, buenas personas de verdad” que necesitan quedarse en lo que de verdad son, en lo que somos.

¿Todo cuanto vivimos no es más que las suposiciones que genera lo que está en nuestra cabeza y las emociones que ello nos genera?

Espléndido ‘Corazón de tiza’:

            “Me pregunto dónde irá el tiempo que vivimos y olvidamos”.

¿Qué mal todo, no? Salvo la mirada inocente de los inocentes de la España vacía, de la España sin vicios, de la España vaciada, sin negocio, sólo con ocio. Mucho ocio, un ocio feliz minúsculo, honesto, contrario al trajín de los tiempos.

Ortiz Tafur cita a Karmelo Iribarren, escucha o recuerda a Pogues, Dream Syndicate, Burning, menciona a Andrés Newman…, pero, sobre todo, de quienes nos habla es de gente que no conocemos. ¡Y qué poco importa!

            “Necesitamos, ya, una escuela en la que se nos enseñe a perder”.

016’ es un hermoso alegato contra los hombres que siembran el frío y hacen que las mujeres mueran ante la indiferencia de lo que no se puede apreciar a simple vista. Un texto hermosamente doloroso. Dolorosamente convincente.

Hablaba yo antes de la España vacía. Pues bien, en ‘El Paraíso’ leo…

“El cielo es una vida sin semáforos ni atascos ni prisa que llegar. La España vacía”.

Salió pues nombrada. Sigo.

Se podría hablar del mal llamado buenismo —al que yo añadiría el adjetivo encantador— del autor de Los últimos deseos, tan perfecto en su ‘Nunca más’:

“¿Estamos tontos o qué? Nunca más al fascismo. Nunca más a la homofobia. Nunca más al machismo, al racismo, a cualquier clase de desigualdad o discriminación. Nunca más como Nuevo Catecismo. Nunca más, joder”.

Causa algo de sonrojo la simplicidad de algunos textos (“que os den”, les dice el autor a los políticos), la simplicidad analítica de primero de primates, como el titulado precisamente así, ‘Primero de primates’. Lo simple no siempre es lo bobo. Sólo es simple. Como un lienzo blanco, totalmente blanco. Ideal. Pero blanco.

En ‘Carta a los Reyes’ podemos leer:

“Pasa el tiempo sin llevarse nada que antes no haya herido de muerte la lógica. Y no me faltan amigos para una cerveza o dos o dieciséis. Ni un céntimo en el banco, castañas en noviembre. Miro atrás y solo le cambiaba el color al coche. Todavía me descubro jodido cuando sé de gente jodida y me gusta imaginar que otro mundo es posible”.

Hay mucho que contar de este libro. Y yo, que disfruté en muchas ocasiones leyéndolo, disfruto escribiendo sobre él.

Su autor dice tener un miedo que le recuerda “al Dios en el que muchos no creemos, la orfandad que nos deja aún sin existir”. Si no le entiendo mal, Ortiz Zafur quisiera creer en Dios, como el personaje de Unamuno, aunque no fuera más que para no sentirse huérfano. Huérfano de Dios.

Démonos cuenta de que “no bailamos, hace mucho, muchísimo, que no bailamos”.

Y… casi al final, aparece la Gran Pandemia, y el autor se enroca en ese escribir suyo a favor de la bondad de las almas y dice cosas como esta (sigue diciendo cosas como esta):

            “Nos toca revertir la historia, no basta con mejorarla”.

Me gusta muchísimo más cuando escribe que “estaba haciendo la lista de la compra y después de las cebollas, los huevos y el desodorante he anotado adrede ‘alegría’. Sin ningún ánimo poético”. Andrés nos habla de esa “memoria de lo imposible” hacia la que vamos una y otra vez. Y más que deberíamos ir. Eso lo explica todo, lo de la memoria de lo imposible. Es magnífico ese ‘La lista de la compra’ suyo. Es contundentemente humano. Una bendición su lista de la compra.

Al fin y al cabo, este es un libro pequeño escrito para enaltecer “el deseo de recordar”. Más desiderátums:

“Un ministerio de muñecos de nieve, con su secretaría general de zanahorias, bufandas y sombreros, que se ocupara de que no faltara un monigote en cada aldea y cortijo, bastaría para atenuar el éxodo de la España rural. Estoy seguro, segurísimo”.

Y sí, qué desperdicio de vida el de las “personas que han perdido la fe en el amor”.

Me despido con esta frase de Ortiz Tafur:

            “Dame otro beso, por la gloria de tu madre”.

José Luis Ibáñez Salas es escritor e historiador. Visita su blog Insurrección


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