2 microrrelatos escondidos de Anatole France

“El cabrípedo” y “Amor erudito” son microrrelatos escondidos extraídos de la novela de Anatole France El figón de la reina Pantoja. Es decir, se trata de dos historias cortas que no fueron concebidas como tales, pero que, extraídas de una novela, pueden ser leídas de manera independiente, con sentido completo.

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El cabrípedo

Recuerdo ahora cierta extraña aventura que leí en un manuscrito de la biblioteca del señor obispo de Sáez. Era, me parece verlo todavía, una colección infolio, en hermosa letra del siglo pasado. He aquí el suceso al que aludo: “Un caballero normando y su esposa tomaron parte en una fiesta pública, disfrazados él de sátiro y ella de ninfa. Sábese por Ovidio con cuánto ardor eran poseídas las ninfas por los sátiros; y aquel caballero, lector de las Metamorfosis, de tal modo se amoldó a su disfraz que a los nueve meses dio a luz su esposa un hijo con dos cuernos al frente y los pies de macho cabrío. Sólo se sabe del caballero, que por una fatalidad común a toda criatura, murió al llegarle su hora, y dejó además de su pequeño cabrípedo otro hijo menor, cristiano y de forma humana, el cual solicitó de la justicia que el mayor fuera desposeído de la herencia paterna por no pertenecer a la especie redimida por la sangre de Jesucristo. El Parlamento de Normandía, residente en Rouen, accedió a la petición solicitada. Pregunté a mi excelente maestro si era creíble que un disfraz pudiera tener tal efecto sobre la naturaleza, y que el engendro de un hijo fuese consecuencia de un disfraz. El abate Coignard me indujo a no creerlo.

—Jacobo Dalevuelta, hijo mío —me dijo—: tened presente que una inteligencia cultivada siempre ha de rechazar cuanto es contrario a la razón, excepto en asuntos de fe, que deben admitirse ciegamente”.

Amor erudito

“Acababa de ordenarme y pensaba conseguir mucho renombre en las letras; pero una mujer dio al traste con mis esperanzas. Llamábase Nicolasa Pigoreau, y era dueña de una librería, La biblia de oro, en la plaza, frente a mi colegio. Yo frecuentaba la librería donde hojeaba constantemente los libros que la dueña recibía de Holanda, así como las ediciones bipánticas, ilustradas con notas, glosas y comentarios muy eruditos. Yo era muy agradable, y por mi desgracia no dejó de inadvertirlo aquella señora. Había sido bella y aún conservaba cierto atractivo. Sus ojos eran parleros. Un día los Cicerón y los Tito Livios, los Platón y los Aristóteles, Tucídides, Polibio y Varrón, Epicteto, Séneca, Boecio y Casiodoro, Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Plauto y Terencio… arrastrando consigo a Ferri, Lenain, Godefroy, Mezeray, Mainbourg, Fabricius, el padre Lelong y el padre Pitou, todos los poetas, todos los oradores, todos los historiadores, todos los padres, todos los doctores, todos los teólogos, todos los humanistas, todos los compiladores alineados en las estanterías  de aquel establecimiento fueron testigos de nuestras caricias.

—No juzgues muy severamente mi debilidad —me dijo la señora, mientras manifestaba su amor en inconcebibles ansias.

Mi fortuna se prolongó hasta que me vi desbancado por un oficial”.

Anatole France

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