En “Correr sin caminos”, Rafael Garcés Robles rescata la figura de Sule, el eterno vigilante del palenque (lugar donde viven varias familias de indígenas). Es él quien se ocupa de que todo marche bien.
Pero pasan los años, cientos de años, y le llega la hora de tomar una decisión…
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Cuento de Rafael Garcés Robles: Correr sin caminos
A las Mayoras y los Mayores de América
Sule corrió con el sol mañanero sobre los arenales que aún guardan las frescuras de los vientos trasnochados y de las aguas del río que bajan de la sierra; ahora es correteado por Yasmina, su hermana menor, y Chioma, el hermano mayor y vigilante de sus travesuras en las aguas profundas y en la tupida selva. Eloy, su padre, era un baquiano canoero pescador, un experto en barequear oro y un consumado aserrador; Mosquera, su apellido, lo había heredado de su amo, el esclavista Egidio Mosquera, quien también lo bautizó con el santo nombre de Eloy. Como tantos esclavos, Eloy huyó y se internó en la profunda selva de la mano de Kandu, su negra hermosa, para salvarla de las garras violadoras del amo. Cerca de su rancho de bahareque y techo de palma, se pueden contar otras catorce viviendas que conforman el palenque de Kongo, nombre dado en honor a sus raíces africanas.
Desde siempre, Sule fue el ágil trepador en los gigantescos árboles, el mejor trotador, nadador de turbulentas aguas, y el más fiero luchador de todo el palenque; era sagaz e inteligente, de cuerpo atlético, fornido y de presencia imponente. A sus escasos quince años, Sule se convirtió en el líder de su comunidad, dispuesto a defender a su palenque, a mantener intactos los actos de resistencia y de libertad contra los esclavistas que, con engaños y con leyes acomodadas, trataban de usurparlos. Lideró la preservación de todas las prácticas sociales ancestrales: la tradición musical de cantos, de tambores y alabaos; la tradición oral de mitos y leyendas; las prácticas médicas con hierbas y con rezos contra los espíritus negativos; sus credos religiosos, mezclas de catolicismo con vudú para comunicarse con sus dioses; costumbres gastronómicas, recreativas y artísticas. Parecía que el mundo para Sule se iba engrandeciendo.
Con el correr de las aguas del río cargando potrillos con negros viajeros, y con la multiplicación de los ranchos de bahareque con techos de palma, Sule vio partir las almas de sus padres y de sus hermanos Yasmina y Chioma, pero él se aferró a no dejar morir al palenque ni a su liderazgo político, militar y religioso; el respeto a la sabiduría de los mayores y las mayoras, sin perder el estatus de comunidad guerrera y libre. Las generaciones de los palenqueros pasaban como los vientos, pero el liderazgo de Sule sobrevivía a lo largo de todos los caminos andados con la lucidez que dan los años. Sule se devolvía en los siglos cuando a sus abuelos los cazaban en las selvas y en las llanuras del África, con la mayor delicadeza posible para no estropear la mercancía que la desvalorizara y, menos aún, si la presa fuese una hembra lista para la reproducción y, a la hora de la venta, amarrados y expuestos en tarimas, eran sometidos a humillantes manoseos por todos los ocasionales compradores. “Cuando nació mi padre –recordaba Sule–, lo bautizaron Eloy, nombre de un santo francés para sacarle al diablo, con el cual creían que nacíamos todos los negros; a mi madre le permitieron llamarle Kandu, nombre africano, y no un nombre cristiano porque ella siempre pariría hijos de Satanás”. Sule siguió caminando las centurias en la custodia de su palenque Kongo, sin sentir cansancio. Morían sus hijos, sus nietos, sus bisnietos, pero él seguía fuerte liderando, conduciendo a su pueblo. Lo agobiaba: ver las aguas pintadas con matices de múltiples venas rotas; escuchar los alaridos de pieles azabaches donde abrían caminos los látigos flagelantes; contemplar los lagos de aguas tristes saturados por los llantos de los avasallados tiempos.
Un día, el eterno líder palenquero, dispuesto a descansar de los cientos de años, pero sin morir ni abandonar a su pueblo, consultó a su dios Shangó, quien se identificaba plenamente con Sule, por su corpulencia guerrera y por simbolizar los bailes, los tambores, el canto, la fuerza, el calor, los truenos y la virilidad. El dios atendió su pedido y le indicó paso a paso la estrategia a seguir. Sule reunió a su comunidad para anunciar su partida sin marcharse, para anunciar su ausencia estando presente y vigilante; con llantos y abrazos uno a uno se despidió de Sule, luego con la animación de Shangó apareció el baile y la cultura preservada por su líder en todos los siglos palenqueros de América. Luego del carnaval, Sule se paró en el arenal frente al río, con vista a la selva y a su palenque inmenso, levantó los brazos, lentamente dio una vuelta completa a su cuerpo para mirar por última vez a sus gentes y a sus paisajes, y se quedó dormido.
En la nueva aurora, luego de la soledad de una noche sin astros, encontraron en aquella playa, plantado un árbol gigantesco y desconocido para todos, pero visto por todos en los sueños de la tradición oral contada en las noches por las sabias mayoras, quienes vaticinaban que algún día estaría presente aquel árbol en el palenque. Ese árbol empezó a crecer tan descomunalmente, que después de una semana, diez niños juntando sus manos jugaban a abrazarlo y no lograban abarcarlo; para estrechar la altura del tronco con la mirada, las gentes subían a la sierra, de donde bajan cantando las aguas, y desde allá, sus formas aparentaban ser la pata de un descomunal elefante, cuyo cuerpo podría estar escondido entre las nubes. Petronio, el más anciano del palenque y compañero fiel del árbol, repetía emocionado a cada visitante del simbólico monumento arbóreo: “¡Como el gigante africano baobab, el hermano Sule nunca se irá de nosotros, es nuestro eterno vigilante!”.
Rafael Garcés Robles (Bolívar, Cauca, Colombia, 1949) es cuentista y poeta.
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COMPLACIDO POR LA PUBLICACIÓN DE MIS CUENTOS Y POR LAS LECTURAS DE GRANDES ESCRITORES DE LA LITERATURA UNIVERSAL, QUE ENRIQUECEN Y ALIMENTAN LOS SABERES. INFINITAMENTE AGRADECIDO.
Gracias a ti, Rafael.
Un saludo desde España
Francisco