Homo Faber. Ein Bericht / Max Frisch. Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1977
Homo Faber / Max Frisch. Barcelona: Seix Barral, 1985
Schreiben heißt: sich selber lesen [1]
Max Frisch
La novela Homo Faber, del escritor suizo Max Frisch, se publica por primera vez en 1957 en la editorial Suhrkamp de Fráncfort. Es comprensible que un escritor de Zúrich (Suiza) escogiera una editorial situada en la entonces República Federal de Alemania (que no es la de ahora), puesto que la difusión prometía ser mucho mayor. En efecto, la novela alcanzó numerosas ediciones, fue traducida a 25 lenguas y se sigue publicando como una de las mejores muestras de la narrativa alemana contemporánea, es decir, surgida después de la Segunda Guerra Mundial.
Max Frisch alcanzó un gran renombre no solo gracias a esta novela y a otras, sino también a algunas obras dramáticas y a sus famosos diarios (Tagebuch 1946-1949). El gran tema que le siempre le preocupó es la identidad del individuo en crisis, cuando en su tiempo lo que se llevaba era la crítica política o social: Heinrich Böll, Günter Grass, Martin Walser, Bertolt Brecht, Friedrich Dürrenmatt, Erzensberger, etc. Es por tanto una novela que se podría caracterizar como un Bildungsroman, lo que en alemán quiere decir que el protagonista «cambia» o se transforma internamente debido a unas peripecias sufridas en el desarrollo de la acción. El ingeniero Walter Faber sufre una transformación identitaria de la primera a la segunda «estación» de la novela.
Estructura de Homo Faber
Estructuralmente está concebida como un «informe» en el que el protagonista escribe sobre sus recuerdos —en primera persona— en junio y julio de 1957. En ese momento sabe que puede morir de un cáncer de estómago, así que quiere hacer un recuento de sus recientes experiencias para poder alcanzar alguna remisión o, por lo menos, explicación de la culpa que le embarga. La Primera Estación la escribe el narrador Walter Faber en una habitación de hotel en Caracas entre el 21 de junio y el 8 de julio de 1957. En esta primera parte el punto de vista es todavía el del ingeniero autosuficiente y pragmático que desprecia el mundo emocional. La Segunda Estación la narra también Walter Faber, entre el 19 y el 21 de julio de 1957, pero en este caso desde el hospital en Atenas donde está esperando la operación de estómago. Su actitud ha cambiado radicalmente debido a las experiencias que ha vivido entre el 25 de marzo y el 28 de mayo de 1957 y que le han hecho caer en la cuenta del error de su vida anterior. A las puertas de una operación a vida o muerte, trata de enmendarse emocionalmente con una mayor valoración de sentimientos y emociones que le rediman en su «verdadera» identidad como ser humano. No se nos explica el resultado de la intervención quirúrgica, y Walter Faber anota en su diario la noche antes de ser operado: «Nada es verdad» [es stimmt nichts].
La trama de Homo Faber
La acción se desarrolla, no linealmente, sino con una serie de saltos temporales que permiten adivinar a un narrador omnipotente rememorando sucesos del pasado que incluso se permite el lujo de anticiparnos. Todo esto conduce a que el lector empieza a suponer o a saber más de lo que aparentemente quiere dar a entender el mismo narrador. Premoniciones y claves que irán desenvolviendo la trama de manera sorpresiva. A pesar de que el narrador (Walter Faber) pretende explicar su conducta mediante el informe «objetivo» de los sucesos y así, quizás, librarse de la culpa que le atormenta, el autor por el contrario alcanza el fin que se propone: convencernos de un curso de vida equivocado que se resuelve en tragedia. Max Frisch parece sugerirnos que Walter Faber «se interpreta erróneamente», mediante el lenguaje en primera persona que utiliza, pero que de esa manera el protagonista consigue «juzgarse a sí mismo» sin el (aparente) auxilio del autor. Aunque —se critica Max Frisch a sí mismo en una entrevista— es incongruente que un ingeniero cuya razón de ser es la técnica supiera o quisiera expresarse por escrito tan extensamente…
El argumento
Walter Faber, un ingeniero suizo de la UNESCO, emprende una serie de viajes entre Europa y América por razón de su trabajo. Durante esos viajes sufre diversas peripecias, entre ellas el aterrizaje forzoso en el desierto de Tamaulipas (México) y su posterior rescate. En el curso de este viaje conoce a Herbert Hencke, un alemán que resulta ser hermano de un amigo de la juventud, Joachim Hencke. En contra de sus hábitos, Walter Faber decide interrumpir su viaje a Caracas y acompañar a Herbert Hencke en busca de su hermano, que está llevando unas plantaciones de tabaco cerca de Palenque. Allí conocen a Marcel, un músico de Boston que se dedica a estudiar las culturas mayas. Los tres amigos emprenden un azaroso viaje en jeep a través de la selva… para finalmente encontrar el cadáver de Joachim Hencke, que se ha ahorcado en su cabaña. Su hermano decide quedarse y continuar con el negocio. Walter y Marcel regresan a sus actividades.
En el curso de este viaje hay un par de retrocesos temporales, el más largo de los cuales explica cómo era la vida del joven Walter Faber en Zúrich y en 1936. Una chica alemana tan joven como él, Hanna Landsberg, se encontraba también en Zúrich después de haber escapado de Alemania. Hanna es medio judía y su padre, profesor en Múnich, morirá encarcelado por los nazis. Hanna ha quedado embarazada de Walter, pero al mismo tiempo éste recibe una oferta para empezar a trabajar como ingeniero de obras públicas en Bagdad. En la mutua y casi simultánea comunicación de estas noticias se producen una serie de malentendidos y desavenencias que lleva a la ruptura de la pareja. Walter Faber consulta entonces a su amigo Joachim Hencke, un joven médico alemán que también se encuentra en Zúrich, y este se ofrece a ayudarlos, pero sin resultado. Hanna y Walter no se volverán a ver.
Después del episodio de México, Walter Faber regresa a su trabajo y, tras haber supervisado el encargo de Caracas, se dirige a Nueva York, donde dispone de un apartamento. Allí le espera ansiosamente su amante americana Ivy, a pesar de que Walter le ha escrito previamente una carta de ruptura. Para escapar de una situación asfixiante con Ivy, Walter Faber decide espontáneamente tomar un trasatlántico en vez de volar a París, donde tiene que impartir una conferencia para la UNESCO. En el barco conoce una chica muy joven con la que traba amistad y a la que llama Sabeth en vez de Elisabeth. Finalmente surge una atracción entre ambos que no se manifiesta completamente durante la travesía. Al llegar a París ambos se despiden, pero Walter acude al Museo del Louvre, porque Sabeth le había comentado su afición al arte. Finalmente se encuentran y Walter, que dispone de un coche, le propone un viaje por el sur de Europa para llevarla hasta Atenas, donde vive y trabaja su madre. En el curso de este viaje se enamoran por completo y tienen relaciones sexuales. Por último, en un lugar apartado de la costa griega, Sabeth recibe la picadura de una serpiente venenosa y además se golpea la cabeza. Walter, que se encontraba nadando en ese momento, la lleva como puede hasta un hospital en Atenas y entonces aparece su madre, que se llama Hanna Piper. Poco a poco se va desvelando la verdad que el mismo Walter Faber presentía: Sabeth o Elisabeth es su propia hija, cosa que él mismo desconocía porque Hanna había dado a entender que quería abortar y se había casado luego dos veces, la primera con Joachim Hencke, la última con un comunista de apellido Piper. Sin embargo, la verdad del incesto queda bastante clara por la actitud de Hanna, que nunca había revelado a Walter la existencia de su hija. La chica parece recuperarse de la picadura de la serpiente, pero finalmente muere en el hospital de Atenas como consecuencia de la conmoción cerebral al golpearse con una roca.
El resto de la narración tras la muerte de Sabeth —la Segunda Estación— es un deambular de Walter Faber, cada vez más enfermo, tratando de encontrar otra vez el sentido de su trabajo y el gusto por la vida, pero sin éxito. Regresa a Nueva York, viaja a Caracas y a México, y se da una vuelta por Cuba en busca de distracciones, pero nada le contenta. Con un sentimiento cada vez más místico de la existencia regresará a Atenas, donde se encuentra con Hanna y donde se someterá a la operación de cáncer de estómago cuyo resultado se adivina como fatal.
La culpa
En toda tragedia, y esta lo es, se produce un fuerte sentimiento de culpa o de tratar de dilucidar la parte que le cabe al protagonista. En este sentido Walter Faber está doblemente atormentado por el incesto cometido y por la muerte de su hija, de la que se siente en cierta manera responsable a pesar de que fue un accidente. Tras la muerte de Sabeth, su madre y él discuten en varias ocasiones tratando de explicarse el pasado y sus consecuencias. Hanna reprocha a Walter su frialdad y desapego cuando le comunicó el embarazo, y que sugiriera el aborto como posible solución, mientras que Walter aduce que le ofreció casarse con ella y que nunca supo de la existencia de su hija. Lo cierto es que Hanna, al impedir que la hija conociera al padre, abrió la posibilidad al incesto.
Mitología y téchnē
La novela de Max Frisch está plagada de referencias mitológicas, lo que más salta a la vista son los mitos de Edipo y de Electra, utilizados respectivamente por Freud y por Jung para explicar complejos incestuosos, pero no únicamente. Una referencia curiosa es al dios Hermes, que es el mensajero de los dioses, protector de los viajeros y comerciantes, dios de los ladrones y embaucadores y, quizás lo más importante, el que conduce las almas al reino de los muertos. En ese sentido Walter Faber siempre va acompañado de su máquina de escribir «Hermes-Baby», que finalmente le retiran en el hospital de Atenas. También Hanna Piper, cuyo apellido de soltera era Landberg, evoca numerosas referencias mitológicas porque su mundo es el de la arqueología y porque vive y trabaja en Grecia. En ese sentido Hanna es lo contrapuesto a Walter, porque Homo Faber es el representante de la técnica y el pragmatismo eficiente del mundo moderno (principio racional masculino). Sabeth o Elisabeth, la hija de ambos, es un punto medio en cuanto su interés por el mundo de su padre — al que no ha conocido— y su formación humanística más centrada en las artes y la historia. La visita de la pareja al Museo Nazionale di Roma los confronta con dos esculturas simbólicas: el Nacimiento de Venus y la Cabeza de una Erinia (Furia) durmiente.
Retomando el tema de la técnica, muy poca gente es consciente de que la palabra en griego clásico (téchnē) servía para denominar tanto la técnica como el arte, en el sentido de algo «artificialmente» creado por el hombre, que se aparta así de la naturaleza. Walter Faber se ha distanciado demasiado de su mundo natural-emocional al confiar ciegamente en el cálculo, la medición y las cifras, despreciando todo lo demás. La irrupción de Sabeth en su vida se encargará de remover esos cimientos que se creían tan sólidos, con consecuencias fatales para ambos.
Feminismo
No está de más aludir aquí al personaje femenino de Hanna como representante típica de la mujer emancipada moderna. En el año de 1957, cuando se escribió la novela, esto no era tan común entre las mujeres, aunque pertenecieran a la clase media ilustrada de los países desarrollados. Hanna rechazó vivir con el hombre que la dejó embarazada, se casó dos veces sin éxito, se doctoró en Historia del Arte y Filología, y vive de su trabajo en el Instituto Arqueológico de Atenas. Hanna ha criado prácticamente sola a su única hija y no parece necesitar para nada la presencia de un hombre en su casa. El bienintencionado Joachim Hencke se marchó porque Hanna no quería tener «ningún padre en casa». La clave para el comportamiento de Hanna, que raya en lo maníaco-depresivo, según nos sugiere el mismo Joachim, estriba en una experiencia negativa cuando era niña. Peleaba con su hermano y éste, más fuerte, «pudo tumbarla de espaldas», lo que tiene una connotación de dominación sexual evidente. El único hombre en el que Hanna confió y que jugó un papel positivo en su infancia fue un viejo ciego que se llamaba Armin y que salía a pasear con ella por Múnich.
El viaje
El motivo del viaje o de los viajes en esta novela de Max Frisch se podría considerar el más importante, puesto que el ingeniero-protagonista se la pasa viajando de un lado al otro por dos continentes y viviendo las experiencias que le marcarán para siempre. De hecho, aun siendo suizo (en la película, americano), Walter Faber solo pisa Zúrich en sus retrocesos hacia el pasado. Dentro de los viajes que estructuran el desarrollo de la acción, el más significativo es el de Walter Faber con su hija Sabeth por el sur de Europa. En el curso de ese viaje, que podría representar la felicidad absoluta para ambos, se produce el incesto inconsciente y se resuelve al final —en la costa griega— con la tragedia. Pareciera que los dioses no podían perdonar tanta inconsciencia, y hacen que tanto Sabeth como Walter se enfrenten con la realidad, encuentren su destino. En esos episodios, por cierto, es en los que más se centra el director alemán Völker Schlöndorff, convirtiendo la película casi en una auténtica historia de amor. ¿Por qué?
Yo quisiera aquí referirme a la fascinación por el viaje que evoca tanto la novela como la película, pues ambas están ambientadas en los años cincuenta. En esa Europa que aún se recupera de las heridas de la guerra, las carreteras se abren despejadas y con apenas tráfico, sin autopistas; el paisaje mediterráneo todavía se manifiesta virgen e incontaminado; los pueblos, aldeas y ciudades sin industrializar bullen de adustos nativos curtidos por los avatares de la existencia; las comidas se hacen con el pueblo llano en las tabernas y los hoteles son casas tradicionales medianamente adaptadas con una elegancia sencilla y sobria. En todas partes luce el sol del naciente verano y las ruinas están al alcance de un turismo incipiente, pero aún escaso, que puede acceder a todos los monumentos sin excesivos protocolos. Todo esto a precios ridículos. Por eso tanto la novela como la película exhalan una libertad inaudita, una forma de viajar que se ha perdido por mor de la misma industria del turismo y del mercadeo interesado con las experiencias viajeras…
«¿Para qué viajamos? También por eso (o por eso mismo), por encontrarnos con personas que no presuponen el conocernos del todo (por completo), porque queremos experimentar alguna vez todas las posibilidades que hay en esta vida. De todas maneras, es bastante poco.»
No sé de dónde traduje esta cita, pero me resultó lo bastante curiosa como para transcribirla sin anotar su origen. Lo cierto es que el viaje se puede convertir en un vicio por varias razones: por el anonimato de lo que vivimos, por las continuas novedades que renuevan nuestra ilusión por el mundo y por las irrepetibles experiencias —buenas y malas— que nos hacen vivir en un presente más intenso. En el viaje despreocupado y suficientemente espontáneo, el mundo se transforma, el viajero se defiende de la incertidumbre mediante la fantasía, nos convertimos en espectadores de nosotros mismos y nos parece observar solo el lado interesante del ser humano. No hay aburrimiento en el viaje porque siempre hay que estar alerta.
La película
Voyager (1991) es una película del director alemán Volker Schlönforff que se basó en la novela Homo Faber (1957) del escritor suizo Max Frisch. Fue rodada en inglés en su versión original, con el actor norteamericano Sam Shepard en el papel principal. La película es bastante fiel al argumento de la novela, pero se deja fuera todo lo relacionado con la enfermedad de Walter Faber y su posterior operación en Atenas. En eso sobre todo se diferencia de la novela de Max Frisch, en la ausencia de la «Segunda Estación» y en otros detalles menores, como por ejemplo que Walter Faber es un ingeniero norteamericano, la inexistencia de personajes secundarios como el músico de Boston, Marcel, o los episodios con el Profesor O. de la Escuela Técnica Superior Suiza donde había estudiado Walter Faber.
Aunque la película tuvo una buena acogida, gracias sobre todo a las excelentes interpretaciones de Sam Shepard, Julie Delpy y Barbara Sukowa, recibió alguna crítica por haber «simplificado» excesivamente el contenido del libro y, sobre todo, porque se centrara fundamentalmente en «la historia de amor». Quizás por eso el director suizo Richard Dindo hizo un remake, mezcla de ficción y documental, al que tituló: Homo Faber (tres mujeres). En esta producción del año 2014 no aparece el ingeniero protagonista Walter Faber, sino que todo el desarrollo se contempla a través de las tres figuras femeninas.
[1] «Escribir” significa ‘leerse a sí mismo’. En: Frisch, Max. Tagebuch 1946-1949. Suhrkamp: Frankfurt am Main, 1979, p. 22
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