La nostalgia de lo que pudo ser | Por Iván Teruel

La inmensa mayoría de los autores sabemos lo difícil que es entablar relaciones profesionales con las mejores editoriales. El periplo de ser publicados en condiciones aceptables parece no terminar nunca para muchos escritores.

Valga este testimonio de Iván Teruel como ejemplo de las muchas dificultades que debemos sortear para tratar de abrirnos un hueco en el mercado editorial. Teruel Cáceres nos cuenta los intentos de publicar una novela al tiempo que echaba a rodar su libro ¿Somos el fracaso de Cataluña?, que ha acabado por recibir mucha atención en los medios de comunicación.

¿Pero qué pasa con su novela? Lee su escrito y lo descubrirás.

La nostalgia de lo que pudo ser | Iván Teruel Cáceres

Esto que voy a contar tiene algo de exorcismo, de aceptar que no ocurrirá lo que durante algunas semanas o meses pareció al menos posible. Ni siquiera probable. Solo posible. Y tiene que ver con aquella novela, todavía inédita, que acabé durante el verano del 2019 y de la que ya he hablado alguna vez.

La cosa es que, cuando la acabé, como era de esperar, empecé a pasearla por ahí, en algunos concursos y editoriales. Como no tenía prisa por publicarla, apunté alto y la presenté a concursos y editoriales prestigiosos, consciente de lo difícil que resultaba colocarla sin tener agente ni contactos. También me la pidió el editor de mi libro de microrrelatos. Como es lógico, pasaron algunas semanas hasta que me acusaron recibo del envío algunas editoriales y bastantes meses hasta que empecé a recibir los correos de rechazo que solo mandan las grandes editoriales y que, a pesar de todo, uno agradece porque intuye que sí hay un equipo valorando manuscritos no solicitados (claro, se lo pueden permitir, pero podrían no hacerlo).

Entre medias, mi editor de Figueras vino a decirme, de manera muy cortés, que la novela no le había acabado de gustar. En realidad, quiso ser muy diplomático, pero yo ya intuí que, de hecho, la novela no le había gustado nada. Acudí a un contacto de por aquí que se había ofrecido a hacerme de editor de mesa después de haber leído algunos fragmentos que yo iba colgando en mi muro. Ni siquiera me cobró nada. Me regaló un análisis pormenorizado de la obra tras el cual eliminé unas cien páginas. Y le estoy enormemente agradecido porque me ayudó a tomarle cierta distancia a la novela.

Cuando se fueron fallando los premios a los que la había presentado, la fui presentando a otros. Aunque como cada concurso inmoviliza la novela durante unos seis meses (el tiempo de deliberación más algunos meses que se reserva la editorial convocante para publicar aquellos trabajos que le interesen), en estos tres años habré presentado la novela a tres o cuatro concursos como mucho. Siempre sin éxito.

Cuando estaba a punto de publicar “¿Somos el fracaso de Cataluña?” me acusaron recibo de una editorial muy importante a la que había enviado solo una muestra de unas treinta o cuarenta páginas. Y, tras aquello, fueron pasando los meses, en los que me fui olvidando de la novela porque estuve distraído con la publicación y promoción de “¿Somos el fracaso de Cataluña?”. En enero de este mismo año, durante una semana en la que iba de bólido porque me coincidió con un viaje a Salamanca y algunos otros compromisos, recibí un correo que, en principio, no llamó demasiado mi atención porque tenía la cabeza muy ocupada. Desde esa importante editorial que me había acusado recibo diez meses antes me enviaron un mensaje. Pero no era un mensaje como otros que había recibido de otras editoriales importantes en los que rechazaban la propuesta con una plantilla. Era un mensaje personal en el que me preguntaban si, en el caso de que aún no hubiera encontrado editor, podía enviarles la novela completa. Después caí en la cuenta de que quien me enviaba el mensaje era una de las editoras literarias de esta importante editorial, de la que había leído alguna entrevista.

Le envié un correo para decirle si debía enviar el manuscrito impreso o bastaba con enviarlo por correo electrónico. Me dijo que por correo electrónico. Se lo envié. Y empecé a darle vueltas al asunto. No parecía probable que la editora literaria se pusiera en contacto con cualquiera que enviara un manuscrito teniendo en cuenta que estas editoriales reciben miles de manuscritos al año. Así que debía de haber habido un filtro. Pregunté a algunos contactos de por aquí que tienen relación con el mundo editorial si aquello significaba que la muestra que les envié había pasado algún informe positivo de lectura. Me dieron respuestas diferentes, quizás porque solo a una persona le dije de qué editorial se trataba (por aquello tan irracional de no gafar el asunto). Pero parecía que sí, que había pasado una criba.

Me pasé semanas en un estado oscilante, entre la sensación casi de euforia porque sentía que haber pasado una criba en una editorial de esa magnitud ya era una proeza y veía la posibilidad de ver cumplida una ilusión muy poderosa, y la impresión de que, por algunas evidencias que manejaba, al haber salido yo en según qué medios oponiéndome al nacionalismo y conocer algunos detalles del entorno de la editorial, nunca publicarían una novela mía por considerarme un escritor demasiado “facha”. Eso se lo comenté a mi mujer muchas veces. Pero después me convencía de que no, de que eso no podía influir y de que, en todo caso, aun siendo rechazado, se impondría el criterio estrictamente literario.

Al cabo de un par de meses, recibí otro correo de la editora en el que me acusaba recibo del envío y me pedía disculpas por no haberlo hecho antes. Me aseguró que leerían la novela. Y de nuevo le di vueltas y más vueltas a lo que parecía la posibilidad (y siempre fue eso: apenas una posibilidad, y quizás remota) de publicar en uno de los principales sellos editoriales de narrativa del país.

Han pasado ya más de diez meses desde entonces y no he vuelto a saber nada. Y de aquello me queda apenas una leve decepción, una especie de nostalgia al recordar aquellos momentos de casi exaltación cuando pensaba en la posibilidad de ver mi novela publicada en una editorial tan importante.

A lo largo de estos años, porque gracias a esta red he podido hablar con gente que conoce el mundillo editorial, me he ido haciendo una ligera idea de cómo funciona. He ido asumiendo que es muy difícil abrirse hueco a puerta fría, sin agentes ni contactos. Yo, por mi carácter (y ni siquiera sé si es un mérito, porque creo que me ha perjudicado siempre), rehúyo esa parte más social que consiste en acercarse a quien puede beneficiarte. Me da pavor resultar insistente. No soy capaz de pedir favores. No solo para esto, sino para cualquier cosa.

Pero yo, si me pongo hiperbólico, casi diría que escribo para tener esa sensación de que alguien decide arriesgar su dinero porque le gusta lo que ha leído de ti sin conocerte personalmente. Me pasó con el libro de microrrelatos. Me pasó con “¿Somos el fracaso de Cataluña?”, cuando Pablo Romero contactó conmigo para decirme que querían publicarme el libro a pesar de que el libro era entonces apenas un esbozo mal compuesto: ni estaba acabado ni se lo había enviado a nadie todavía. Y me pasó durante esos meses en los que me dio la sensación de haber logrado algo excepcional si mi novela al menos había pasado una criba entre miles de manuscritos (aunque tampoco estoy seguro de que eso ocurriera así). Y esa sensación es inigualable. Así que, insisto, ni siquiera me queda un sentimiento de decepción demasiado definido. Apenas esa nostalgia de recordar lo que pudo ser y de momento no se concretará en la forma que imaginé.

Iván Teruel

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