Javier Santos Rodríguez comparte dos textos en prosa con los lectores de Narrativa Breve: «Poemas de amor» y «La razón como servidora de la fe». Dos escritos muy reflexivos que abordan algunos de los grandes temas: el amor, la fe, la razón…
El primero de ellos, «Poemas de amor», aún reflexión con elementos narrativos, mientras que «La razón como servidora de la fe» se presenta más como un artículo de pensamiento.
3 poemas sobre el oficio de escribir poesía – Narrativa Breve
¿Qué es poesía?, un poema de Gustavo Adolfo Bécquer
Poemas de amor
Si Rilke hubiera sido un maestro más condescendiente, y yo entonces su joven poeta discípulo, y si esas famosas cartas me hubieran sido dirigidas a mí con afecto y no con rigor a cualquier otro aprendiz, y si además no me hubiese tomado tan en serio la voz altisonante del poeta, tan a pecho su juicio de valor de medir lo bueno y lo malo, tal vez, entonces, no me habría inclinado yo finalmente hacia el renegado de Gombrowicz, quien por rústico y rebelde contra los poetas me invitó desde un principio a escribir en mi llana y triste prosa. Pero lo cierto es que ya grande y todo como me ve, ahora desde mi patio y mis macetas, bajo esta higuera añosa, con Popy a mis pies y usted por suerte a mi lado de nuevo, extraño no comulgar con la poesía y los poetas. Mi sueño y mi obsesión adánica, con respecto a la literatura, siempre habrían querido ser el de un artista de la palabra; no así el resultado, como ve, de un contador de historias chatas. Sabrá que en mis años mozos, a mi me gustaba mucho usted, la más hermosa mujer del pueblo… cómo que no; que sí, que sí, le digo que sí… Y yo hubiera querido regalarle mis primeros poemas de amor, pero con mis dieciocho años… sabrá, eso era medio una carcajada y tal vez una pérdida de tiempo. En eso conocí el texto del señor Gombrowicz, aquel ensayo famoso contra los poetas… y me inhibió tanto tanto, en mi pobre producción, que no pude sino dejar mis ilusos poemas en un cajón bajo llave y pensar mi oficio de escritor como un mediocre prosista. Rilke, por su parte, exigía demasiado de mis obras poéticas, y pensé en todo lo escrito hasta entonces por mi puño, con una mezcla extraña de tristeza y rabia. Si yo debía hacer caso omiso al poeta y al prosista, a dios y al diablo, mi intención de hacerle llegar a usted unos buenos poemas de amor se borraba con el codo: de la vergüenza, de la ineptitud juzgada por los sabios. Ni Rilke ni Gombrowicz, en su cinchada, me servirían para decirle cuánto la amaba. Ahora usted está aquí, otra vez, en mi vida. Sabrá que a pesar de los años, los juicios y las directrices, le estoy profundamente enamorado. Estos poemas son lo que pudieron ser, entienda, entre lo denostado por el polaco y lo exigido por el alemán, lo que pude escribir entre tantos prejuicios. Los saqué del cajón. Es mejor darlos a conocer antes que otro crítico venga a hablar de ellos. Tómelos en sus manos y acéptelos como quien recibe un ramo de rosas o una caja de bombones; piense como si no fuesen palabras; como que en realidad son cosas bonitas. Porque el amor no tiene verso que le quede ni cuento que le vaya. Espero que no sea demasiado tarde para algo entre nosotros.
La razón como servidora de la fe
Lo razonable, ¿no es acaso una máscara argumentativa y lógica de validación de nuestra fe irracional, de nuestras convicciones vitales, de nuestra conciencia ética o moral, de nuestra autoestima?; ¿no valida y legitima lo irracional, el poder y las pasiones: tanto las terrenales como las celestiales?; ¿no es acaso la razón una herramienta lógica al servicio de algo no racional?
Pienso que las ideas no son cosa distinta a una justificación de creencias que gobiernan nuestro yo: léase yo como identidad de individuos asociados a un grupo, tradición, país, partido político, comunidad de fe o club de fútbol.
Uno, primero, cree. O lo que es mejor: uno primero está contenido y comprendido a priori en una feque lo determina de algún modo (somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros, dice Sartre), y que después intenta dar a conocer a los demás. Por colonialismo, por orgullo de pertenecer a la creencia en la que habitamos, o por miedo a desfondar su sustento y entrar en crisis, vamos autoafirmándonos en la conquista del otro, con nuestro discurso de las ideas y elaboración de tesis doctorales con marcos teóricos y estadísticas acordes.
El enemigo pero también el diferente reciben de manera racional lo que de sí es puro arbitrio, a saber: el sentido de nuestra existencia.
Todo pensamiento es un gran prólogo explicativo y legitimador de nuestra fe. Es nuestra creencia la que vale en realidad; los pensamientos son serviles a ella como lacayos a un rey. Falsamente entronizamos las ideas cuando en realidad ellas son simplemente epistemologías de las conclusiones, de las cuales estamos convencidos antes de pensar nada.
Credo ergo cogito
Imagen de Hans-Joachim Müller-le Plat en Pixabay
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