Manuel Pastrana Lozano nos deja 7 píldoras narrativas, algunas ultrabreves, otras más largas.
EN EL PUNTO DE PARTIDA
¡Bang!
HÉROE DESDOBLADO
Con su arco y sus flechas, Robin Hood apareció un día en la campiña suiza. Para que demostrara su destreza le pusieron al frente a un niño con una manzana en su cabeza. Apuntó, disparó y partió en dos la manzana. Eufóricos, creyeron que había vuelto Guillermo Tell.
FINAL BÉLICO
La guerra ha terminado dijeron desde el infierno cuando ya no existía el mundo.
EL PELOTAZO QUE PERFORÓ EL UNIVERSO
Lo apodaban “la fiera” o “el mortero”. Nunca fallaba los penales, era garantía de gol seguro. Sus tiros violentos y su feroz eficacia eran el terror de los porteros, que siempre ansiaban que no hubiese penales durante los partidos en los que él jugaba. En esas raras ocasiones, la gente se iba decepcionada de los estadios esperando una próxima oportunidad para ver al verdugo fusilando de nuevo a sus desgraciadas víctimas. Cierta vez, el pelotazo inmisericorde, para mala suerte del arquero, dio de lleno en su pecho y lo tiró al suelo antes del gol. Fue a parar al hospital con tres costillas rotas. Meses después volvieron a enfrentarse y el portero le dijo antes de que disparase: “… por favor, levante su brazo cuando vaya a patear para que yo dé un paso al costado, pueda hacer vista y sólo vea pasar la pelota”. Ese día, la violencia del tiro fue extrema. El balón rompió las redes con su fuerte potencia y salió disparado hacia los aires hasta perderse de vista. Nunca pudieron encontrarlo. Lo bautizaron como “el pelotazo que perforó el universo”.
Hubo otro al que llamaban “el pata bendita”. Siempre miraba hacia el cielo y luego se persignaba antes de tirar un penal o un tiro libre, y tampoco nunca fallaba. Pero ese es otro cuento.
LA ESFERA QUE QUERÍA SER UN CUBO
Fracasó en todos sus intentos pero, sin querer queriendo, descubrió la cuadratura del círculo. Ahora está buscando el círculo de la cuadratura.
CANTANDO SOBRE LA LLUVIA
Componía canciones hermosas y con su voz privilegiada las cantaba siempre sobre la lluvia, desde el cielo, aunque nadie pudiese escucharlas, solamente oían el sonido monocorde de la lluvia.
EL PERRO QUE LADRÓ Y MORDIÓ
No sintió nada especial con la boca del perro en su pierna, tal vez unas leves cosquillas que más parecían lamidos. Ahora, viejo y desdentado –una penosa sombra de lo que fue su vida–, había intentado su último ataque como en los viejos tiempos cuando ladraba y mordía sin piedad con sus feroces colmillos. Entonces lanzó su postrer gemido, casi inaudible, ya no ladraba ni mordía, sólo pudo lamer su cola ya sin vida.
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